La tarea pendiente: Reconocernos

Ilustración: Lúdico

Con una canción o un eslogan publicitario es mucho lo que se puede alcanzar en materia de reconocimiento; sin embargo, el daño que nos hemos hecho es demasiado profundo para solventarlo tomados de las manos en un telemaratón a beneficio de una entidad de ayuda social.

 

En Venezuela tenemos una responsabilidad con el país, y esa no es otra que reconocernos a nosotros mismos, con nuestras diferencias, con nuestras similitudes, con nuestros pensamientos, con nuestras costumbres, con nuestros padecimientos, con nuestras oportunidades aprovechadas y con nuestros trenes pasados.

 

Reconocerse es entenderse y aceptarse.

No se trata de un trabajo sencillo, ni de una práctica bufa que se despacha sentado con las piernas cruzadas y las manos en gesto de súplica al cielo. Decidir reconocernos es una disposición, una actitud, un acto de contrición que debemos hacer todos, porque en medio de estos años, todos, absolutamente todos –como en cada momento de la vida- nos hemos equivocado alguna vez.

 

Reconocernos no es necesariamente perdonar; ni mucho menos olvidar.

 

Reconocernos es valorar los hechos y las acciones, es entender los porqués de sus y mis afirmaciones. Es reivindicar convicciones y a su tiempo, entender que existen otras, ni mejores ni peores, sencillamente otras.

 

Cuando reconocemos al otro, y en reciprocidad, ese otro nos reconoce, se establece un diálogo, una relación, una posibilidad. Solo ahí y no antes, puede iniciarse una etapa de evaluación, de encuentro, de intercambio, y de todas ellas, una posibilidad de reconciliación nacional; que no se malentienda como el acercamiento a un tipo de pensamiento único; sino de procura de objetivos comunes; aun cuando en el camino puedan –deban- definirse matices, métodos, fórmulas…

 

La tarea de reconocernos está pendiente porque las restas sociales, políticas, ideológicas, religiosas, culturales y hasta deportivas, se encargaron de establecer códigos diferenciadores para anular al de al lado.

 

El solo hecho de que alguno milite en un partido, o se identifique con una tendencia, o le guste la música de Alí Primera o de Yordano (sin detenerse en la visión social de ambos autores), eso ya lo excluye, ya lo marca, ya lo separa de un equipo, de un grupo, de un colectivo.

 

Las restas que nos hacen involucionar cada día, no permiten que seamos capaces de reconocer a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros pares, a nuestros seguidores en las redes sociales, a nuestros cohabitantes de los pueblos, de las ciudades, del país.

 

Al reconocernos como personas, como seres humanos, como ciudadanos con amores y desamores, con ambiciones, con expectativas, con ilusiones; entonces seremos capaces de descubrir que en el grueso de los que vivimos en Venezuela, existe un interés superior a la marginación, a la discriminación, a la polarización, al infortunio de vivir secuestrados en dos Venezuelas, donde ninguna es capaz de permear hacia la otra, en territorios marcados por una segregación política que mina el ánimo colectivo o frena cualquier posibilidad de crecimiento.

 

Ese reconocimiento no vendrá dado jamás por las élites gobernantes; ocupen éstas puestos de Estado o pretendan ocuparlos; porque en esas élites, donde lo que impera es el poder y sus beneficios, es imprescindible la lucha, la confrontación, el constante contraste de visiones encontradas; sin el más mínimo ánimo de convergencia, de soluciones compartidas.

 

Para la diatriba electoral la diferenciación de las propuestas políticas está más que justificada; pero en un país con los índices de pobreza, desajustes fiscales, corrupción, desbalance comercial y nula iniciativa de proyectos compartidos en cualquier área; es tiempo de que el reconocimiento mutuo, múltiple, se ponga en práctica; porque la Venezuela que requiere sumar, crecer y avanzar, no puede seguir sumergida en una propuesta electoralista, divorciada de la realidad que involuciona.

 

@incisos

Ilustración: Lúdico

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