Superstición

Por Ivanna Méndez

 @IvannaMendezM

 

 

 

Recientemente discutía acerca de la certeza de la predestinación y hallé en este asunto una forma particular de acercarme al movimiento «revolucionario” que ha ocurrido en estos días y que ha logrado convertirse en el tema de conversación por excelencia.

 

Yo insistía en que, de ser una persona creyente en la teoría de que cada quien construye su propio destino, no se puede creer en adivinos, ya que en mi humilde opinión son dos ideas contradictorias.

 

Cada día me impresiona más la creciente fama de adivinos y charlatanes, que aseguran conocer el futuro, aprovechándose de la buena fe de inocentes, con palabras que, a mi juicio, en el mejor de los casos no van más allá de un acertado estudio político, y en el peor de un simple juego de palabras.

 

Todo esto por supuesto fundamentado en una tradición, el venezolano, o si se quiere, el latino, se ha caracterizado siempre por tener una cultura supersticiosa, aferrados a la simple idea de ¨necesitar algo en que creer¨ cuestión que va incluso mas allá, rozando entonces los límites de cosas más profundas como la religión. El punto es que no se puede negar, desde el «no pases debajo de una escalera» hasta las uvas en año nuevo, el venezolano es un ser supersticioso.

 

De cualquier modo considero deplorable la conducta de alguien que espere las órdenes de un supuesto adivino para decidir sus próximas acciones, nunca pensé que el momento llegaría, pero así fue.

Y es que como no sospecharlo, si allí tenemos el horóscopo como ejemplo perfecto de nuestra ingenuidad.

 

Igualmente no quiero dar a esto un matiz despectivo a nuestra cultura, pues aun así, con todos sus defectos sigue siendo nuestra y de una riqueza imposible de despreciar. Para muestra de que cultura y superstición no son mutuamente excluyentes (como muchos piensan), sino todo lo contrario, tenemos el ejemplo de una de las civilizaciones más fascinantes, cuna de la sabiduría: los griegos, quienes temían ante cualquier vaticinio del oráculo.

 

Sin embargo, el hecho de vivir en permanente zozobra solo por lo que alguno de estos supuestos videntes predice (sin imaginar el voto de confianza que el pueblo pone en sus manos), —de hacer o no guarimbas, de vaciar supermercados y abastos, de esperanzarse o desesperarse ante cualquier anuncio— es simplemente lamentable.

 

¨Claro que hay escasez de harina, si toda te la llevaste tu¨ le digo con humor a mi mamá —sin ánimo de excusar por supuesto ninguna de las terribles políticas de este gobierno, por supuesto que hay escasez, y mucha—cuando llena la alacena luego de una de sus compras nerviosas, después de escuchar las predicciones de una futura hambruna según algún ¨profeta».

 

Todo esto no puede evitar recordarme, con algo de risa y no sin cierta amargura, al observar lo manipulables que a veces somos, un cuento de García Márquez que en vez de ficción ahora parece más real que nunca, titulado «Algo muy grave va a suceder en este pueblo». El cuento narra la historia de una viejecita que paseando por su pueblo afirma de repente: «algo muy grave va a suceder en este pueblo». La gente se asusta, y alarmados corren a tomar toda clase de previsiones, cuyas reacciones en cadena ocasionan un verdadero caos. Al final del día ya no queda nada ni nadie en el pueblo, la viejecita, entonces sola, con mucha confianza afirma: «Ya decía yo que algo malo iba a pasar en este pueblo».

 

Algo así ocurre en este país, y no juzgo, o eso intento, pero no hay que dejar que unas simples supersticiones determinen nuestros actos, que nos lleven al caos, a la desesperanza o que nos priven de actuar como creemos, somos mucho más que eso. Caemos en la famosa y repetida paradoja de las predicciones que se cumplen por las mismas medidas que se toman para evitarlas, por aquel absurdo fatalismo de que  «no se puede huir al propio destino».

 

Somos parte fundamental de ese futuro del que tan desesperadamente huimos.

 

Hay que recordar que más allá de si se esta o no, del lado correcto de la historia, no hay que esperar por nada ni nadie para que esta suceda. Como bien dijo Adolfo Suárez una vez: «El futuro no está escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo», solo si algún día somos capaces de comprenderlo, despojarnos de esa superstición que nos condena, nuestro futuro será escrito por visionarios y no por videntes.

 

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Guayoyo en Letras