Crónicas de la realidad

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La servidumbre totalitaria comienza cuando compramos mansamente la versión del régimen. Y frente a esa posibilidad, que se nos impone por la fuerza de la propaganda oficial, no queda otra opción que apelar constantemente a la realidad. Los datos están allí y la experiencia cotidiana a la que están expuestos los venezolanos son certezas más convincentes que cualquier alegación. Venezuela, por ejemplo, ocupa el primer puesto en el Índice de Miseria. Lo ha estado ocupando en los últimos años porque la inflación más alta del mundo se ha conjugado con un desempleo que es evidente pero que el régimen lo encubre en la mitad de la población confinada a la informalidad y al destajo. Y para colmo, la producción se ha desplomado. Se ha perdido al menos un 25% de nuestro PIB en tan solo tres años, con sus secuelas en el ser y en el que hacer de los ciudadanos venezolanos. Esa es la realidad.  

El Observatorio Venezolano de la violencia concluyó que 2016 fue un año particularmente conflictivo en Venezuela, que esa conflictividad es un indicador de primer orden de lo que está ocurriendo en el proceso social y político que vivimos. Este socialismo, que promete amor, paz y felicidad, en realidad ha expandido la violencia, en sus modalidades y en su gravedad. Baste decir que ocurrieron al menos 28.479 muertes violentas. De ese total, un 64% fueron homicidios, y la otra porción corresponde a muerte en enfrentamientos con las autoridades -19%-, y muertes en averiguación -17%-. El régimen niega esas cifras, pero no presenta estadísticas oficiales. Pero la realidad muestra un torbellino perverso en el que la partidización de la justicia, el colapso carcelario, la insurgencia de bandas, cada vez más organizadas, la impunidad oficial y un discurso sistemáticamente violento, son los condimentos de una realidad que se acumula en términos de muertes y desasosiego.  A esta vivencia que lleva gestándose en los últimos veinte años, el OVV ha añadido una novedad terrible y muy dolorosa: la aparición generalizada de la violencia por
hambre.

La Encuesta sobre las condiciones de vida de los venezolanos, una lúcida iniciativa de las universidades venezolanas, da cuenta de esta circunstancia. Desde el 2014 ha venido advirtiendo que una inmensa ola de pobreza se ha volcado sobre el país. Los venezolanos están castigados por un abismo insalvable que media entre sus ingresos y el precio de la canasta básica. El colapso monetario ha derrumbado la calidad de vida de los venezolanos. La clase media ha sido arrasada, algunos se han visto forzados a intentar una emigración improvisada, los empleos se pierden, las empresas cierran, los mercados negros se convierten en una alternativa que luce inabordable, no hay forma de mantenerse a buen resguardo de cualquier imprevisto, y lo cierto es que ya formamos parte irreversible de una sociedad depauperada, a la que le costará muchos años de esfuerzo y fortaleza encontrar el camino de la recuperación.

El problema es el “mientras tanto”. Porque la depauperación no es una experiencia subjetiva. La gente tiene comida o no puede comer completo. Si la gente pierde su empleo y deja de percibir ingresos, tarde o temprano comienza a juguetear con el hambre. Un poco menos cada día. Un poco peor con el paso de los días. Así se acumulan las carencias mientras no hay una sola señal de que se esté organizando, con sentido de urgencia, alguna medida que pueda paliar al menos a los que están más allá de cualquier cobertura social. Las bolsas CLAP no son una solución, aunque el gobierno las haya convertido en el buque insignia de su recuperación política. Si ellas hubieran resuelto algo no nos tropezaríamos a cada rato con familias que escarban la basura para buscar los restos que otros dejaron. Las estadísticas indican que el 15% de las familias, las más pobres y vulnerables comen desechos. Las magnitudes no engañan. Si las estadísticas no se equivocan, nos estaríamos refiriendo a que 1 millón de familias venezolanas están lejos del sustento mínimo para seguir viviendo. Las madres pobres se desmayan en las maternidades. Los niños pobres menores de dos años sufren desnutrición que los inhabilita para el futuro. Los ancianos ven acortar sus días por las mismas razones. Los enfermos tampoco reciben todos los nutrientes que necesitan. Y los demás pierden peso, se ríen de la gracia, pero se sienten condenados a un proceso implacable de deterioro.

