Sencillez y complejidad institucional

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Contamos por centenares los ministros y viceministros que han ejercido por más de década y media, en una constante y enfermiza redefinición, acomodo y reacomodo, fusión y confusión de competencias, facultades, atribuciones y potestades que atentan contra la más elemental noción y convicción planificadora. Obviamente, el presupuesto público anual sufre el inmediato impacto que, por cierto, imposibilita cada vez más la debida salvaguarda del patrimonio público.

El siglo XX supo de un número modesto de despachos ejecutivos que, además, con prestigio y tradición como el de Fomento, Obras Públicas, Sanidad y Asistencia Social o Agricultura y Cría, atendieron los múltiples y agudos problemas convincentemente, sin necesidad de una prolija ramificación burocrática, evitando la duplicidad de funciones definitivamente ya desbordada desde mediados del decenio anterior. E, incluso, agravando la responsabilidad contraída, el presidente de la República atendía los más variados asuntos de gobierno y de Estado, sin necesidad de un vicepresidente ejecutivo o de un primer ministro, celebrando con puntualidad las sesiones y deliberaciones de un gabinete – dato importante – responsable de sus actos ante el parlamento y la opinión pública, más de las veces combativos.

Concediéndole al titular un ministerio sin cartera, desde los años setenta, por ejemplo, la  Oficina Central de Coordinación y Planificación de la Presidencia de la República (Cordiplan), creada en 1958, gozó de una reconocida importancia que no requirió de un majestuoso cupo burocrático para su cabal desempeño, y, valga la comparación, el CNE o la Fiscalía no necesitaron de la elevación a órgano del Poder Público para un desempeño que, hoy, evidentemente es inferior y casi ornamental si no fuese por la calamidad que generan.  Agreguemos que la descentralización y el conjunto de reformas proyectadas y ejecutadas respecto al Estado, facilitaron esa sencillez o relativa sencillez con la que el Estado también pudo afrontar miles de problemas que la artificiosa complejidad actual, algo peor, agrava.

Absurda decisión que dejaría al propio Marx estupefacto, siendo la división social del trabajo una conquista irrefutable de la contemporaneidad, añadida la urbanización, el régimen   pretende hacer de cada citadino un sembrador y cosechador en su reducido e inseguro hábitat para una supervivencia a la que confesamente lo condena, pretendiendo que, a la postre, sea un empleado directo o indirecto del Estado, sojuzgado por sus dádivas y subsidios, porque – sencillamente – no tendrá tiempo para ganarse el pan a través de su propio esfuerzo, oficio o profesión. Si fuere el caso, basta un programa y una oficina para literalmente acometer la aventura, pero Maduro Moros ideó todo un ministerio para la Agricultura Urbana que succionará los pocos recursos disponibles y ampliará la clientela política a través de viceministerios, direcciones generales, entes desconcentrados y descentralizados, en un viaje seguro a la premodernidad de la cual puede costar demasiado el regreso.

Por muy buenas intenciones que hubiere, el  Viceministerio para la Gestión de Riesgo y Protección Civil, cuyo titular es anónimo para un país proclive a cualesquiera desastres, muy probablemente no los atenderá con la prontitud y diligencia mínima que una dirección u oficina, como la de Defensa Civil, antes exponía con todas las críticas que pudieron hacérsele. Tenemos información no confirmada de las carencias y desatenciones que en el seno del mismo gobierno padece, con una marcada rotación de sus más altos funcionarios, pero el asunto estriba – en esta ocasión – que la veleidad del régimen, tan ufano de sus antojos, complicó de tal manera las cosas que una precisa  responsabilidad resulta contaminada en ese espeso bosque de los intereses eminentemente burocráticos.

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