Exclusiva desde España: Laureano Márquez «Él habla en serio y los demás se ríen»

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Laureano Márquez sigue la huella de los venezolanos que emigraron. Desde España hasta Abu Dhabi, el recorrido de su gira mundial pasa por Londres, París, Viena, México y termina en Los Ángeles. A cada escenario lleva lo mismo, eso que tanto se echa en falta, algo De Venezuela con humor. Y aunque en medio de su comedia se escuchan llantos anónimos, quizás lo más importante que Don Laureano le regala a su audiencia es la posibilidad de reír y llorar las penas a puertas cerradas, con la calidez del hogar, ese que va más allá del suelo y está en la gente.

Al día siguiente de su presentación en el Centro Ágora, en La Coruña, me recibe temprano en la cafetería del hotel en el que se hospedará unas horas más antes de marchar a su próximo destino: París. Me prepara un café, “marrón claro, como lo hacemos nosotros”, y entonces nos sentamos a conversar.

Un recuerdo de la infancia que salvarías del olvido
Cuando tomé el barco en Santa Cruz de Tenerife para venir a Venezuela.

¿Cómo lo recuerdas?
Recuerdo que cuando el barco zarpó ya era de noche. Íbamos en la baranda viendo cómo oscurecía, viendo las luces de los pueblos. Recuerdo que mi mamá y mi papá decían: “Ah, esta debe ser Candelaria”, por las luces de la isla que íbamos abandonando. El pueblito de nosotros se llama La medida y en un determinado momento mi papá o mi mamá dijo “Aquello debe ser La medida”, y entonces yo que era muy chiquitico dije: “Adiós, Medida”. Y me despedí de mi pueblo para siempre.

Me acuerdo porque mi papá y mi mamá se rieron mucho, les causó a ellos mucha gracia que yo me despidiera así.

Un recuerdo de la escuela, el más antiguo

El más antiguo que tengo es de mi escuela aquí (España), donde aprendí mis primeras letras. Mi primer maestro fue Don Luis Olima. Recuerdo que nos pegaba con una regla pero no porque era malo sino porque esa era la educación española de ese tiempo. Una vez rompimos un porrón y él se molestó mucho. También recuerdo que nos daban leche, una botella de leche que nos daba el gobierno de Franco, pero a mí no me gustaba el sabor de la leche sola, hasta el sol de hoy, entonces mi mamá me daba como una servilletica envuelta; creo que no habían servilletitas en mi pueblo en aquella época; me daba un papelito o algo con el gofio y azúcar para que yo se la echara a la botellita y podérmela tomar. El sabor de la leche sola nunca me ha gustado.

Cinco momentos históricos de Venezuela que te cambiaron la vida de alguna manera

El triunfo de Luis Herrera Campins porque fue la primera vez que yo me sentí involucrado en cosas políticas…

Mira, antes la política no te cambiaba demasiado la vida. Nosotros teníamos gobiernos que no determinaban que tu vida cambiara radicalmente, hasta que llegó el Comandante Hugo Chávez; esos sí han sido los momentos históricos que más me han cambiado la vida, o sea, por la llegada de Hugo Chávez pasaron muchas cosas en mi vida. Para bien y para mal. Y, sobre todo, pasaron cosas en mi país para muy mal.

Entonces los momentos históricos que a mí más me han marcado… O sea, lo de antes… No puedo decir que mi vida se enrumbó porque Caldera ganó la segunda vez o porque Carlos Andrés… No, no. No produjeron en mí grandes cosas. Chávez sí, por ejemplo. Chávez marcó mi forma de humor, pero también mi decepción de la realidad nuestra. Mi vida familiar, la diáspora, los amigos… Son cosas que te marcan muy concretamente. Antes sólo teníamos malos gobiernos pero después de que llegó Chávez hemos tenido y tenemos la destrucción del país que, mucho más que un mal gobierno, es la destrucción de una manera de vida.

Entonces, bueno, de Chávez debo tener como cien momentos y sería largo de relatar. Pero más que todo ese fue el momento donde la política más ha influido en mi vida.

