El Estado es mío

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Fue su primer acto de política exterior. Apenas días después de la elección Trump se reunió con Shinzo Abe, el primer ministro de Japón. La foto dio la vuelta al mundo en minutos, por el encuentro en sí mismo y por los demás participantes. Es que allí también estaban la hija y el yerno del presidente electo, en una reunión de Estado.

La disculpa anterior de Ivanka Trump, por haberse aprovechado de una entrevista en el programa 60 Minutes para promocionar su línea de joyas, había dado que hablar a los analistas políticos. Su presencia en una reunión con un jefe de gobierno extranjero pues fue una invitación para los abogados constitucionalistas. Instaló el problema del conflicto de interés en la agenda de la transición.

En la agenda de todos menos en la Trump, esto es. Ocurre que el presidente electo no parece estar dispuesto a observar la tradición de vender sus activos antes de asumir, ni tampoco colocarlos en un blind trust, fideicomiso con directiva desconocida. Por el contrario, ha manifestado que continuará ejerciendo control accionario de sus compañías, las cuales serán administradas por sus hijos. Sospechas de una presidencia “con fines de lucro”.

Pero es más que dinero. La intersección de sus intereses con el Estado presenta anomalías sin precedentes. Trump tiene negocios en países extranjeros y en muchos casos con financiamiento originado en el exterior. El Banco de China y el Deutsche Bank, por ejemplo, están entre sus acreedores. La pregunta obvia es de qué manera afectaría ello la política comercial—en el caso del primero dadas las controversias arancelarias—o la política fiscal y monetaria—en el caso del Deutsche Bank dado que, con problemas, hace tiempo que se habla de un salvataje internacional.

También podría verse afectada la política exterior en sentido estricto. Hay una Trump Tower en Bakú, Azerbaiyán, nación gobernada por la tácita dinastía Aliyev. Trump elogia a otros autócratas de Asia Central con frecuencia, recientemente a Nazarbayev de Kazakhstan. La pregunta es acerca de las posibles sanciones, tema históricamente central en la política exterior del país, habiendo un objetivo comercial por parte del presidente. Sería un colosal conflicto de interés.

“Han perimido los conceptos clásicos para definir la política exterior. Habrá que olvidar todos los “ismos” de las relaciones internacionales, será solo incertidumbre y volatilidad”

Agréguese la conmoción causada en Beijing por la conversación telefónica entre Trump y la presidente de Taiwán, según algunos por el mero objetivo de acelerar un proyecto inmobiliario de gran escala en el aeropuerto de Taipei-Taoyuan. Con ello también se revierte la política fijada por Nixon (y Kissinger) en 1972—y continuada por todos los gobiernos posteriores—que reconoce a Beijing como el único gobierno chino.

Han perimido, tal vez, los conceptos clásicos para definir la nueva política exterior. Habrá que olvidar todos los “ismos” del debate en relaciones internacionales: realismo, internacionalismo, multilateralismo o unilateralismo. Será solo incertidumbre y volatilidad.

Hay más. En Washington DC, en línea recta y equidistante entre la Casa Blanca y el Congreso se encuentra el Trump International Hotel. Funciona en el viejo edificio de correos, propiedad del gobierno federal arrendada a tal efecto. Si no desinvierte, el presidente será locatario y locador al mismo tiempo.

Pero si el encuentro entre la familia Trump y Abe tuvo importancia por el tema, el lugar del mismo también dice mucho. Las fotos, tomadas por el cuerpo diplomático japonés y divulgadas por el equipo de relaciones publicas del primer ministro, muestran la escena en la renombrada Trump Tower de la Quinta Avenida. En el majestuoso triplex el decorado habla por sí mismo, y habla de historia y de política.

Consultando la adecuada bibliografía, me informo que el penthouse de Trump está decorado en estilo Luis XIV. De ahí los pisos y columnas de mármol, las arañas gigantes, esculturas imponentes y murales en el techo. El oro 24 kilates recorta desde desde las molduras hasta las bandejas y los vasos. El mobiliario es lujoso en extremo, predominando el color marfil en los tapizados de los sillones. Un verdadero Versalles en las nubes, a propósito de Luis XIV quien lo construyó en el apogeo del absolutismo monárquico francés.

Pero tampoco hay que exagerar la analogía. Trump solo parece compartir con Luis XIV una inclinación por el mercantilismo de Colbert, según se desprende de su capacidad para persuadir a la firma Carrier de continuar operando en el estado de Indiana. Lo demás son solo contrastes. Luis XIV, el Rey Sol, es conocido por aquella frase que resume el período absolutista: l’État c’est moi. Trump no diría más que l’État est mien.

Fuente original: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/12/04/america/1480809901_614574.html

 

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