De candidato a fugitivo

En 1846 la autoridad del General José Antonio Páez enfrenta una oposición organizada que se ha congregado alrededor de la prensa. Se trata del Partido Liberal, un conglomerado de periodistas, artesanos, comerciantes y pulperos, gente que conoce las realidades del país y entiende que aquí existen distintas facciones que velan por sus propias aspiraciones y no hay ninguna que lo haga por el interés general.

Su fundador es un caraqueño que ha cosechado fama criticando abiertamente al Gobierno y, al mismo tiempo, presentando ideas novedosas y proponiendo cambios radicales en asuntos económicos y de política nacional. Se llama Antonio Leocadio Guzmán y ha lanzado su candidatura presidencial para las elecciones venideras desde las páginas de su periódico EL VENEZOLANO.  

La segunda presidencia del General Carlos Soublette se encuentra a punto de término y el General Páez contempla que no puede poner en juego su prestigio histórico con eso de aceptar el ejercicio de un tercer periodo presidencial.

La candidatura de Guzmán enciende el ambiente pues, tanto en ciudades como aldeas, circula el rumor que, al llegar a la Presidencia de la República, distribuirá las tierras de los ricos entre los pobres, liberará los esclavos, repartirá el dinero de los bancos al pueblo y eliminará los impuestos. Estos murmullos han dado paso a todo tipo de desórdenes a lo ancho y largo del territorio, tumultos en calles y plazas, violentas sesiones en los Consejos Municipales y amenazas de alzamientos armados dominan el panorama político de Venezuela.

Es el General Santiago Mariño, Libertador de Oriente y héroe de la Independencia, quien se ofrece a mediar en un diálogo entre los lideres de ambos bandos con el fin de evitar el estallido de una guerra. Este ha logrado pactar un encuentro entre Páez y Guzmán a celebrarse en Maracay. Todo sea por lograr una solución pacifica al conflicto y garantizar el sano desarrollo de las próximas elecciones.

La madrugada del 1 de septiembre, Antonio Leocadio Guzmán ensilla un caballo blanco y sale de Caracas, lo acompañan los señores Tomás Hernández, José Toribio Iribarren y Ezequiel Zamora. A estos los sigue un modesto séquito que empuña con orgullo una bandera amarilla.

La gente sale a saludarlo, aplaudirlo y regalarle vivas en el camino.   Multitudes ovacionan al candidato y con cada caserío que pasa se va sumando gente a la marcha. Entonces aquello que prometía ser la breve travesía de una diminuta comitiva hacia los valles de Aragua se convierte en una larga, creciente y encendida manifestación contra el Partido de Gobierno.

Al día siguiente, en las proximidades de La Victoria y bajo la sombra de un frondoso samán ubicado en la entrada de la hacienda “La Calera”, lo espera el General Santiago Mariño escoltado por doscientos jinetes armados. Los acompañan un grupo de seguidores de Guzmán que se ha presentado en el sitio de manera espontánea con una banda musical y varios mazos de cohetes.    

De pronto, a eso de las once de la mañana, aparece en el horizonte una nube de polvo, esa que levantan los cascos de las bestias y delatan el andar de una caravana a la distancia.

-¡Ahí viene el hombre!- exclama un negrito.

La masa estalla en aplausos y gritería: -¡Viva Guzmán! ¡Viva el Partido Liberal! ¡Abajo la Oligarquía!- las consignas son repetidas, una y otra vez, durante el lapso de varios minutos. Suena el primer cohetón y la banda empieza la melodía cuando el candidato se quita el sombrero y lo alza en ademán de saludo a la muchedumbre.

Antonio Leocadio Guzmán, junto a otros distinguidos personajes, va a la cabeza de un inmenso desfile en el cual pueden observarse, entusiasmados y jubilosos, sobre carretas, el lomo de caballos y mulas o a pie, representantes de los más diversos estratos sociales.   

Es el General Mariño quien se encarga de informarle que en la zona se ha alzado Francisco José Rangel al grito de “Viva Guzmán” y ha saqueado la hacienda “Yuma”, propiedad del Dr. Ángel Quintero, hombre de confianza del General Páez. También le comunica que “El Centauro del Llano” ha tomado las armas como Jefe del Ejército con el objetivo de aplacar el caos latente en la zona. Entonces Guzmán ordena silenciar la música, dispersar la comitiva y opta por no continuar el camino hacia la reunión en Maracay.

El líder del Partido Liberal, ese que partió de la capital como caudillo triunfante, seguido por su mesnada y rodeado de pendones amarillos, inmediatamente se devuelve por donde vino.

El temor a ser apresado por las autoridades a causa de lo acontecido en las tierras del Dr. Quintero lo llevan a regresarse a Caracas con actitud de derrota y en búsqueda del amparo de las sombras y la clandestinidad.

Ahora el candidato no es más que un fugitivo.

 

Jimeno Hernández
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