Reescribir la historia

Vengo a contarles un par de cosas sobre un país situado al norte del Sur, algunas salen en los libros que todavía  leen a los niños en las escuelas, otras  viajan en la oralidad del relato cotidiano y aprietan con férreos nudos, estómagos y gargantas, de quienes las corroboran, viven y padecen a diario. La historia va más allá de una fecha en el calendario, o un pomposo acto de honor,  prueba de ello  los recientes  acontecimientos del  23 de enero.

Es totalmente valido invocar la memoria de un país para reivindicar una causa, apelar a los hechos del pasado para traerlos de vuelta al presente, transformar los acontecimientos en argumentos, ¡todo eso está muy bien! (A nivel de discurso político) ¿Pero tiene algún sentido práctico para los ciudadanos? Si no es así hay que empezar a buscarlo.

Desde 1958  cada  23 de enero se conmemora el restablecimiento de la democracia, un nuevo aire se respiraba en la Venezuela de entonces luego de que el dictador, Marcos Pérez Jiménez huyera a bordo de la Vaca Sagrada. El lunes la Mesa de la Unidad, trató de convertir ese hito histórico en acción de calle contra el gobierno de Nicolás Maduro. Aunque la marcha se realizó, pasó desapercibida, el respaldo obtenido en movilizaciones similares estuvo ausente. Hoy los militantes de la MUD, se mantienen fieles a ella basándose más en los errores y desmanes del oficialismo, que en los aciertos conquistados por la facción política que decidieron respaldar.

Dentro del paralelismo que intenta hacerse entre Nicolás Maduro y Marcos Pérez Jiménez vamos a encontrarnos con una moraleja: las libertades NO SE NEGOCIAN. A pesar de los días fatídicos que vivió la democracia Venezolana antes de 1958; torturas titánicas, tiranía y silencio para la prensa, autoritarismo militar en pleno,  no se puede negar la gran  inversión en materia infraestructura: ¡autopistas, teleféricos y la Ciudad Universitaria! Los que vivieron esa época evocan la seguridad y la solvencia económica con tono nostálgico y lejano: “se podía dormir con la puerta abierta”, “el Bolívar llegó a valer más que el Dólar” dicen. Pero ni siquiera todo aquello que consiguió a fuerza de petróleo y mano dura pudo mantenerlo en el poder, cuando los gobernados se cansaron de estar oprimidos.

Hoy en cambio no tenemos ni lo uno ni lo otro, se nos fue el chivo, llevándose a rastras el mecate, lejos quedaron los días en los que el petróleo rodeó a Venezuela de una atmósfera de opulencia, digna de un oscura versión del  mito de EL Dorado, no hace falta repetir cifras sobre seguridad e infraestructura, para muestra un botón; bastará con decir que ayer ocurrió un robo masivo en la escuela de letras de la UCV y colapsó el puente de Guanape en el estado Vargas.

Al primer mandatario le encanta hablar de inversión social, hace poco entregó la vivienda número: 1 millón 400 mil y unas cuantas semanas atrás enseñó orgulloso su Carnet de la Patria. ¡Todo eso en cadena nacional! Vive pensando que él es una especie de criollo Rey Midas al mando de la revolución, haciéndose la vista gorda de que detrás de él están los ojos del finado, que al igual que Medusa siguen convirtiendo en piedra todo lo que toca.

Otra de sus historias favoritas es la del ataque imperialista de Estados Unidos contra Venezuela, que recientemente trae una segunda entrega: el fervor de normalizar las relaciones bilaterales con el gigante del norte, propósito qué ahora está en suspenso tras la reciente designación de Rex Tillerson  como secretario de Estado para la nación del tío Sam. Las recientes declaraciones de Tillerson sobre recuperar el hilo democrático en Venezuela no pintan bien para el gobierno de Maduro. El viejo conflicto por el Esequibo se asoma tras la silueta del director ejecutivo de Exxon Mobil, ahora el responsable de las relaciones exteriores de EEUU.

Y es la gente, sigue siendo la gente los que más padecen. Son ellos los que sin importar si recuerdan o no lo las lecciones de su profesor de Historia del Bachillerato sobre el 23 de Enero de 1958, si conocieron o saben quién fue Fabricio Ojeda, acuden a la calle (obligados) o para tratar de materializar una solución, apoyándose en los lideres que elevaron a las cúpulas desde donde  ahora los contemplan. Ahí están, recordando tiempos mejores: “éramos ricos y no lo sabíamos” suspiran mientras hacen fila por el pedazo de plástico del que ahora dependerá su alimentación, o miran los noticieros estelares esperando por otro discurso que anuncie una salida “constitucional y democrática”

Mientras tanto Bolívar observa el panorama desde la estatua ecuestre en la plaza del centro, o el interior del Capitolio: “Hay que escribir la historia sin demora”, “ellos han de hacerlo” pifia entre relinchos el corcel esculpido en ébano, mientras observa a los ciudadanos que pasean a su alrededor.

Ahora la pregunta es: ¿Podremos hacerlo? O ¿seguiremos condenados a escuchar este eterno cuento del gallo pelón?           

Kevin Melean
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