Cual mandamiento

Para amarte borro la obscenidad de mis faltas y las horas son relámpagos cuando nos encontramos. Muerdo, rasguño y pellizco tu cuerpo alternando el peso y tú buscas con la boca el lado izquierdo de mi cuello. Parados frente al vestidor con las manos en alto te absorbo en la tarde seca y ruidosa sin reparar en el alcance del alboroto que haremos. Preguntas y respondo las cosas que más tarde y mañana me llevarán de vuelta contigo cometiendo actos impuros porque te tengo en la proximidad del cabello y los lunares que se esparcen por el cuerpo, desde las piernas hasta la oreja y en medio de la espalda.

Para amarme buscas la oscuridad y el tacto es oxígeno porque no estás mirando. Escuchas, respiras y degustas la piel con los ojos cerrados mientras yo busco una luz que me muestre tus hombros más allá de mis manos. Sentados sobre una cama en medio de la sala, con zancudos volando a nuestro alrededor, te huelo en otra noche húmeda y callada que nos prepara para hibernar en el placer del recuerdo cuando hay distancia. Te pienso en la lejanía que se aproxima comprometida y limitada y que me llevará hasta ti a través de hilos de cobre y señales de aparatos que flotan en el espacio transformándose en tu voz.

Para amarnos bautizamos la orfandad de la despedida y el pecado con sudor bendito y agua de playa. Al amanecer veo tus ojos marinos de bahía quieta y escucho a lo lejos una posible tormenta; una ola gigante que arrase la paz que nos damos. Echado de espalda sobre una estera, deseando lo que es del prójimo, me miras cual mandamiento mientras yo veo cómo se balancean las palmeras sobre nosotros en una mañana mestiza de sol y sombra. Con una mano recojo y dejo caer la arena repetidas veces y te incorporas sobre un costado pasando un dedo sobre mi abdomen sin nada que decir. Yo me acerco más a tu piel que es una carretera recién asfaltada en la que me pego kilómetros de distancia desde la ida hasta el regreso; hasta que te vuelva a ver.