Los archivos del terror

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La literatura política que revela las atrocidades de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez fundamenta su veracidad en los dramáticos testimonios de quienes vivieron la era de la tiranía y el terror.

En aquellos tiempos la represión se transformó en un fenómeno torvo y brutal. La disidencia u oposición al gobierno significaba desatar la furia del Estado y cruel era el castigo a pagar por semejante pecado. La Seguridad Nacional (S.N.), se dedicó, sin desmayo ni tregua, a violar los derechos civiles y humanos de la ciudadanía con el objetivo de mantener, a toda costa, el vigor de la dominación militar.

Todo comenzó con un extraño silencio en los medios de comunicación. Al poco tiempo se ilegalizaron algunos partidos y las cárceles empezaron a rebosarse de vagos, maleantes y presos políticos sin debido proceso. En menos de un lustro resultó inevitable que salieran a la luz pública los relatos de arrestos, torturas, exilios forzosos, asesinatos a sangre fría y desapariciones.

Las decisiones se tornaron drásticas frente a estas barbaridades. Mientras unos, de manera forzada o voluntaria, tuvieron que marcharse al exilio y organizar su lucha desde el exterior, otros se escondieron entre las sombras de la clandestinidad y, desde allí, emprendieron en la resistencia contra el régimen militar.

Un libro que resalta por su vasta información en este tema se titula  Los archivos del terror: (1948-1958) La década trágica, obra editada por el guanareño José Agustín Catalá, hombre que a causa de sus ideas sufrió el presidio, la tortura y el destierro. Se trata de una inmensa torre de carpetas en las que se pueden ver nombres, fotografías e historiales. Son los prontuarios que llevaba la policía de la S.N. y fueron publicados después del 23 de enero de 1958, fecha en la que el dictador Marcos Pérez Jiménez, acompañado de la familia y un puño de sus ministros, abordó un avión de la Fuerza Aérea y despegó de La Carlota en dirección a Santo Domingo.

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La mayoría de los nombres que se pueden encontrar entre sus páginas  pertenecen a militantes de Acción Democrática (A.D.), partido ilegalizado por decreto y presa predilecta de los esbirros de la dictadura.

Allí están los nombres de Rómulo Gallegos, Presidente Constitucional de la República derrocado por el golpe del 24 de noviembre de 1948, apresado y expulsado del país a Costa Rica; Andrés Eloy Blanco, Ministro de Relaciones Exteriores, se encontraba en Paris presidiendo la delegación venezolana frente a las Naciones Unidas al momento de la insurrección y se le negó  la vuelta al territorio nacional; y Rómulo Betancourt, Secretario General y líder indiscutible del partido, se refugió en la Embajada de Colombia una semana después del Golpe de Estado y, temiendo por su vida, salió rumbo a Los Estados Unidos el 23 de enero de 1949.

Algunos, menos afortunados, sufrieron del presidio y la tortura antes de ser desterrados. Tales son los casos de Raúl Leoni, Ex-Ministro del Trabajo e integrante del Comité directivo de A.D., detenido por escribir contra la Junta Militar en la revista “Bohemia” y expulsado a Cuba el 15 de julio de 1949; Octavio Lepage, director intelectual de los trabajos clandestinos de A.D., detenido el 8 de mayo de 1950 en una requisa en la que se le encontró propaganda subversiva, recluido en la Penitenciaría de San Juan de los Morros y expulsado a Curazao el 29 de julio de 1954; y Hermenegildo Borrome, líder sindical de A.D., detenido en Caripito por instigar a una huelga petrolera el 1 de octubre de 1952, enviado a la cárcel de Ciudad Bolívar en 1954 y expulsado a México el 15 de julio de 1957.

Otros corrieron con peor suerte y pagaron con sus vidas. Así le ocurrió a  Leonardo Ruiz Pineda, Secretario General de A.D., asesinado a tiros por agentes de la S.N. en la avenida principal de San Agustín el 21 de octubre de 1952; Alberto Carnevali, nombrado Secretario General tras el asesinato de Ruiz Pineda, apresado en una redada y enviado Penitenciaría de San Juan de los Morros, allí se le negó asistencia médica y murió atormentado por los dolores de un cáncer el 20 de mayo de 1953; Antonio Pinto Salinas, nombrado Secretario General de A.D. tras la detención de Alberto Carnevali, detenido y asesinado a tiros por agentes de La S.N. en su camino a la Penitenciaría de San Juan de los Morros el 10 de junio de 1953; Y Víctor Alvarado, dirigente de A.D en la clandestinidad y parte de los cuadros de la resistencia activa, detenido por la S.N. en 1953, brutalmente torturado y asesinado, su cadáver jamás fue encontrado.

Estos son tan solo diez nombres de los centenares de militantes del partido Acción Democrática que forman parte de esta funesta lista.

Jimeno Hernández
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