El colapso ¿definitivo? del diálogo

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El diálogo ha muerto, anunció Henry Ramos Allup. Es una estafa, denunció Henrique Capriles. No volveremos a sentarnos a la Mesa de Diálogo, informó Jesús Torrealba. ¿Viva de nuevo la calle?

El pasado 30 de octubre, te quiero, no te quiero, los representantes de UNT, PJ y AD corrieron a sentarse a la tramposa Mesa de Diálogo convocada por el Vaticano y por los ex presidentes aliados de Nicolás Maduro. Diez días antes, el régimen había cerrado a cal y canto la opción constitucional del referéndum revocatorio, un auténtico zarpazo al estado de Derecho, y de la noche a la mañana la MUD se había quedado sin opciones. Hasta tal extremo, que dirigentes tan sospechosamente prudentes como Julio Borges y Henrique Capriles convocaron al pueblo a la rebelión popular. No porque de pronto una luz maravillosa les hubiera iluminado lo que no entendían pero que estaba perfectamente claro para el resto del país, sino porque o daban ese incómodo paso que los emparentaba directa y peligrosamente con la desafiante estrategia de La Salida, propiciada por Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma en febrero de 2014, o tendrían que abandonar el escenario político a toda prisa por la angosta puerta de la cocina.

Aquella nueva y súbita postura de la MUD tuvo su punto de mayor efervescencia el 26 de octubre, con la masiva movilización en todo el país de centenares de miles de ciudadanos indignados, ocasión que Ramos Allup, Capriles y Torrealba aprovecharon para anunciar que la AN iniciaría de inmediato un juicio político a Maduro para establecer su responsabilidad en la sistemática destrucción de la vida política y económica de Venezuela y que el jueves 3 de noviembre, pueblo y diputados más juntos que nunca, marcharían hasta Miraflores para entregarle a Maduro su carta de despido.

No creo que esas amenazas iban en serio. No cuadraban para nada con el carácter apaciguador de ese sector “políticamente correcto” de la oposición. Más bien era una forma de ejercer presión sobre Maduro y obligarlo a negociar. Y tenían razón, aunque sólo en parte. Acorralado por una economía que hacía aguas por todas sus costuras y por la impaciencia del Vaticano y Washington, poderes sumamente preocupados por el rumbo incierto que tomaba la crisis venezolana, Maduro terminó por acepar sentarse el 30 de octubre a una Mesa de Diálogo que como todos sospechábamos, en verdad no lo era.  

El resto de esta penosa historia de componendas y traiciones la conocemos: Maduro y sus asesores cubanos, cegados por la ideología del más anacrónico de los absolutismos, de nuevo se burlaron del país, del Vaticano y de la comunidad internacional. Y lo hicieron de manera tan grosera, que a la oposición no tuvo más remedio que recoger velas a toda velocidad.

Esta decisión de la MUD, al parecer en pleno, incluye, al menos por el momento, reanimar la agenda de calle y comenzar el juicio político a Maduro. Una reacción que sin duda no ha sido tomada a la ligera, sino tras mucho debatir entre ellos y con sus conciencias. En realidad, no tenían otra alternativa. Sobre todo, porque horas antes de la última y fallida reunión de la llamada Mesa de Diálogo, prevista para el pasado 6 de diciembre, nada casualmente primer aniversario de la derrota por paliza de Maduro en las urnas de las elecciones parlamentarias, llegó a Miraflores una carta firmada por monseñor Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano y hombre de la mayor confianza del papa Francisco, exhortando a Maduro a cumplir los acuerdos adoptados en las reuniones del 30 de octubre y del 11 y 12 de noviembre, y exigiéndole fijar un cronograma electoral “sin dilación” y la libertad de todos los presos políticos. En caso contrario, el Vaticano dejaba entrever que abandonaría su gestión mediadora.

Acorralados por esta nueva y ominosa realidad, los venezolanos, sin nadie que realmente los proteja, son hoy por hoy víctimas indefensas de la mala fe del régimen y de la incoherencia de ese sector complaciente de la oposición. Un gran logro del régimen. Mientras tanto, para mayor infortunio de los ciudadanos, el bolívar, es decir, el presente y el futuro de Venezuela como nación posible, prosigue su loca carrera hacia la nada y hacia la desesperación colectiva.

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