Los temblores de su piel

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La grama suaviza el piso seco y duro en el que nos recostamos a las cinco y cuarenta y tres de la tarde.

Comienza a sentirse el frío y es su excusa para acercarse un poco más mientras cierro los ojos y dejo caer las manos. Me habla pero no logro escuchar su voz porque mis oídos están ausentes entre el alboroto de su pelo y el rumor de la brisa que lo mueve.

Suavemente recuesta su cabeza sobre mi pecho para escuchar los latidos de mi corazón que corre de aquí para allá por todo mi cuerpo; de los pies a la cabeza y de un hombro hasta la cintura. Intento tranquilizarlo, mi cuello se inmoviliza al sentir por primera vez el calor que exhala cuando acercándose, despacio, me habla. Mi piel es testigo del murmullo de su piel y dejo de pensar en mi corazón acelerado.

Mis dedos trepan por el contorno de sus piernas sintiendo sus músculos cuando se tensan, mi lengua abre la puerta que la mantiene en otra dimensión  y cada papila suspira al humedecerse con la sal líquida que exuda parte de su piel descubierta, levanto un poco su camisa y me encuentro en su centro, siento su corazón latir apurado como el mío y percibo su aroma resbalando por el monte y humedeciendo aquel suelo que se convirtió en cama…

Escucho sus ojos y, mientras me mira, dibujo el contorno de su cuerpo caliente y su respiración insistente dosificando con mis dedos los temblores de su piel.

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