Madame Marguerite: una diva… diferente

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¿Es mejor vivir una ficción si la realidad es muy difícil de soportar? Madame Marguerite ahonda en esta temática a través de las vivencias de su personaje principal: Marguerite Dumont, una mujer de la alta sociedad del París de los años ’20 aficionada a la ópera y que está convencida de ser una virtuosa de este arte, a pesar de ser un completo desastre como cantante.

Tanto los círculos sociales en los que se mueve Marguerite, así como su esposo hacen lo posible para ocultarle su falta de talento y no desilusionarla. Ella hace recitales en casa siempre frente a la misma gente, su mayordomo evita que lea sus reseñas en la prensa, por lo que el ambiente está relativamente controlado. Hasta que decide hacer una presentación en un teatro con público de verdad.

Entonces se plantea un dilema moral: si lo mejor para ella es que enfrente la realidad y así evitar que haga el ridículo públicamente, o seguir construyendo a su alrededor un mundo ficticio en el que ella pueda vivir feliz, pero que cada vez se hace más insostenible. La actriz que la interpreta, Catherine Frot opinó al respecto: “Hay tantas preguntas sin respuesta en Madame Marguerite. Realmente es una película que plantea muchas preguntas. Y es bueno intentar resolverlas, porque nos hace reflexionar”.

La personalidad de Marguerite además no hace las cosas más fáciles. En primer lugar es totalmente atípica; tiene una de avestruz de mascota, una escultura en forma de ojo en su jardín y viste como toda una celebridad. Su dedicación e insistencia por llevar adelante una carrera artística a toda costa hace que todos a su alrededor tengan que esforzarse cada vez más. En su casa, por ejemplo, hay que organizar todo el vestuario operístico que utiliza solamente para hacerse las fotos tomadas por su propio mayordomo. Además, la convicción con la que quiere tomar clases y organizar recitales con tanto entusiasmo es abrumadora y hace más complicado disuadirla.

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La película está basada en una historia de la vida real, pero no es un biopic como tal. Su director, Xavier Giannoli, se interesó por la historia de la afamada (por los motivos incorrectos) cantante estadounidense Florence Foster Jenkins, y si bien plasmó en su cinta la pasión de esta excéntrica personalidad por la música, se distanció de los acontecimientos de su vida con cierta libertad. Además de cambiar Los Estados Unidos por París, también situó la trama en la década de los años ’20 en vez de la de los ’40.

La ambientación está muy bien llevada a cabo, así como la fotografía. Ambos recursos nos transportan a la bohemia París de la época. Lo que no funciona del todo es la narrativa. El tono que se alterna entre la comedia y la tragedia es a veces confuso y hay tramas secundarias que al final no terminan de ser desarrolladas. También ocurre que hacia la mitad de la cinta el ritmo baja considerablemente, lo cual no es necesariamente un problema, pero en esta película pudiera generar una pérdida de interés en el espectador.

La peculiaridad de la trama y sus interpretaciones son los dos factores que mantienen el nivel de este largometraje, y que además hacen que valga la pena verlo. Y es justamente por el atractivo de esta historia que este año será el tema de otra película. Se trata de una producción en la que Meryl Streep revivirá a Florence Foster Jenkins y en la que también participará Hugh Grant. El largometraje será fiel a los hechos de la vida real de la singular diva, por lo que sin duda será interesante de ver.

Sabrina Tortora
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