Algo concreto que recuerdes de Chávez

Recuerdo que una vez coincidimos en un programa de radio cuando él era candidato presidencial. Era un programa en el que yo participaba y no quería estar ahí ese día. A mí nunca me gusta estar cerca de los políticos o al lado de los políticos porque los políticos tienen una cosa que hace que uno se encariñe con ellos cuando los conoces porque tienen una magia y magnetismo y carisma y yo no me quiero encariñar con los políticos.

Yo me encariño con los políticos cuando ya dejan de ser políticos. Por ejemplo, con Caldera ahora yo estoy encariñado. O sea, a mi me parece que Caldera, con sus fallos y con sus cosas, fue un hombre extraordinario para Venezuela, como Rómulo Betancourt. Son dos personas que protagonizaron el momento político más lúcido que ha tenido Venezuela en su historia, que es el Pacto de Punto Fijo.

Eso sí fue algo que cambió mi historia pero yo no había nacido todavía cuando pasó. Y después, claro, hay muchas otras cosas que cambian tu historia antes de que nacieras. Yo siempre predico en mis monólogos que uno es un ser histórico. O sea, si el General Espartano Leónidas no hubiese ido a pelear en el paso de las Termópilas en el año 380 antes de Cristo, ni tu ni yo estaríamos aquí. O si César Augusto no cruza el río Rubicón, porque uno es producto de toda la historia anterior, un poco como el efecto mariposa: si cambias algo antes, toda tu vida cambia.

Tengo entendido que estudiaste Política y Teología, ¿cómo lo relacionas? ¿En qué se relacionan para ti?

Yo creo que política, religión, humor, filosofía, están concatenadas porque todas ellas tienen que ver con el destino del ser humano. La política con el destino concreto del ciudadano. La religión con el destino trascendente. La filosofía con el destino del pensamiento. Y el humor con la gracia necesaria para darle sentido a todo eso.

¿Cómo era Laureano Márquez antes de convertirse en Laureano Márquez, el que conocemos hoy?

Yo tenía una relación de afición al humor. Los humoristas en general son gente que no sabe que es humorista hasta que todo el mundo se lo hace notar. El humorismo es una… A mí me gusta mucho como lo definía Zapata: él decía que es como una enfermedad con la que nace cierta gente. Y tú no te das cuenta. Cuando uno tiene una falla visual uno no se da cuenta hasta que le ponen unos lentes. Yo recuerdo que yo veía las cosas y me parecía que las cosas se veían así.

La primera vez que yo fui a hacerme un examen de la vista y me pusieron la forma yo dije: ¡Coño, el mundo se puede ver de otra manera! Y uno ve los árboles y se les ven las hojas. O sea, yo veía los árboles como una cosa verde y yo pensé que los árboles se veían así. Entonces el humorista piensa que él ve el mundo como el mundo es, hasta que cae en cuenta de que son unos lentes que él tiene y que nació con esos lentes y que todo el mundo celebra lo que él dice. Pero él habla en serio y la gente se ríe. Al principio te dan ganas de llorar pero después lo asumes.

Y después tratas de vivir de eso.

¿El humor es un estilo de vida, es una manera de ver la vida o es algo más?

Es un estilo de vida, es una manera de ver la vida y es algo más. Sí. Y yo creo que es un estilo espiritual de acercamiento con la gente y con la realidad. Y de amar, en el sentido cristiano de la palabra amar. El humorismo auténtico debe llevarte al amor.

Después es una forma de ver el mundo. Sin duda. El humorista ve el mundo con sus lentes, con el color del humor.

Y después es algo más: es una manera de enfrentar la tragedia, de enfrentar el dolor, de combatir el sufrimiento y de mantener viva la esperanza.

¿Alguna vez pensaste que con el humor ibas a poder intervenir en un momento tan crítico de la historia venezolana?

No. No. Nunca. Y de hecho todavía, a mi todo el mundo me dice que lo que yo hago es muy importante pero yo, a mí mismo, no me veo así. Yo me veo como siempre. Yo siento que, como dice el evangelio, hago lo que tengo que hacer. Yo no tengo ningún mérito, yo no soy una persona extraordinaria: yo soy una persona que, como un herrero, hace rejas y, en vez de piratear, el tipo hace lo posible porque su reja quede lo mejor.

¿Un poco como la fábula del Colibrí que mencionas tantas veces?

