Entre referéndum y la falacia: Análisis de la América Latina democrática

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Después de 17 años de dictadura, la población no creía que era posible sacar al régimen a punta de votos. No a un gobierno tan violento y cruel, no a un dictador acusado de asesinar a miles de personas, incluso a compañeros suyos de armas, no en el mejor año económico del país, no con poderes internacionales acompañándole, no con una oposición de ideologías diversas, no frente a tanto tiempo dominados por el miedo y la indiferencia generalizada. Un plebiscito parecía un medio inadecuado, imposible, una misión destinada al fracaso para alcanzar la democracia, sin embargo, funcionó. En la madrugada del 6 de octubre de 1988, el No a la continuación del gobierno de Augusto Pinochet venció en Chile, una negativa diferente a la que debieron encarar los opositores de años anteriores. En esta oportunidad, la negación fue el comienzo de una nueva época y el punto final a la tiranía.

Al recordar lo ocurrido en Chile en los años 80 y al mirar la situación político—social de Venezuela, así como el reciente plebiscito ocurrido en Colombia, se hace necesario reflexionar sobre la manera en que los ciudadanos debemos asumir la democracia, cuando desde hace más de dos décadas, la mayoría de constituciones latinoamericanas, establecen el derecho a la participación directa en decisiones fundamentales, como modificaciones a la Carta Magna, revocatorios a funcionarios electos e incluso, la aprobación o abrogación de leyes polémicas.

Sí el referéndum es un mecanismo en el continente ¿Por qué en la mayoría de países de América Latina, la desigualdad permanece tan presente en la región?  ¿Por qué permanecen los fantasmas del autoritarismo en las naciones del hemisferio? ¿Cuáles son los peligros a los que se enfrentan las nuevas generaciones en el futuro próximo? Y ¿Cuál es la responsabilidad de la juventud en la democracia del siglo XXI?

Un pasado sin democracia

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Desde la ventana del ayuntamiento de Gobierno, Vicente Empara en 1810, se enfrentó al rechazo de las personas congregadas en la Plaza Mayor de Caracas. Protagonizó el primer pleibiscito en Venezuela, al preguntarle a la gente, si querían que siguiera en su mandato, a lo que el pueblo unísono respondió “¡No!”. Con este hecho se abrió el camino a una nueva etapa en estos territorios, los independistas aprovecharon el vacío de poder  y declararon la independencia de España, inauguraron un proceso que esperaría más de una década para concluir, cuyo inicio estuvo marcado, por la negativa publica de la población, a mantenerse bajo el mandato de una autoridad más allá del océano.

Aquel acontecimiento quedó aislado de la historia del siglo XIX, no se volvería a consultar de tal manera a la población, ni en Venezuela, ni en todos los territorios de habla española, puesto que la política de las Repúblicas recién fundadas, consistía en democracias en la que solo a una minoría, se le permitía elegir al presidente y a los representantes legislativos, lo que conllevó a que las mayorías, no tuvieran ningún tipo de derechos políticos, relegándolos en la práctica, a ser vasallos de los poderosos de entonces.

Por supuesto que cada país tuvo su evolución particular, sin embargo, cada nación hispanoamericana tiene características que se repiten en las demás. Al provenir todas de la misma concepción política española, en donde los monarcas, los nobles y terratenientes, eran quienes acaparaban el poder, las naciones anteriormente parte de España, repitieron la misma conducta elitista durante décadas, el poder solo beneficiaba a los intereses de unos pocos.

Al estar la legislatura subordinada a los  intereses de los poderosos, las mayorías encontraron refugio en la protección de algún “hombre fuerte” que perteneciera a las élites, al que apoyaban en sus ambiciones personales, con la promesa de que ese hombre, “El Taita”, como en Venezuela se le llamó a varios caudillos, les permitiera una mejor condición de vida. Esto en el caso de las regiones rurales, en las ciudades de la mayoría de los países, el poder económico se encontraba en unos pocos y los otros muchos, se dedicaban al comercio o la artesanía, ajenos a los beneficios del progreso del siglo, desiguales en oportunidades políticas, salubres y educacionales.

En general, la democracia estaba reservada para unos pocos, los que sabían leer, los que tenían recursos para mantenerse por sí solos. Eran tiempos en los que la desigualdad estaba institucionalizada, tan solo hay que revisar las constituciones de aquel entonces. La venezolana, la de la República de 1830, establece un perfil de los que pueden ejercer la política en todos sus niveles, parecida a las otras del continente, tendencia que fue transformándose, mediante las mayorías, se hacían consientes del poder que se encontraba en ellos.

La concepción política elitista de  aquellos años, influenciada por las castas de la colonia que no habían sido superadas, se mezclaron con la figura militarista de los padres de las diferentes naciones, que en su mayoría fueron militares que no comprendían nada acerca de la democracia ¿Cómo la iban a entender? No conocían algo diferente a la bota y el fusil, a la guerra que trasladaron de los campos de batalla hacia la política, no sabían cómo dialogar, mandaban e imponían sus pensamientos, proceder que heredaron los políticos que les siguieron.

