LA CULTURA COMO MEDIO DE HUMANIZACIÓN EN LA VENEZUELA DEL SIGLO XXI

Por Isabela Iturriza Soulés

 

sociedad1Hoy, desde que un venezolano se pone en marcha para iniciar su rutina diaria, se convierte en actor de una obra que parece tener como tema la desintegración de lo humano. Desde muy temprano participamos en una dinámica social que nos ha puesto un traje que evoca lucha y enfrentamiento. Tenemos miedo de los otros, estamos en actitud de defensa y ataque.

 

Ante una realidad así, nos preguntamos, dónde quedó la Venezuela alegre que saluda, que trata con cariño y sin complejo. Por qué domina en nuestras relaciones la actitud de exhibir e imponer poder y no de prestar y agradecer el servicio. Nuestro más grave problema es que hemos dejado de reconocer lo humano en las otras personas.

 

La construcción de una ciudadanía cuidadosa de atender a los demás sólo es posible cuando se asume la responsabilidad de que con nuestros actos somos ejemplo. Y quienes ejercen cargos de gobierno o son figuras públicas tienen una mayor responsabilidad en esta tarea de humanizar la convivencia de los venezolanos porque sus mensajes y conductas llegan a los demás con mayor impacto.

 

Para abrirle paso a una Venezuela con gobernantes y ciudadanos que cuiden lo humano, debemos poner atención a todo lo concerniente a la cultura. Cuando hablamos de cultura, podemos ceñir nuestras reflexiones a dos acepciones: cultura como todos aquellos valores, instituciones y símbolos que conforman un grupo social o como los productos que se generan a partir del genio creativo humano para enriquecer, complementar o transformar lo natural. A la primera acepción la llamaremos “Cultura” y a la segunda “cultura” y ambas se relacionan entre sí pues todo producto de la segunda se genera en el marco de una “Cultura” específica.

 

Es importante resaltar aquí, porque es lo que brinda esperanza para el futuro, que ni los venezolanos ni ningún ser humano está determinado por la “Cultura” en la que está inserto, que ésta sí puede condicionar ciertos juicios y actitudes pero que al ser la “Cultura” y la “cultura” productos de la acción humana, está en nosotros cualquier posibilidad de cambiarlas o mejorarlas para orientarnos al desarrollo pleno al que estamos llamados, así lo afirma Sellés en su libro Antropología para inconformes.

 

sociedad2Chesterton llegó a afirmar que “el arte es la firma del hombre. La única certeza de las cavernas es que el hombre sabía pintar renos, y los renos no sabían pintar hombres”. En esta sencilla afirmación trasluce una realidad fundamental: aquello en razón de lo cual somos capaces de producir cultura, es radical y exclusivamente humano, es nuestra dimensión espiritual que deja huella en todo lo que hacemos.

 

Conviene advertir que aunque la literatura sobre temas relacionados con cultura y arte es amplísima se pueden reconocer, a riesgo de resumir mucho las corrientes, dos grandes posturas: las que tienen una concepción trascendente de la persona humana y las que no.

 

Del primer grupo derivan teorías sobre la cultura que la ordenan a un fin, que confían en la posibilidad de hacer juicios sobre la calidad de los productos culturales porque no absolutizan su valor. Esto es así porque se reconoce que cada hombre como autor de cultura tiene algo específico que define su autenticidad. Pero también algo esencial que le pone en comunión con cualquier otra persona.

 

Del segundo grupo emergen las corrientes más relativistas para las que toda expresión vale lo mismo y la cultura se entiende como fin en sí misma, como ámbito cerrado. Estas corrientes se sostienen en una concepción antropológica del hombre que no reconoce la universalidad del espíritu humano.

 

Juan Pablo II expresó que “la cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, «es» más, accede más al «ser».”  Y al “ser” del hombre corresponde una doble dimensión: lo material y lo espiritual. Por ello, explicaba, las obras de la cultura material son una «espiritualización» de la materia y las obras de la cultura espiritual son una «materialización» del espíritu, una encarnación de lo que es espiritual.”

 

Siguiendo esta línea, sostiene López Quintás que, “en rigor, la verdadera cultura implica la fundación de modos elevados de unidad”. Esto quiere decir que la “Cultura” debe sostenerse sobre lo común que cohesiona a un grupo social específico. Por lo tanto, los productos culturales de ese grupo serán mejores en la medida que realcen lo humano, que le rindan honor a aquello que nos libera de lo instintivo y que establezcan una relación dialógica entre quienes participan del hecho cultural.