Exactamente. Yo trato de que lo que hago quede lo mejor posible. A veces hago una reja y me queda chucuta pero la gente es tan agradecida que me dice: “¡no vale, está bien!”. Y otras veces me quedan muy bien. Pero trato siempre de hacerla con el mejor propósito, no soy un estafador. A mí me gusta hacer una reja buena, de calidad, y si el tipo no me la pagó tampoco me importa mucho. Me importa que quede buena, y creo que todo lo demás viene por añadidura.

O sea, si tú eres un buen fabricante de rejas te va a ir bien en la vida.

¿Hay algún libro o libros que condicionaron quizás tu manera de ver la vida?

Sí. Yo creo que no hay un libro en particular, hay muchos libros.

O quizás autores

Sí, autores sí. Por ejemplo, en la literatura venezolana: Andrés Eloy Blanco, Aquiles Nazoa, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri. Ahora estoy leyendo al hermano, que no lo conocía, Juan Uslar Piertri, muy interesante. Gente como Caballeros, José Ignacio Cabrujas. Es que son muchos.

¿Y de alguna manera eso te ayudó a entender el país, a leer el país?

Sí, sí, sí. Es que yo solo no puedo, yo no puedo, yo me auxilio con la gente que ya lo ha visto y lo ha pensado. A lo mejor algún día yo también lo puedo pensar y producir un pensamiento original pero yo me apoyo mucho en lo que gente muy inteligente ha pensado. Yo no soy tan inteligente, lo que pasa es que no lo digo porque mejor que la gente siga creyendo que sí lo soy. Pero yo leo gente inteligente como Uslar, que era un hombre inteligente, o como Mariano Picón Salas, que era un hombre muy inteligente también, y leo lo que ellos escriben y coincido con ellos, desde la intuición que yo tengo del país. Me apoyo en ellos para construir el mensaje que quiero hacer.

Carlos Rangel, del buen salvaje al buen revolucionario… Sí, hay muchas cosas: en la poesía, en la literatura. ¡Cadenas! En el arte… Yo creo que los venezolanos tenemos una bonita fuerza cultural; nosotros a veces olvidamos lo grandes que somos.

¿Alguna frase?

De Mariano Picón Salas recuerdo una frase que se refería a los venezolanos que estaban en el “vivamos, callemos y aprovechemos”. Me parece una frase lapidaria. También “sembrar el petróleo”, la famosa frase de Uslar.

¿Qué humoristas te gustan?

De los nuestros me gusta Pedro León Zapata, Emilio Lovera, me gusta Claudio Nazoa… Me gustan todos los nuestros. Son los que más me gustan. Cayito Aponte. O sea, me gustan todos los nuestros, pero todos. Son muy buenos. No hay ninguno que yo pueda decir que no lo es. Y después, en el plano internacional, me gusta Chaplin, obviamente, que es el gran maestro. Me gusta un argentino que se llama Enrique Pinti, me gusta un chileno que se llama Coco Legrand, me gustan mucho los colombianos: Garzón era un hombre increíble. Los tres chiflados. Carol Burnett me parecía genial. De Italia, Totó. Los clásicos, yo voy mucho por los clásicos.

¿Qué crees que pudo haberle dado el humor al mundo?

Mira, todo. Probablemente incluso el pensamiento surgió en el hombre cuando comenzó a reír de sus dolores. Y creo que las primeras formas de comunicación y verbalización tuvieron algún contenido humorístico. Y creo que, después de la angustia de una casería en la prehistoria, o de los momentos más duros del día, cuando el hombre se reunía con sus congéneres, en torno al fuego de la cueva, seguramente ahí había humor, ahí estaba naciendo el humor.

Y el humor es el compañero del ser humano para sobrellevar los dolores de la vida, que son muchos y muy variados. Es un antídoto contra la intolerancia. Creo que el humor, silenciosamente, ha librado las mejores batallas por la paz.

¿Te viene a la memoria algún recuerdo universitario?