El elitismo político y el militarismo, predominaron en las Repúblicas al sur del rio Bravo. La democracia era un concepto desconocido para quienes conformaban las masas populares y para los campesinos, hasta que acercándose el siglo XX, la dinámica de las sociedades empezó a cambiar. En América latina, la economía de varios países,dejo de fundamentarse en el campo, para sustentarse de la  explotación de minerales, cuyos trabajadores se diferenciaron del campesinado. La relación patrón—peón dejó de ser una relación de dominio absoluto de uno sobre otro, las nuevas masas se convirtieron en movimientos contestatarios, que a la larga, obligarían a las élites a repartir un poco de poder en democracia, una que cubriera a la mayoría de personas y no solo a un grupo.

Conciencia de poder

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Al comenzar masivamente la explotación mineral, las trasnacionales son las encargadas de sustraer riquezas del subsuelo, utilizaron mano de obra local y le impusieron la dinámica trabajo que existía en otros países. Al insertarlos en el mundo del obrero, sin darse cuenta los incluían en el proceso histórico, que ya transcurría en Europa, con las luchas de trabajadores, sindicalistas y socialistas, centrados e identificados con toda la masa obrera de occidente, que padecía los mismos oprobios y tenían el mismo enemigo: las burguesías explotadoras, que a través de los medios  de producción los enajenaban y les robaban la capacidad de poseer una mejor calidad de vida. Las empresas extranjeras no se percataron, que la organización industrial, era la plataforma perfecta para la revolución.

Como ocurría en Europa, los movimientos sindicales desde la segunda década del siglo XX, se organizaron para exigir mejores condiciones para los trabajadores, apoyados por partidos políticos de izquierda, socialdemócratas, comunistas y socialistas, que capitalizaron las quejas obreras, para iniciar  movimientos políticos y profundizar la democracia.

Mucho se luchó en el continente, desde 1900 a 1950, hasta que el eco de las revoluciones obreras y campesinas, lograron cambiar el panorama político. El siglo XIX se alejaba de la realidad social, más personas vivían en la ciudad, se educaban y tenían mayor comprensión de su libertad y del poder que se encuentra en la organización colectiva, esto gracias a las reformas obtenidas por las victorias políticas, de personajes con mentalidad progresista, que cambiaron las democracias parlamentarias, cuyos curules estaban reservados para las élites de entonces, por Repúblicas marcadamente presidencialistas, lo que ayudó a que los cambios fueran más progresivos.

Sin embargo, ese cambio hacia la República presidencialista, acentuó un mal heredado de los años de 1800. Los caudillos se transformaron en populistas, acumulando gracias a su carisma el poder, volviendo a dejar relegada a la democracia. El presidencialismo latinoamericano adquirió características dictatoriales, demasiado poder en un hombre, algo que aprovecharon los militares, que al encontrar países democráticos con instituciones débiles, asumieron en muchas oportunidades, el control de las naciones en nombre de la libertad y la democracia. Algo a lo que muchos intelectuales y líderes sociales, se opusieron con ímpetu hasta la muerte, puesto que para ellos, la conciencia del poder de las masas, no podía doblegarse para siempre a los autoritarismos.

Democracia sobre dictaduras

Las reformas obtenidas en las primeras décadas del siglo XX, permanecieron en el papel de las diferentes constituciones de la región, pese a las dictaduras militares, que en su mayoría se escudaban en la protección de esas Cartas Magnas, para fortalecer sus hegemonías nacionales. Las luchas sociales, los enfrentamientos contra las desigualdades, no cesaron frente a las armas, ya había en la conciencia colectiva, que la democracia, era el sistema que permitía el progreso para las mayorías.

Durante la guerra fría, las dictaduras militares se fortalecieron apoyadas por  Estados Unidos, que estaba enfrentado al comunismo soviético. La potencia norteamericana, ayudaba firmemente a los gobiernos que le servían a sus intereses hegemónicos, fueran tiránicos, elitistas o democráticos, puesto que su enemigo antagónico,  hacia lo mismo en el continente, algo que convirtió la política de los países de Latinoamérica, en un campo de batalla ideológico, que produjo inestabilidad y continuos alzamientos en toda la región.

En Colombia, la política estaba acaparada en una élite política, relacionada con poderes económicos industriales y agrícolas, los que abusaban de su ventaja frente a trabajadores y campesinos, a estos últimos, perdían sus tierras apropiadas por terratenientes, resguardados por el silencio del Estado. Estas injusticias eran el caldo de cultivo para movimientos sociales radicales, que encontraron en el comunismo, el sistema propicio para alzar su voz en contra de los poderosos. En la década del 60, inspirados en la revolución cubana, campesinos e intelectuales, inician el conflicto más largo del continente. Todo esto en un país en democracia, siendo así, un reflejo contradictorio de los sistemas políticos de América Latina.

