Frustrar un robo en Caracas lo convirtió en héroe

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Esta historia está inspirada en hechos reales, algunos datos fueron recreados. Por el bienestar de los protagonistas del relato sus nombres fueron modificados.  “No robarás”. La ley de Dios Séptimo mandamiento.

2:45 de la tarde

Oyó el sonido de una motocicleta acercarse. Sus tímpanos retumbaron. Se dispararon las alarmas. Sus ojos iban de derecha a izquierda. Ella, como era de pueblo, del llano de Venezuela, imaginó que ese sonido no era como el cantar del silbón. “Cuando se oye cerca, está lejos y cuando oye lejos, está cerca”, entonces agilizó el paso.

Los tacones de sus zapatillas retumbaban en el piso de cemento oscuro ¡Tic, tac, tic, tac! Al igual que el ulular de un reloj. El sonido se repetía cada vez más. El rumor de la moto cada vez se acercaba más a la pata de su oreja.

Apretó lo más que pudo a su cuerpo la cartera de terciopelo rosada que reposaba en su ante brazo izquierdo. Frunció el ceño. Camino aún más rapidito.

Quiso ver la hora en su reloj de flores color salmón, pero prefirió seguir caminando-corriendo, por si acaso.

Hizo un leve movimiento de cuello  a la derecha para ver si pasaba cualquier carrito y la “salvaba”. Nada, por esos lares no andaba ni un alma.

Se encomendó a Dios y a todos los santos; como buena cristiana que era. Cada vez oía más cerca el rugir de la moto, -“Mi Dios, cuídame.”-, Alcanzó a decir, mientras por dentro, gritaba a especie de mantra de sanación, la oración del Padre Nuestro.

Padre nuestro que estas en los cielos

Padre nuestro que estas en los cielos

Padre nuestros que estas en los cielos

Dio unos pasitos más, pero era presa del pánico, del miedo y del suspenso.

Sus rodillas se le doblaron porque medio resbaló por un huequito que irrumpía su paso: -“Dios”-

En ese instante la moto la alcanzó por la espalda.

-“Señora…”-

Sintió un tirón…

*** 

2:00 de la tarde

-“Mano cuánto me cobras hasta Montalbán.”-, preguntó un joven de aspecto dudoso, a un motorizado que yacía a la salida de la estación LaYaguara de línea dos de El Metro de Caracas.

El joven lo miró de arriba abajo, respiró. Le dio unos bocados más a su cigarrillo. Pensó y analizó la propuesta.

Subió la vista al cielo, vio las nubes grises y dudo antes de responder. –“500 bolos, chamo.“-, sin asco escupió aquella frase.

-“Ok.”-, dijo el sujeto sin dudarlo dos veces mientras sacaba algunos billetes arrugados de su bolsillo. –“Vamos pues.”-

Ambos subieron al caballo de acero marca Empire azul eléctrico. El chofer le alcanzó a su pasajero el casco –“Ponte el casco, menor.”-, le dijo mientras esbozaba una pequeña sonrisa de macabro placer. La pantalla estaba puesta.

Con su mano derecha aceleró la motocicleta que de un momento a otro se perdió por la entrada del Hospital Pérez Carreño.

El señor Manuel que pasaba en ese preciso momento por ahí, recuerda que -“se fueron como alma que lleva el diablo.”-

***

Cinco minutos antes

La señora de Rodríguez recién había cobrado su modesta pensión. Con el dinero pretendía adquirir sus tan necesitadas medicinas para la tensión “las de la cajita azul”, como ella las tilda con un tono amoroso, y alimentos para sus dos nietos menores, Estebitan y Rosita. Sus grandes amores, sus tesoritos.

Tenían días, tal vez semanas, sin saber lo que era comer arroz y pasta, sin mencionar que la noche anterior no habían cenado. Ella y los suyos se mantenía a base de una dieta de papa y yuca, debido a que los ingresos no alcanzaban para comprar otra cosa que no fuera eso. Así que literalmente la familia dependía de la pensión de la abuelita –“unos centavitos.”-, le alcanzó a decir a la cajera del banco cuando recibió el dinero.

-“Ay mamita, vera usted que los bachaqueros revenden el arroz en 3.000 y la pasta en 4.000.”-, le dijo a una joven que estaba al lado de ella. –“Por fin podré comer otra cosita.”-  Subrayó usando un leve tono de felicidad. Estaba un poco esperanzada.

***

-“Mano a dónde vamos.”- Preguntó el hombre que pidió la carrera.

-“A Montalbán, a dónde más, por ahí hay un Banco Bicentenario y hoy es día de pensión. Pegamos un quieto y salimos ganadores.”-, confesó uno de los maleantes.

– “¡Ya lo dijo!” -, Escupió el sujeto que se llevaba las manos a la entrepierna, listo para sacar una pistola 9mm color azabache.

