¿Cómo no ser lo que somos?

Con frecuencia oigo distintas opiniones que intentan explicar la dura realidad que estamos atravesando hoy día en la región. Algunos dicen “el problema es cultural”, otros “es que así somos”; hay quien sostiene que “estamos condenamos por nuestros genes” y algunos osados apuntan a que “tendrán que pasar mínimo dos generaciones” para resolver las dificultades actuales.

Pudimos corroborar estas opiniones haciendo una encuesta con la pregunta:

¿Las dificultades que atraviesa América Latina son causadas por nuestra cultura? Los resultados, sin sorpresa alguna, fueron los siguientes: de 1094 participantes, el 84% afirma que sí, y un 16% asegura que no.

Para hablar sobre este tema me reuní en Caracas con el economista y asesor político, Miguel Velarde. Él piensa que para poder superar las dificultades actuales lo primero que debemos hacer es definir dos puntos: el Punto A, es decir: diagnosticar bien dónde nos encontramos; y el punto B, esto es, dónde deseamos estar, entendiendo ese deseo como como una motivación para actuar. En el primer paso, que es el diagnóstico de la situación actual, Velarde afirma que ni la cultura ni nuestros genes son el problema, sino más bien el contexto. Para este entrevistado el contexto son las leyes, las instituciones y toda la organización de una sociedad.

Nos cuenta que su natal Bolivia es un país donde se respetan muy poco las leyes básicas de tránsito, como el uso del cinturón, respeto del semáforo o el límite de velocidad. Por no tener salida al mar, los bolivianos  deben ir hasta el norte de Chile cuando desean pasar un fin de semana en la playa. Dice Velarde que es asombroso ver cómo los bolivianos, antes de entrar en territorio chileno, lo primero que hacen es colocarse el cinturón y respetar los límites de velocidad, pues en ese país —con fuertes instituciones— las leyes se hacen cumplir. Esto demuestra que del cumplimiento de las leyes no nos separan dos generaciones de ciudadanos, sino solo media hora de carretera. Con este ejemplo no quiere decir que los chilenos sean mejores personas que los bolivianos, sino que en Chile el contexto es mejor que en Bolivia. Es por eso que Velarde afirma que el diagnóstico del punto A no es precisamente nuestra cultura sino el contexto donde nos desarrollamos, y al encontrar la verdadera causa, todo nuestro esfuerzo tiene que ir hacia la construcción y exigencia de un mejor sistema, no de una nueva cultura. También nos dice que este diagnóstico es un arma de doble filo, pues si bien te da la esperanza de lograr un cambio a corto plazo al mejorar el contexto, sale a relucir la incógnita como individuo: ¿Y qué hago para mejorar el sistema yo solo?

Es cierto que solos no podemos, pero sí es factible que desde la individualidad de cada quien, se aporte algún elemento que ayude a transformar el entorno. La manera más directa es cambiando uno mismo y nuestras acciones, basadas en los valores en los que  creemos. Miguel Velarde asegura: “No solo en Venezuela: en cualquier parte del mundo, los buenos somos más, pero a veces los malos hacen más ruido, mientras los buenos prefieren callar… Es por eso que debemos hacernos sentir y darnos cuenta que para vivir mejor debemos convertirnos en los arquitectos de nuestros propios destinos”.

Conversar con Miguel Velarde me sirvió para dar respuesta a tantos cuestionamientos que me pasan por la cabeza, y me dio una visión diferente a la que tuvieron la mayoría de los encuestados. Tener medianamente claro dónde estamos y hacia a dónde vamos es lo más importante para lograr cualquier objetivo, y si desde el principio no encontramos el punto de partida, nunca iniciaremos la marcha.

Para ejemplificar esta idea, quiero contarles una anécdota que me sucedió en un viaje familiar que hice a Europa: una semana antes de partir al Viejo Continente, disfruté de una salida al Lago de Maracaibo. En una playa al norte, con zapatos en mano, caminé por la orilla contemplando el paisaje. Al día siguiente tuve una molestia en los pies que me llevó directo al doctor, quien me recetó unas cremas contra hongos, porque estaba convencido de que se trataba de eso.

Llegó el día de cruzar el Atlántico y la molestia había empeorado mucho. Aterrizamos en Barajas, tras más de nueve horas de angustia porque la molestia aumentaba. Los dos primeros días en Madrid estuve encerrado en el hotel sin poder caminar. A mi familia le exigía que fueran a recorrer la ciudad, porque de verdad quería estar solo. Al tercer día, mis padres decidieron llevarme a la clínica al ver que iba empeorando. El médico español me diagnosticó una dermatitis, me colocó un tratamiento y me prohibió colocarme zapatos hasta que mejorara. Pasaron los días y nada que mejoraba. De Madrid nos fuimos a Barcelona, y el traslado fue tétrico: no podía caminar, ni siquiera ponerme zapatos.

Pasé dos días más encerrado en el hotel. Habíamos organizado un día de familia a ver un partido del Barcelona, pero a esas alturas mi familia ya se planteaba la posibilidad de devolvernos si yo no mejoraba. Ese día colapsé, y desesperado como estaba,  pedí a Dios con todas las fuerzas que me curara, pues ya no aguantaba más. Horas antes del juego, mi novia me observó los pies y vio algo que le había escuchado describir a su tía médico, y decidió llamarla. Le paso las fotos de los pies y su tía de inmediato le dijo que se trataba de “Culebrilla” un parásito que se contagia en arenas tropicales, se mete entre las capas de la piel y causa la dermatitis. Aunque dijo algo muy parecido a lo que el doctor español había diagnosticado, el tratamiento que me colocó fue totalmente diferente: una pastilla, crema, y salir a caminar. Gracias a su diagnóstico acertado, esa noche yo disfruté de uno de los espectáculos más importantes del fútbol mundial. Después de allí, al lado de mi familia, pasé las mejores vacaciones de mi vida. 

Estuve  empeorando mientras me guiaba por un diagnóstico equivocado, y todo empezó a cambiar cuando las acciones fueron dirigidas correctamente. Es por eso que me preocupa —lo que me hace ocuparme más aún en el proyecto #accionaLA— ver los resultados de la encuesta, y encontrar que el 84% de los latinoamericanos diagnostica a la cultura como la causa de nuestras dificultades. Porque al decir que el problema es cultural, estamos atentando contra nosotros mismos, nos estamos condenando, porque el problema es “lo que somos”. Yo me pregunto: ¿cómo no ser lo que somos?

Para mí, el amor es el sentimiento que realza lo bueno y minimiza lo malo, por eso es tan importante amar nuestra cultura, nuestra idiosincrasia y de dónde venimos. De esa manera aprenderemos a aprovechar lo bueno de lo que somos y nos ayudará a mejorar y potenciar las debilidades. Las virtudes de nuestra cultura son sobre todo humanas, algunas de las cuales no abundan en otras regiones del planeta. Esto nos pone un gran desafío por delante, al tener que superar las circunstancias grandemente desfavorables que nos envuelven e impiden desarrollar nuestra región. Pero eso solo lograremos reconociéndonos, amando lo que somos, y dando lo mejor de nosotros. 

En este artículo describo que la visión de Miguel Velarde y la mía son distintas a las del 84% de los encuestados. Pero eso no quiere decir que nosotros tengamos razón o que el resto esté equivocado: Solo sabremos cuál es el camino correcto intercambiado ideas, y por eso es tan importante saber lo que piensas de nuestra cultura.

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