Las dictaduras no abolieron la democracia, se ampararon en el estado de excepción para legalizar sus regímenes, para luego reafirmar su legitimidad, por medio de reformas constitucionales. Muchas de ellas, fueron aprobadas por el voto popular, como en Chile de 1980. Esos plebiscitos, algunos fraudulentos y otros ganados por medio del amedrentamiento y la hegemonía comunicacional y económica, legitimaron el militarismo. Esas mismas prácticas de los dictadores, quienes usaron sus ventajas sobre los opositores, estuvieron presentes en algunos países que conservaban la libertad política, como Colombia y México, en donde la dictadura no era militarista, sino partidista, formas políticas que mantuvieron la desigualdad, contra la que se luchó y a la que prometía vencer la democracia.

En los años 80, la guerra fría terminaba y Latinoamérica enfrentaba una crisis económica generalizada, que tambaleó los poderes atrincherados en el poder. Fue en esta época, que una generación de profesionales consientes de la democracia, rescató los derechos que estaban preservados en las constituciones  y se unieron a los líderes políticos que sobrevivían a las dictaduras, para democratizar profundamente a la América Latina, que se unía a los avances del siglo, sin hacer de la democracia verdadera, el sistema que rigiera sus países.

Una generación diferente

En los años 80 y 90, se popularizó entre los gobiernos de la región, las teorías económicas de Milton Friedman, que proponían la liberación de los mercados del yugo del Estado, aumentando en muchos casos la desigualdad, pero al mismo tiempo, permitió a una buena parte de latinoamericanos, el acceso a créditos que por momentos, les beneficio para mejorar su calidad de vida sustentados en el crédito. Esto conllevó a que millones tuvieran una liquidez o un acceso al consumo nunca antes vista, algo que aumentó sus expectativas sobre la vida, que junto a la proliferación de personas con grados universitarios, produjo masas contestatarias, que reaccionaban cuando sus condiciones de vida eran afectadas.

Esas masas son la clase media posmoderna, caracterizada por la individualidad y el deseo insaciable de bienestar, instruidas e intelectualmente lucidas, aunque en muchas oportunidades, políticamente indiferentes(Tendencialmente los referéndum no tienen más del 40% de participación) hasta que sus intereses son afectados por los gobiernos. De esa clase media, para ser precisos su juventud, nacen los movimientos estudiantiles, que lucharon en contra de las dictaduras y luego de que ya no quedaban en el continente,  procuraron profundizar la democracia, convirtiéndose en los nuevos líderes políticos.

Al proliferar la democracia, las constituciones iniciaron su camino para volverse, Cartas Magnas que permitieran mayor participación de los electores, por eso desde los años 80, se han realizado más de 30 referéndum. Sin embargo, la participación de las mayorías, en una región que continúa con desigualdades educacionales y por lo mismo, de conciencia política, las hace fáciles víctimas de  la retórica populista, lo que conllevó, a que los referéndum, fueran los mecanismos para algunos neocaudillos, que no encontraban cabida para sus planes, en las instituciones republicanas, las que vulneraron en nombre del pueblo.

Un caso llamativo lo podemos encontrar en Perú. Alberto Fujimori, escudado en el apoyo popular, vulneró al Congreso, llamó a una constituyente y ganó un referéndum, con el que se aprobó una constitución acorde a sus fines políticos.  Táctica repetida por otros líderes en el continente. Hugo Chávez hizo lo mismo, también Álvaro Uribe, solo que este último no logró el apoyo en el senado colombiano.

Nuevos peligros nuevas falacias

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Muchas cosas ocurrieron para que en Colombia, el domingo 2 de octubre, se llevara a cabo el histórico plebiscito, que buscó saber la opinión de la población sobre el acuerdo de paz, que terminaría con tantas décadas de conflicto armado. Este referéndum muestra que la democracia directa, ya es parte de la dinámica política del continente, sin embargo, mirando con malicia orwelliana, tal vez el referéndum fue parte de una estrategia del Gobierno Nacional.

Se puede deducir algo así, al sumar tres hechos.La victoria del NO al acuerdo, la rápida reacción de la oposición colombiana para unirse a la mesa de negociación, y el premio Nobel para el  presidente Juan Manuel Santos, premio que disminuyó el impacto mediático de la derrota. Estos movimientos, abren la posibilidad, de que el plebiscito, fuese una trampa para  la FARC, que al verse acorralada por la negativa de la población y el impacto de esta negación mediáticamente, no podrá seguir defendiendo la participación política exagerada, que el acuerdo original y rechazado proponía, al menos que quiera volverse al monte.

¿Habrá la posibilidad de que el referéndum en Colombia haya sido una estrategia, para arrinconar a la guerrilla y obligarla a un mejor trato para el Estado?  El tiempo nos dirá luego la verdad, por ahora nos quedan los hechos y la reflexión, principalmente para los venezolanos, que debemos preguntarnos  ¿La oposición buscará el referéndum revocatorio en el 2016? ¿Sacrificará la estabilidad política para complacer el deseo popular?

La historia nos indica, que los mecanismos democráticos, los derechos y las constituciones, solo pueden ser ejercidos cuando las mayorías, son conscientes de su poder, como ocurrió en Chile de 1988. Mientras tanto, sean las élites políticas, las dictaduras o los demagogos, seguirán su proceder dominativo sobre los ciudadanos, que sí no creen en su capacidad para cambiar las cosas, entregan sus libertades en nombre de un bienestar que nunca llega.

Jorge Flores Riofrio
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