Los invisibles

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Deambulan por las calles con su apariencia desgastada, abarrotan los centros de trabajo laborando entre doce y trece horas diarias en condiciones infrahumanas y dejan de lado sus sueños para tratar de sobrevivir. La frustración los define y los grandes avances de la sociedad los evaden. Están por todos lados, las fronteras no logran confinarlos, tampoco las riquezas ni el desarrollo de las naciones. Del norte al sur de América, de este a oeste del globo terráqueo, si bien las dificultades son más o menos graves, ellos son los mismos, son los invisibles.

Para la prensa no existen. Sus problemas no parecen figurar en las listas de prioridades de la sociedad en general, tampoco de gobierno alguno. Los profesionales apenas conocen de su existencia a través de algunos libros, los políticos los visitaron alguna vez en campaña electoral y para los empresarios sólo son un gasto a descontar de sus  ganancias.

En las grandes ciudades del llamado “primer mundo” se habla de la alta calidad de vida de sus ciudadanos, lo que las ha provisto de grandes galardones internacionales como la número uno, dos, o tres tomando en cuenta este referente. Sin embargo, a todas luces es evidente que para estos galardones jamás se ha tomado en cuenta a los invisibles: ciudadanos que cargan con todo el peso de la sociedad, ponen en movimiento la economía, pagan más impuestos (tomando en cuenta cuanto porcentaje de sus salarios se va en tributos), hacen los trabajos que el resto de la sociedad no quiere hacer y aún así pocos conocen su existencia.

Hemos fallado como sociedad. Los grandes avances del siglo XXI se ven opacados por esta falla. Ni desarrollo ni democracia alguna es sostenible mientras existan los invisibles. No lo hemos entendido. Ni siquiera nos hemos preocupado por notar su existencia. Más que un problema puntual de los países pobres esto representa el gran desafío de este mundo global.

El BREXIT, Donald Trump y Hugo Chávez sólo son una pequeña muestra de ello, y vaya muestra. La mayor parte de la sociedad se escandaliza y la prensa finalmente titula, cuando los fanáticos de estas aberraciones aparecen en la palestra pública, bien sea ganando referéndums, nominaciones de partidos o larguísimos gobiernos antidemocráticos que hasta ahora cuentan 17 años. Nunca faltan los adjetivos despectivos para referirse a ellos: xenófobos, ignorantes, marginales, etc. Pero la realidad es que no entendemos el verdadero trasfondo que impulsa a los electores a rebelarse contra el sistema democrático, la institucionalidad y todo tipo de valores que constituyen la base de nuestra sociedad, y no lo entendemos precisamente porque esos seguidores son invisibles. Sus problemas nos son completamente ajenos.

Es cierto que es mucho más simple pensar que quienes votaron a favor del BREXIT, Donald Trump o Hugo Chávez fueron sencillamente xenófobos, ignorantes o ambas cosas a la vez. Sin embargo, desafortunadamente la política es un poco más compleja que ello. Hay un trasfondo que desconocemos y que subyace a todas estas decisiones. Las condiciones de vida no son iguales para todos, esto es una realidad y no tendría nada de malo, excepto que muchas veces esas condiciones son infrahumanas, pues son ellas, las que representan una verdadera amenaza para la sociedad en general, la democracia y la institucionalidad de los países, sin importar que tan pobre o desarrollado sea. Donde ellas existan, estará en riesgo todo.

Si verdaderamente queremos acabar de una vez por todas estas semillas de regímenes autoritarios, ni los tanques ni la educación por sí sola resolverán nuestros problemas, sino que debemos ocuparnos de los invisibles. En una sociedad democrática es imposible evitar que personas como Nigel Farage (promotor del BREXIT), Donald Trump ó Hugo Chávez, nazcan y mucho menos que tengan aspiraciones políticas, pero es muy posible evitar que tengan el terreno abonado, acabando con las condiciones infrahumanas y las frustraciones, que son las que hacen que sus fanáticos los sigan y aplaudan mientras ellos incendian la sociedad entera.

Mientras los invisibles sean víctimas de un sistema que ni se inmuta por su existencia, de instituciones que no hacen más que frustrar una y otra vez sus aspiraciones a una vida digna, de sistemas económicos que sólo garantizan calidad de vida a unos pocos, de una sociedad que ignora completamente sus problemas, no podemos pretender que luego cuando tengan una oportunidad para vengarse ellos piensen en los valores democráticos y defiendan las mismas instituciones que consideran culpables de su miseria y frustración.

Afortunadamente, es muy probable que Donald Trump no gane las próximas elecciones, el BREXIT dependerá de lo que decida el parlamento británico y el Chavismo como sistema ya no se mantiene por su popularidad sino por la fuerza. Pero superados estos tropiezos ¿habremos aprendido la lección? De no ser así, será sólo cuestión de tiempo para que aparezca algún otro arrogante, no importa el nombre, estatus social ni la nacionalidad, mucho menos si es de izquierda o de derecha, que logrará nuevamente captar la atención de los infortunados invisibles y los utilizará como su capital político. Como sociedad debemos urgentemente visibilizar a los invisibles, es este el gran desafío del siglo XXI.

Víctor Bolívar
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