El fin de la hegemonía

Una vez le escuché decir a un viejito muy sabio lo siguiente: “La historia no es futurología ni paleontología. Pero si brinda al investigador, al estudiante y al curioso impertinente los elementos de información y juicio para poder adivinar, entre las sombras de la madrugada, que es el futuro, los posibles pasos de una comunidad que vive en un escenario tradicional y tiene hábitos mentales, usos y costumbres que perduran por encima del cambio de las modas.”

Si hay algo que nos ha enseñado la Historia de Venezuela es que todos los gobiernos caen, tan solo porque todo lo que empieza algún día debe terminar. Esa es la regla de la vida, se nace para dar un salto hacia una muerte segura. Así como el ser humano nace y tiene una fecha de caducidad, todo gobierno o autocracia también la tiene. Basta realizar un breve paseo por sus páginas para darse cuenta de ello, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.

Le sucedió a Simón Bolívar “El Libertador”, quien vio su sueño de la República de Colombia desvanecerse frente a sus ojos en 1830, cuando, después del fracaso de la Convención de Ocaña y su dictadura, tuvo que abandonar Bogotá bajo una lluvia de estiércol hacia su lecho de muerte en la Quinta San Pedro Alejandrino en Santa Marta.

José Antonio Páez se convirtió en amo y dueño de Venezuela cuando se erigió como el Héroe de la Batalla de Carabobo y después de la desaparición física del Libertador en 1830. Fue Presidente de la República dos veces y cuando, en 1847 decidió reposar el poder en manos de su compadre el General José Tadeo Monagas, firmó la sentencia de muerte a su predominio.

Después de Páez siguió uno de los episodios más nefastos en nuestra historia, el del nepotismo monaguista. Una década en la que el hermano mayor le entregó la presidencia al menor y este, después de ejercer el mando por cinco años, se la devolvió. Diez años de atropellos, corrupción e injusticias terminaron abruptamente en marzo de 1858, cuando una revolución, liderada por el General Julián Castro, hizo correr al Presidente José Tadeo Monagas buscando refugio a la Legación Francesa y salvoconducto para abandonar el terruño.

Castro se vio forzado a renunciar a la Presidencia cuando estalló la Guerra Federal y el país se sumergió en el caos de violencia, saqueo,  muerte y miseria. Páez volvió a Venezuela para ejercer la dictadura, su tercer y último gobierno, pero una vez finalizado el conflicto armado con el “Tratado de Coche” tuvo que entregar el poder en manos del General Juan Crisóstomo Falcón e irse al exilio, jamás volvió el “Centauro de los llanos” a pisar territorio venezolano.

El Mariscal Falcón tuvo que abandonar el poder por razones de salud, un tumor en el paladar y dos intervenciones quirúrgicas para removerlo bastaron para deslizarlo de la palestra política. Fue así como la Magistratura quedó en manos de su Secretario y luego Vicepresidente, el General Antonio Guzmán Blanco.

La autocracia y el culto al caudillo alcanzó su pico cuando el “Ilustre Americano”, como se hacía llamar, mandó a erigir dos estatuas de su persona en Caracas, una ecuestre frente a la Universidad y otra pedestre e inmensa al tope del cerro El Calvario. Ejerció la magistratura tres veces y desde 1870 hasta el 26 de octubre 1889, día en el que la ciudadanía derrumbó sus monigotes, manejó los destinos de la nación a su antojo.

Una vez retirado Guzmán Blanco a un lujoso palacio en París, llegó al poder el ultimo caudillo militar del Liberalismo Amarillo, el General Joaquín Crespo, quien hubiera manejado las riendas del poder hasta morir de vejez en una cama si una bala no lo hubiera tumbado del caballo y truncado su vida en el sitio de “La Mata Carmelera” en abril de 1898.

Con Crespo enterrado en un inmenso mausoleo en el Cementerio General del Sur, llegó al poder en 1899 un diminuto andino llamado Cipriano Castro, un enamorado de la pomposa oratoria y los encantos del aguardiente y las mujeres. Gobernó durante nueve años y enfrentó dos grandes crisis nacionales, la “Revolución Libertadora en 1902 y el bloqueo de las costas venezolanas por parte de las potencias europeas en 1903. A finales de 1908, afligido por una enfermedad renal, se ausentó para realizarse una cirugía en Alemania y su compadre y Vicepresidente, Juan Vicente Gómez, le arrebató el coroto.

El General Gómez gobernó Venezuela con puño de hierro y bajo el lema “Paz, unión y trabajo” desde 1909 hasta 1935, cuando la muerte decidió llevárselo de este mundo a los 78 años.

Al poco tiempo, cuando la era de los caudillos militares se pensaba extinta y sepultada por las arenas del pasado, luego de un breve intento de apertura hacia el sistema democrático, surgió otro tipo de caudillo militar, uno graduado de la Academia que fundó Gómez, el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez.

Desde 1948 hasta principios de 1958, Venezuela volvió a vivir bajo el yugo militar, una época en la que se volvieron a escuchar los pavorosos relatos de los presos políticos, torturas en las cárceles y  ajusticiamientos, métodos del terror se pensaban cosa del pasado.

A raíz de manifestaciones masivas en contra de la represión del gobierno, Pérez Jiménez fue depuesto por un Golpe de Estado orquestado por un movimiento cívico-militar, la madrugada del 23 de enero abordó un avión en “La Carlota” para escaparse al exilio.

Excepto Crespo y Gómez, cuyas carreras políticas terminaron con la muerte, el descontento popular y la rebelión acabaron con las hegemonías de Bolívar, Páez, los Monagas, Guzmán Blanco y Castro, más pronto que tarde, lo hará también con la mesnada de hampones del Socialismo del Siglo XXI.

 

Jimeno Hernández
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