El derecho a la salud está derogado. El que se enferma hoy no tiene como curarse. A la tragedia del padecimiento hay que sumarle el miedo de morir por la estupidez de no contar con el antibiótico apropiado, el calmante, o la droga que pueda hacer la diferencia. Los hospitales están arruinados, y son una demostración esplendida de lo que puede hacer la falta de talento, la escasez de probidad, la improvisación, el desahucio de la formación profesional, la corrupción y de nuevo, la recalcitrante indiferencia de este voluntarismo socialista que solo piensa en mantenerse en el poder, sin respaldo popular, con la sola represión, y el desgaste que significa el ser parte de un sistema que nos obliga a la carencia. El miedo es parte de la cotidianidad del socialismo. El miedo y la búsqueda afanosa, primitiva, de obligada sobrevivencia, imposibilitada de la acción colectiva, esperando que esto pase de alguna manera. El hambre, la enfermedad y la violencia nos reduce a una condición primitiva, solitaria, breve y brutal.

El Observatorio de la Propiedad Privada, liderado por CEDICE,  en su último boletín da cuenta de la terrible expoliación a la que ha sido sometida la sociedad venezolana: “2016 fue un año terrible. Afirmación avalada por las cifras: durante 9 años consecutivos Venezuela ha ocupado los últimos lugares en el ranking del índice internacional de derechos de propiedad, de esos nueve años durante los últimos tres, hemos ocupado el último lugar. Ese deshonroso lugar tiene explicación en el gran número de actuaciones contrarias a los derechos de propiedad perpetradas por el Estado, que desde hace casi dos décadas han ido mutando, pero sin importar la forma que asuman, tienen en común el deliberado interés en acabar con la propiedad privada. Los números son la expresión de un error brutal, que solamente nos ha conducido a esta pobreza que hemos relatado: El Observatorio de la Propiedad, registró entre el 2005 y 2011, la cantidad de 1.167 violaciones a la propiedad privada en diferentes sectores económicos: alimentos, agroindustria, banca, construcción, comercio, telecomunicaciones, metalúrgico, turismo, petrolero, gasífero, transporte, papel, textil e incluso en el sector educativo. En el período 2012-2015 el Observatorio de Propiedad estimó 1270 violaciones a la propiedad privada. En el “Informe para Segundo Ciclo del Examen Periódico Universal de Venezuela, en el Período de Sesiones N° 26 del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas” se hace un recuento de los ataques sufridos a la propiedad privada, y se demuestra que no solo se ha usado la vía de las “expoliaciones”, sino también se han realizado intervenciones, ocupaciones temporales, regulaciones confiscatorias y multas, como parte de una política sistemática del gobierno para la instauración del socialismo del siglo XXI, obviando el contenido del artículo 115 de la Constitución que garantiza el derecho de propiedad. 2437 agresiones que se han transformado en menos empresas privadas y menos mercado. El resultado no podía ser otro que esta realidad.  

La constitución es una nota al margen. El régimen se deslindó hace tiempo de sus deberes y se ha extendido, en términos de prerrogativas, tal cual ocurre en las dictaduras totalitarias, sin otro límite que el mero capricho, la última ocurrencia, y ese instinto que, por momentos, les hace temer ir demasiado lejos o demasiado rápido. No tenemos a mano lo que ha ocurrido en 2016. Pero la empresa se ha desplomado en un 60%. El año cerró con el saqueo dirigido contra los inventarios de la empresa Kreisel. La fiesta depredadora condujo a una realidad patética. Los empleados de esa empresa no tienen cómo cobrar su sueldo. La verdad es que, si no hay inventarios, no hay venta. Y sin ventas, no hay ingresos para pagar a nadie. El régimen nos ha convertido en lobos que nos devoramos el bienestar de los otros, en una modalidad de exterminio que se llama “socialismo del siglo XXI”.

El daño tiene una causa. Hay que repetirlo una y otra vez. El origen es ideológico. La ideología convertida en régimen autoritario nos ha colocado a todos en una gran fila. Al final de la cola hay una sentencia de muerte o de servidumbre. No importa lo que digan. No importa lo que prometan. No importa la propaganda. Lo único importante es esta realidad, y el imperativo de pensarla en término de su causa raíz. No hay forma de cohonestar, convalidar, coexistir, ni negociar nada. Ellos practican nuestro exterminio, y nosotros deberíamos hacer todo lo posible para sacarlos del poder y garantizar nuestra sobrevivencia. La vida es un derecho que nos estamos disputando. No hay puntos medios. No hay forma de morir viviendo, ni de vivir muriendo. O ellos en el poder y nosotros extinguidos. O nosotros en el poder para que todos los venezolanos tengan al menos una oportunidad de dignidad y progreso. Y como la gente está muriendo, enfermando, desempleada, pasando hambre, con miedo, desesperanzada, huyendo, o presa de la tristeza, entonces no podemos perder el sentido de urgencia que requiere el cambio político. Cualquier otra consideración, en términos de tiempo, es convalidad un crimen.

Víctor Maldonado
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