¿Valió la pena la protesta?

Por Ivanna Méndez

@IvannaMendezM

 

 

 

Venezolanos de distintas ciudades salieron a marchar el pasado jueves para conmemorar un año del comienzo de las protestas. En Táchira, medios locales reportaron enfrentamientos con piedras y gases lacrimógenos que dejaron ocho heridos. En Chacao, también se registraron enfrentamientos con al menos 10 detenidos.

 

El pueblo que salió a la calle esta vez es un pueblo distinto. El 12 de febrero del pasado año comenzó un movimiento estudiantil que se gestaba desde la semana anterior en el estado Táchira. El 4 de febrero, manifestantes salieron desde temprano a protestar por la inseguridad y la violación de una joven. Se unirían luego otras ciudades del interior hasta llegar a Caracas.

 

Llegaría a su punto crítico durante la movilización convocada por Leopoldo López, la aclamada “salida”, que exigía un cambio de modelo político y económico.

 

Miles de ciudadanos salieron a denunciar la delincuencia, la escasez y el alto nivel de inflación, convencidos de que la calle sería la solución a todos los problemas.

 

La primera consecuencia fue el asesinato de los jóvenes Juan Montoya, Bassil Dacosta y Robert Redman, cuyas consecuencias se extenderían durante meses y darían comienzo a otras formas de protesta como la guarimba.

 

Según el informe de la Fiscalía General, los sucesos dejaron un saldo de 43 fallecidos, más de 486 heridos y 3500 detenidos. Además, el Foro Penal denuncia 33 casos de tortura.

 

El gobierno se encargó de responsabilizar a los propios manifestantes, sin embargo la evidencia culpa claramente a funcionarios policiales y paramilitares.

 

La censura y la impunidad ante las violaciones más simples contra el derecho a la manifestación, las leyes para prevenir y sancionar la tortura, la violación al manual de procedimientos de la PNB, entre muchos otros, más allá de callar la protesta la encendieron e hicieron a algunas instituciones internacionales fijar la mirada en la antes ignorada Venezuela.

 

De los líderes sabemos que Leopoldo López, cumplirá el 17 de febrero su primer año tras las rejas, con un juicio que se retrasa una y otra vez. Mientras, Nicolás Maduro intenta convencer al mundo de que los muertos de los sucesos son producto de las acciones de la oposición. Esto, mientras intenta luchar con su decreciente nivel de aceptación. Por otra parte Henrique Capriles, de los “moderados” de la oposición, insiste en seguir la ruta electoral.

 

Quizás el primer error es nuestra poca habilidad para ponernos de acuerdo.

 

La falta de consenso entre la oposición eliminó las esperanzas que quedaban. Muchos dicen que el error de principio de la llamada salida fue el intentarlo sabiendo que no se contaba con el respaldo de los partidos.

 

Para algunos, los jóvenes que participaron en la protesta, encendidos por la pasión y el idealismo propios de la juventud, solo cayeron en la trampa ya que la protesta solo oxigenó un proceso que lucía prácticamente caído.

 

Mientras algunos valientes se sacrificaban, creyendo fervientemente en sus ideas, ya fuese por la desesperación por rescatar a su país o por otros argumentos; otros simplemente jugaban a la revolución y otros más solo presumían su supuesta participación, exhibiendo su supuesto patriotismo en las redes sociales.

 

La falta de seriedad de estos grupos acabó con la fuerza inicial de la protesta, la idiosincrasia del venezolano salió a relucir cuando algunas de las barricadas pasaron a ser lugares de recreación. Esa cultura que nos hace convertir todo en una fiesta pudo ser nuestra perdición.

 

Están los que piensan que el país no estaba preparado para algo así pues no contaba con el apoyo de toda la sociedad civil, responsabilizando únicamente a los jóvenes, dejando en sus manos la solución de un problema que ellos no crearon.

 

Sin embargo, ¿qué se quería o esperaba lograr con “La Salida”? ¿Alguien realmente lo sabe? El pueblo común no entiende de estrategias y siempre impaciente, espera la solución “más rápida”. ¿Hasta dónde llegaría nuestro espíritu de sacrificio? Solo nosotros somos responsables del país que tenemos. Todos quieren que alguien lo salve por ellos.

 

A un año del comienzo de los acontecimientos, ¿podríamos entonces afirmar que “La Salida” sirvió de algo?

 

El informe de Amnistía Internacional, las sanciones del gobierno de EEUU a funcionarios acusados de violar derechos humanos, que nuestra fotos corrieran por las redes, donde se logró que personas que antes desconocían quizás nuestra ubicación geográfica supieran lo que aquí ocurría y así quedara en evidencia la naturaleza del régimen, son algunas de las cosas que logramos.

 

¿Será todo aquello suficiente recompensa para aquellos que perdieron su vida o a un familiar en el intento?¿para los heridos, para torturados, para los que continúan detenidos?

 

Para algunos no, para otros todo valió la pena.

 

Ningún cambio ocurre esperando las condiciones o el tiempo perfecto. ¿Somos capaces o no de dirigir el rumbo de nuestra historia? ¿Estamos supeditados a los grupos que ejercen el poder? ¿incluso ellos mismos dependen de las circunstancias?

 

Ahora, a un año de las protestas, somos un país desesperanzado y confinado a esperar que alguien llegue a salvarnos. Continuamos siendo víctimas de una inseguridad que aumenta día a día, una escasez que nos hace luchar por una bolsa de comida como si fuésemos animales, culpándose los unos a los otros de quien tiene más patria.

 

Desperdiciamos horas de nuestra vidas esperando, siempre esperando y además acorralados ante la situación económica, donde los que todavía pueden, encabezan una diáspora acelerada de jóvenes que buscan un país donde exista un futuro.

 

Y aún con todo esto, algunos continúan apoyando las circunstancias, diciendo que les gustan las colas, producto de ese populismo, ese apoyo a la tradición paternalista, ese resentimiento. Que quizás algún día termine cuando la necesidad supere aquello que los hace creer que la mejor forma de gobierno es la repartición de la pobreza.

 

Estamos peor que el año anterior. Pero ¿se le estará quitando al país la costumbre de acostumbrarse? ¿Habría pasado lo mismo de no ocurrir “La Salida”? ¿Era cuestión de tiempo? Nunca lo sabremos. No se puede repetir el pasado. Pero el país lo hacemos nosotros y no pensaré en que todo está perdido. Dentro de sus fracasos encontramos el éxito y ojalá algún día, viendo todo desde lejos, podamos ver que sirvió de algo todo esto, mientras respiramos los aires de la democracia.

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