De mendigos, pedigüeños, vendedores ambulantes y artistas callejeros

BU -Capitolio, Caracas, Venezuela. Por Ariane Madriz

BU -Capitolio, Caracas, Venezuela. Por Ariane Madriz

No hay quien sea ajeno a este tema, en los últimos meses, junto con la crisis nacional ha aumentado el número de pedigüeños y vendedores ambulantes, especialmente en los vagones de los trenes del metro; la mendicidad es el resultado de la decadencia social, del egoísmo humano, porque en la proclamación del crecimiento individual se olvidan las necesidades del otro, se tiende a creer que todos viven bajo las condiciones propias, mas ciertamente la historia hace heredar una multitud de escenarios que van desde los más justos a los más injustos. Sin embargo, en la capital la mendicidad se ha vuelto costumbre, deporte, el trabajo por el cual se levantan todas las mañanas y llegan tarde a casa, una actitud indignante e infame.

Es muy desagradable cruzar un lugar o estar en un sitio y de pronto encontrarse abarcado por una persona que te pide “un poco” de dinero para comer, si les das dos bolívares te piden más, los encuentras rutinariamente al salir de tu trabajo, pidiendo en el mismo sitio, pidiéndote todas las tardes, práctica común, ya es costumbre. Están los que piden la comida que tienes en la mesa, casi metiéndole la mano, rogándote que los alimentes, los groseros que se molestan si no les das, los que piden mal, los que quieren asustar diciendo que “después no nos gusta que nos roben” cuando no les damos, y los cuenteros, con una gama de historias que van desde los 4 hijos, que a veces son 5 y a veces son 3, hasta el que está enfermo, pasando por el que no tiene trabajo y por los que usan a bebés y niños, alegando que son la luz de sus ojos. Este último se ha puesto muy de moda, de los muchos casos que he presenciado –a veces repetidos–, dos fueron más que indignantes, una vez un hombre pedía con una bebé que llevaba encangurada en el pecho, se puso a pelear con otro tipo en el metro y hasta sacó un destornillador del koala que traía; otra, una mujer con su bebé se lanza un discurso digno de un Oscar, su bebé era el motivo por el cual ella salía a pedir todos los días, el niño, no mayor de un año, deja caer un juguete que tiene en la mano, la mujer recoge el juguete y, con un cambio teatral radical, también digno de un Oscar, le pega al bebé en una pierna mientras le regaña por haberlo dejado caer.

Alrededor de hace 4 años yo solía dar a algunos pedigüeños, en son de caridad, luego descubrí que diariamente estas personas se hacen más de lo que se hace un trabajador con ganancia de sueldo mínimo, también diario, más la papa, porque hay quienes en vez de darles dinero prefieren brindarles algo de comer, entonces también comen gratis.

Los vendedores ambulantes también se han multiplicado, soy ignorante de cómo sea el negocio de vender bachaqueramente mentos, galletitas, caramelos y chocolaticos a un sector de la economía informal, sin pago de impuestos y quién sabe qué otro motivo por el cual resultan un poco más baratos. El número ha crecido a tal punto que a veces coinciden dos o tres en los vagones, vendiendo lo mismo, en ocasiones se unen y se hacen publicidad uno a otro, cuestión bien interesante desde la perspectiva sociológica; también están los que salen a vender con sus hijos, para darle un toque más dramático, y los que salen a robar gente, entran vendiendo cualquier cosilla, salen con pertenencias que no son suyas. Es bien sabido que dentro de las instalaciones del metro no se puede vender ni pedir, pero aquí reina la anarquía injustificada, en una ocasión uno de los funcionarios del sistema metro, que se encontraba en uno de los vagones, le recuerda a un muchacho vendedor la normativa, este se hizo el sordo y después de varias insistencias se rebeló imponiendo que él salía a trabajar. Por supuesto que el negocio también les funciona, si no hubiese quién les comprara en el metro no habría qué vender allí.

Por otro lado, es una tradición cultural en muchos países la reciprocidad que existe entre los artistas callejeros y el público, cuando los primeros brindan su música mientras del otro lado reciben apoyo y experiencias. Con sus instrumentos nos otorgan una ruptura momentánea del trajín cotidiano, nos hacen sonreír, recodar, disfrutar, a cambio les damos aplausos y algunos billetes. El efecto que estas personas generan a la ciudad es completamente contrario a los dos casos anteriores. Hace varias semanas entró en el vagón del tren donde íbamos mi hermana, mi mamá y yo, un violinista muy joven, mi hermana, que también es músico, se sorprende y lo saluda, nos lo presenta y luego se dedica a hacer sonar su pieza; las personas frente a nosotras sacaron dinero luego de ver que lo saludábamos y a la derecha un señor nos dijo: “me gusta porque toca música de nosotros”. Luego de terminar su tonada y recoger su dinero se sentó junto a nosotras, nos contó que la primera vez que lo hizo estaba muy asustado y no le salía muy bien, pero que continuar le ha ayudado a perder el miedo, a ser mejor, porque luego llegaba a casa y practicaba, con la meta de presentar una buena pieza frente a un público dentro de un tren en movimiento. La práctica no solo le servía para la audiencia de los rieles, sino también para la de salón, pues de esta manera también se prepara para los conciertos de su orquesta; y de la ganancia monetaria, bueno, hay días buenos y malos, pero cuando haces lo que te apasiona y lo compartes con otros, siempre es ganancia.

Qué diversos los contextos sociales de la ciudad, de Caracas, y qué interesante la manera en la que estos pueden afectarnos y hacernos parte de ellos. Cómo cambian los significados al realizar cualquier cosa, de la honestidad que llevamos dentro hablan nuestras acciones, nuestro trabajo. Así vamos determinando por cuál rumbo hacemos crecer nuestro país.

Barbara Uzcategui
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