 

sociedad3En este sentido, “es un deber ético fomentar los logros culturales que más humanizan y rechazar aquellos que deshumanizan”. Y es que ya no nos preguntamos qué debemos hacer para ser mejores sino qué podemos hacer para ser más poderosos o tener lo que queremos. En una “Cultura” así se producen manifestaciones que transgreden lo humano y hacen daño.

           

Puede parecer banal pero sólo el que ha estado en una sala de conciertos y ha vivido el desagradable momento en el que suena un celular en las notas más sublimes de una pieza musical, sabe lo ofensivo que esto puede llegar a ser. Hacer posible que un venezolano apague su celular en cuanto entra a una sala de conciertos es posible sí y sólo sí ese venezolano reconoce el valor de lo que está presenciando, no sólo por “protocolo y etiqueta” sino porque eso ante lo que estamos es producto de la interioridad de otro ser humano.

 

Construir una Venezuela “ordenada” reclama que respetamos los espacios. Así como el recinto parlamentario debe destinarse el debate serio sobre los asuntos del país y no para propinar insultos, golpearse o invitar grupos musicales, así mismo, las universidades deben ser escenario de debate de ideas y no de juegos políticos de los partidos. Así también, un teatro debe servir para la divulgación de la cultura, para el disfrute del arte y no para mítines políticos. Esto debe ser así para respetar el ser de las cosas y no hacer uso de ellas de modo impositivo y según las apetencias de los gobernantes de turno.

 

Quienes sean cabeza de recintos culturales deben resguardarlos de un uso que atente contra su fin, deben promover productos culturales que enaltezcan la calidad humana tanto de artistas como de espectadores para que nunca la acción creativa sea ofensiva e insultante. Y quienes disfruten el hecho cultural como espectadores deben esforzarse de modo permanente para que su comportamiento en estos recintos sea de sumo cuidado por la humanidad del otro que le acompaña. No se trata de ejercer censura sino de autodeterminar nuestra propia libertad para crear comunidad.

 

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En los últimos años se ha visto el fruto de iniciativas como el Sistema Nacional de Orquestas. Hemos sido testigos de una propagación de propuestas teatrales importantes y la actividad literaria no ha cesado, es más, a pesar de las dificultades, se ha potenciado. Todo esto es ejemplo del ansia comunicativa del ser humano. Pero no hay que ser ingenuos. Si bien es cierto que es importante destinar esfuerzos en promover la “cultura” porque humaniza y entretiene, el verdadero reto está en elevar la calidad de nuestra “Cultura” venezolana, en hacernos mejores humanos, dispuestos a servir unos a otros.

 

Las políticas públicas orientadas a llevar educación a todos los niveles socioeconómicos servirán a este propósito sólo en la medida en que se comprenda que el esfuerzo educativo recae principalmente en las familias.  Y Venezuela está en deuda con sus futuras generaciones porque hemos descuidado la salud moral de nuestras familias. Las instituciones de educación formal pueden colaborar en la formación de ciudadanía pero la integralidad de los venezolanos depende necesariamente de las condiciones del hogar.

 

Quienes ejerzan posiciones de liderazgo en Venezuela durante los próximos años deben ser ellos mismos ejemplo de virtud pues sólo así contaremos con modelos favorables para la construcción de ciudadanía. Rafael Tomás Caldera, insigne académico venezolano afirma: “sí, sin duda, la educación de los hijos comienza veinte años antes del matrimonio de los padres. En verdad, comienza con la vida misma de los padres, de los entrenadores, de los profesores”. Por tanto, cuando se construyen planes para el futuro la condición más importante para el éxito es reconocer la responsabilidad personal desde el presente.

 

sociedad5Así mismo, los contenidos programáticos de escuelas, colegios, universidades, institutos técnicos sólo serán realmente formativos si reconocen que educación no es instrucción y capacitación técnica sino, sobre todo y fundamentalmente, formación de personas. En este sentido, seremos capaces de fundar un “Cultura” llena de expresiones culturales cada vez más humanas.

 

Se ha probado en infinidad de situaciones que la cultura es efectiva como medio para la humanización, hagamos uso de ella para reconstruir el entramado social de nuestro país sobre la base de la confianza y la reconciliación. Dijo Juan Pablo II en su discurso ante la UNESCO en 1980 que “hay que amar al hombre porque es hombre, hay que reivindicar el amor por el hombre en razón de la particular dignidad que posee”. Esa es nuestra tarea, no menos.

 

 

 

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