Se desplazaban a toda velocidad. Cuando arribaron al Puente de los Leones, se percataron de dos policías y los rebasaron rapidísimo. “–Así mismo mano, no le pares a esas lacras.”- No respetaron a los uniformados.

El aire se chocaba en sus caras. Molestaba sus ojos y dificultaba su visión. Pero a ambos hombres no lo detendrían nada ni nadie. Se propusieron perpetrar un robo y lo harían.

***

Para Carlos Manuel, aquel día no había sido el mejor. De por sí siempre tenía días mejores. En el taller lo habían estafado.  Soportó dos horas de cola en un súper mercado y al final no había conseguido más que dos harinas de maíz precosida marca Harina Pan y una salsa de tomate.

Era tarde y tenía que pasar recogiendo a su hija por el cuidado.

Debía dos meses de renta y ya era el cuarto mes que no pagaba la tarjeta de crédito.

Estaba frustrado… Obstinado, pero lo peor aún estaba por pasar…

-“Mald** cola.”- gritó mientras le pegaba al volante de su vehículo Chevrolet-Aveo 2013 cuatro puertas, color negro cromado. Su mayor adquisición. Su segundo bebé.  Su querido logro.

Se había convencido de que debía ir a la sucursal, más cercana, de su banco para aunque sea aportar algo a la tarjeta y así podría comprar lo que consiguiera en las esquinas que visitaba.

En un momento de descuido, giró su cabeza a la izquierda y fue testigo de cómo un motorizado de por poco no le vuela el retrovisor izquierdo. Iba como alma que lleva el diablo. –“Te estas ca****.”-

Unos metros más adelante

Carlos logró colarse entre carros y autobuses para salir del congestionamiento vial. Unos metros más adelante fue testigo de lo que en nuestro país se conoce como “Quieto”, y al achinar los ojos para ver mejor, se percató de que los que estaban perpetrando esa acción criminal eran los que minutos antes casi le arrancaban el retrovisor. –“Estos carajos…”- En ese preciso momento su pie derecho obtuvo el peso de 100 toneladas de cemento fresco.  Su carro de 20 subió a 100 kilómetros por hora de un segundo a otro.

-Nooooooooooooo…-

***

2:46 de la tarde

-“… Esto es un quieto, me da la cartera y se porta bien abuela para que no le pase nada”-

La señora pegó un brinquito mientras intentaba asimilar lo que sucedía, en su rostro se dibujaron muchas más arrugas de las que ya tenía. Sus ojos se hicieron dos grandes posos de lágrimas saladas. Pensó en que no compraría nada de comer, otra noche que se acostaría sin cenar.

-“Ay, mijito, no me quite lo que tengo.”-

-“Doña no se ponga popí y deme todo, nojoda.”-

Carolina, una joven agraciada que observaba todo desde su ventana marcó el 911 – “¡Una emergencia policía están robando a una se…!”- No alcanzó a terminar la frase cuando escuchó el sonido de la justicia.

¡CABUM! Fue como si escuchará la detonación de miles de disparos. La calle olía a freno quemado. El chillar del impacto ensordeció a todos. Dicen algunas personas.

Al otro lado del celular un operador decía -“En dónde es la emergencia, señora, repita en dónde es la emergencia-.”, el aparato de comunicaciones rodó por las manos sudadas de Carolina, al mismo tiempo en su boca se dibujaba una O por la sorpresa.

***

Carlos Manuel embistió con todo el poder de su carro a los malhechores. Los mismos no se percataron de cuando a toda velocidad se acercaba el Aveo.

Salieron disparados. Volaron frente a los ojos de la señora, que lo que hacía era gritar y llorar. Uno de los sujetos fue a dar a la pared. Quedo brutalmente lastimado, la sangre corría por su cara y el dolor se extendía por su cuerpo, el otro fue a dar a la acera, apenas salió algo rasguñado, su cuerpo quedó tendido en el frio asfalto.

Mientras tanto la motocicleta se desarmó en millones de piezas. Parecía un juego de legos. El retrovisor partido. El manubrio dislocado, del tanque goteaba gasolina. El ring doblado

-“Alguien que llame a la policía.”- gritó un sujeto, al mismo tiempo el carro de Carlos era detenido por un macizo árbol de madera de roble. Debido a que él iba a matarlos; que era su verdadera intención.

Mientras, un hombre corrió a donde yacía el carro y el árbol derrumbado. Quería socorrer a aquel héroe sin capa, a Carlos.

***

En horas de la tarde del reciente 19 de agosto, al oeste de la capital, dos sujetos a mano armada pretendían robar a una señora en las residencial de Montalbán de la parroquia La Vega, hecho que quedó frustrado gracias a la heroica acción de un hombre que decidió embestir su carro contra los atracadores. Rápidamente la noticia se difundió en las redes y por esa vía se comprobó que uno de los hampones prestaba servicio como mototaxista para la cooperativa Moto-Yaguara.

Ramsés Rosero B.
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