Constituyente espuria

En 1892 ocurrió en Venezuela uno de esos episodios que pueden resultar inverosímiles en otras latitudes donde el ejercicio racional de la política es una práctica ciudadana y no una mera utopía. Así lo relata con lujo de detalles Ramón J. Velásquez, en el libro intitulado Joaquín Crespo. El último caudillo militar del liberalismo venezolano. Caracas: ediciones TEURA, 2011, p. 518. La obra aborda un pasaje en particular de la trayectoria político-militar del general Joaquín Crespo, quien en  aquel año volvió a ocupar el solio presidencial, como resultado de la llamada revolución legalista que estalló en febrero.

De acuerdo a lo pautado en la Constitución de la época, el período presidencial era de dos años y no era posible la reelección inmediata. Vista esta limitante, el presidente saliente, Raimundo Andueza Palacio, trató de hacer aprobar una reforma que le permitiese prolongar su mandato. Pero una fracción de parlamentarios se mostró opuesto a la maniobra y exigió respeto al orden constitucional vigente, levantando la bandera del legalismo frente al continuismo.

El 20 de febrero, fecha cuando llegaba a su término el período del presidente Andueza Palacio y debía elegirse por las cámaras legislativas al nuevo Presidente de la República, estas no pudieron sesionar debido a la obstrucción de los diputados y senadores oficialistas. Después de varios intentos infructuosos para instalar el Congreso Nacional y cumplir sus funciones, el presidente Andueza Palacio hace publicar un Manifiesto dirigido a los venezolanos en el que participa su decisión de permanecer en ejercicio de la Presidencia  “ante una tenebrosa conspiración de la impenitente oligarquía” y ordena “hacer presos a los parlamentarios de oposición” (pp. 355-356).

A partir de ese momento, Andueza Palacio se erige en DICTADOR y hace trizas a la constitución que había jurado cumplir y hacer cumplir.

Poco después, la dictadura anunció la convocatoria de una Asamblea Nacional con el fin de aprobar la frustrada reforma constitucional, pero tal instancia no estaba contemplada en la letra de la Constitución. Ramón J. Velásquez en su característico estilo de narrar los hechos, califica la maniobra con el siguiente apotegma: ANDUEZA PALACIO INVENTA UN CONGRESO. Muy acertada y vigente que bien puede adoptarse para los tiempos que corren.

Andueza Palacio no empleaba eufemismos para invitar a sus adversarios a “dialogar”, ni hacía llamados cargados de histrionismo para “dejar constancia histórica” de haber agotado todos los recursos en “llamar a la paz”. No necesitaba de esas cosas, pues la capacidad intelectual del personaje era muy superior a la de cualquier otro parapeto de jefe. Lo que sí, tenía en común, era el círculo de oficiantes, aduladores y logreros que medran a la sombra del poder.  

Pues bien, según Velásquez, la dictadura hizo lo inimaginable para organizar la espuria Asamblea que finalmente se instaló el 3 de junio y tomó el nombre de “Congreso extraordinario” el cual estuvo conformado por “un grupo de Senadores y Diputados que eran sus partidarios y de un grupo de parlamentarios que representaban la oposición”, de esos que siempre corren a prestar su “colaboración” a cambio de migajas.

El fulano Congreso recibió y aprobó en un abrir y cerrar de ojos, el proyecto de Constitución enviado por la DICTADURA, y entre las nuevas disposiciones  destacaban el otorgamiento de atribuciones al Presidente de la República “que disminuían la importancia de las otras ramas del Poder Público”, legalizando con ello la DICTADURA.

Como dato curioso, resalta Velásquez que durante las sesiones de parapeto de Congreso Constituyente, se observó “que entre los asistentes a las barras de esa Asamblea se distinguían aquellos individuos con el pelo cortado al rape, lo que denunciaba su condición de soldados, armados ocultamente de cuchillos cortos que les fueron distribuidos en las jefaturas del Municipio y que en las tribunas gritaban vivas” al dictador.

Todo ello se consumó en las instalaciones del Palacio Federal Legislativo, testigo silente de la perfidia que en no pocas ocasiones ha llenado las páginas de la historia de Venezuela. Pero una cosa muy aleccionadora, anotó Velásquez en su libro. Por más que los gobernantes asuman que sus torcidos procedimientos no tienen vuelta atrás y tomen como prisioneros a un segmento considerable de la población, siempre, léase bien, siempre los venezolanos han encontrado el cauce apropiado para zafarse del yugo de la tiranía.

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