De una seria distracción

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En vehículo propio o público, transitar por las calles venezolanas significa profundizar en el estrés de la supervivencia. No hay elemento de distracción que también ayude a acortar psicológicamente las distancias, pues, constituye una imprudencia y un riesgo descubrir nuevos compases ad interim, jugar con el teléfono o leer atentamente y, menos, en una tableta.

Así las cosas, jugamos a observar al resto de los mortales. Por ejemplo, hemos contado las personas que andan con un reloj pulsera y, según nuestras improvisadas estadísticas, el promedio es de dos o tres por cada diez, generalizada la costumbre entre aquellas de mayor edad, las que cumplen presuntamente con una agenda diaria de actividades y se encuentran en espacios más cerrados y seguros, faltándonos por aproximarnos a la aparente pertenencia a un sector o clase social.

Estos ejercicios de una cada vez menos  distraída observación, lo hemos llevado a los restaurantes, comederos y demás referentes de consumo masivo.  Antes de iniciarse la sesión vespertina de la Asamblea Nacional, tomando  la debida previsión,  nos impusimos de una “bala fría”, según la rica jerga urbana venezolana, en un centro comercial cercano, pero – antes de marcharnos  – tomamos algunas gráficas e, incluso, meditamos un poco sobre la necesidad de documentar estos tiempos con muestras objetivas que pueden servir de soporte para algún  tesista desocupado.

En pleno mediodía, la feria de comida rápida estaba simplemente vacía, antes repleta de personas que esperaban la ocasión de una mesa, con la ayuda de los vigilantes que procuraban despachar a quienes no les permitían extenderse con un café. Muy pocas mesas daban testimonio de consumidores, entre los cuales, por la vestimenta forzada, notamos a un empleado gubernamental, pues, el resto, descansaba para seguir camino o conversaban lo justo y preciso.

Nos faltó tiempo para ir más lejos, porque – al fotografiar las mesas de una panadería en el mismo lugar –  la vestimenta, aún de los más jóvenes,  lució  de una precariedad antes inimaginable, con un reducido porcentaje de aquellos que usan el móvil celular, sí es que los tienen. Por supuesto, la mendicidad parece no tener límites.

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