Sí, muchos. La primera vez que fui a la Universidad Central. El Aula Magna, mi graduación. La biblioteca me fascina todavía hoy. Me gustan todas las bibliotecas, pero me gusta la biblioteca de la Universidad Central. En estos días fui, me había olvidado además de la bella vista de Caracas que hay desde esos balcones. Es increíble. Me gustan los salones de clase, tan clásicos. Me gustan las Nubes de Calder, el Pastor de Nubes, las obras de arte que están por toda la universidad. Todo, todo. Yo soy un enamorado de la Universidad Central de Venezuela. Yo quisiera que la Universidad Central de Venezuela floreciera como merece; como merecen los que la pensaron, los que la soñaron, los que la construyeron, los que la fundaron hace tantos siglos.

La Universidad Central de Venezuela ha dado grandes cosas al país. Hay que mantenerla como la primera casa de estudios del país. Y bueno, este gobierno ha sido… ha golpeado mucho también la educación universitaria. Tristemente, entre las cosas que destruyó está la educación universitaria. Pero ni está tan destruida como mucha gente piensa. Porque aquí estás tú, eres producto de la universidad y eres buena, entonces significa que, aún en estas circunstancias, la universidad es tan noble que produce gente buena.

¿Cuál es la característica que más admiras del ser humano?

La coherencia, creo. La coherencia entre lo que uno piensa y lo que uno hace. En ese sentido yo admiro un poco al chavismo, lo admiro entre comillas, porque ellos son coherentes con su pensamiento destructor. Pero por supuesto que me gusta la coherencia buena, la bonita, la gente que… Me impresiona la gente que es muy digna y muy honesta; la honestidad. Me parece algo importante el compromiso con las ideas, esa gente que logra vivir comprometida con su pensamiento. Me parece la virtud más admirable.

¿Una palabra del castellano?

Amor.

¿Si tuvieras que elegir una sola fábula para contar cuál sería? Y sé que es una pregunta difícil porque te gustan mucho

Bueno la del colibrí me gusta mucho. Y las de El Principito, todas… Es que elegir una cosa siempre es difícil.

Tú siempre hablas muy bien de los venezolanos y yo creo que eso es importante pero ¿hay algún rasgo del venezolano que te quite el sueño? ¿Algo que te haga pensar que contra eso debe luchar nuestra sociedad?

Sí, la viveza, el oportunismo, el egoísmo. Son diferentes formas de llamar lo mismo. Eso me quita el sueño, a veces pienso que no podemos cambiar, que no vamos a cambiar. Ese afán de que nuestro lucro personal esté por encima del país nos hace mucho daño. Por eso esa frase de Mariano Picón Salas, cuando él criticaba que el venezolano estaba en el “vivamos, callemos y aprovechemos”; ese rasgo es el más feo.

¿Y cómo encuentras la esperanza para trasmitirla en tu discurso?

La encuentro en la gente buena, en la gente que está resistiendo desde la bondad. En la monjita que tiene una escuela en Petare, en la gente que está en Mérida y sigue haciendo mermelada aunque no se consigue azúcar, en los que tienen una posada y siguen tendiendo las camas para que vaya la gente. En el hombre sencillo que no roba. En la gente que está en el barrio y está haciendo lo que puede para que su hijo se gradúe de sexto grado. En ese conjunto de cosas que se va entretejiendo; cuando miro por mi ventana y encuentro el Ávila: eso me ayuda a resistir, la belleza. La belleza humana y la belleza física, pero primero la humana.

¿Cualquier otra cosa que no te haya preguntado?

Me lo preguntaste todo.

¿Algún mensaje para finalizar?

Decirle a la gente que pueda leer esto que no se depriman, que no lloren… O que lloren, no importa, yo también lloro con bastante frecuencia, pero que sientan que se puede. Que no debemos perder la esperanza, ni siquiera con la muerte, porque muchos seres humanos creemos que no todo termina en la muerte. Y bueno, yo no sé si todo termina en la muerte o no, pero la creencia de que no todo termina en la muerte a mi me ayuda a vivir.

Independientemente de que no sea así. Igual que la creencia en Dios: a lo mejor Dios no existe, pues, al final, pero su creencia ayuda al ser humano a seguir adelante. Entonces la esperanza es lo propio del hombre. La esperanza es construir una humanidad mejor, apostar a que el mundo sea un poquito más maravilloso gracias a tu presencia, y ese es quizás el mensaje que hay, el trasfondo de todo.

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