¿El desenlace?
Descomposición y desenlace

Tras 90 días de masivas y continuas manifestaciones de protesta ciudadana, lo que podemos señalar son un par de certezas categóricas y tres dudas mortales.

La primera certeza es la acelerada descomposición interna del régimen, acosado por los efectos devastadores de su propio fracaso. La posición adoptada por Luisa Ortega Díaz, militante comunista desde la cuna y figura histórica del régimen del 4 de febrero, no es un caso único ni un simple gesto retórico, sino la revelación de esa razonable inquietud que se ha venido apoderando del ánimo chavista por culpa de las torpezas de Nicolás Maduro y compañía a la hora de transitar las turbulentas aguas de la actual crisis política y económica. Una realidad irrefutable y desesperante que pone en evidencia el hecho de que si no se produce a corto plazo un profundo cambio político, el chavismo corre peligro de desaparecer como fuerza política, situación que hasta Maduro ha tenido que reconocer. De ahí que con la intención de conjurar el temor haciendo ruido le advirtiera  a Venezuela y al mundo la pasada semana que si “revolución bolivariana” cae en manos de sus enemigos él recurriría a las armas para recuperarla.

Consecuencia directa de esta escandalosa amenaza es que lo único conseguido por el régimen a lo largo de estos tres meses de represión brutal haya sido acrecentar la voluntad de los venezolanos a resistir en las calles hasta lograr la restauración del orden democrático.

La segunda certeza es comprobar a diario que la convocatoria a las urnas para elegir (es un decir) a los 545 miembros de una ilegitima Constituyente el 30 de julio, en lugar de quebrar la unidad opositora y desmovilizar la calle ha provocado lo contrario. Más aun, porque hoy por hoy, a la indestructible firmeza del pueblo democrático, se ha añadido el creciente rechazo dentro y fuera de Venezuela de los desmanes y desafueros del TSJ, del CNE y de la Guardia Nacional, y se ha reforzado el repudio popular a la infeliz decisión madurista de “legalizar” con una presunta Asamblea Constituyente su decisión de violar, ya de manera definitiva, lo poco que queda del orden constitucional y el estado de Derecho.

A partir de estas certezas surgen las dudas. La primera es si el CNE tiene capacidad para armar contra reloj el andamiaje de una espuria convocatoria electoral sin que se le vean demasiado las costuras, o si esta nueva maniobra antidemocrática del régimen terminará siendo otro patético desastre “revolucionario. Peor resulta el hecho de que a cuatro semanas del 30 de julio no cabe la menor duda de que esta farsa electoral convertirá a Venezuela en un auténtico campo de batalla. ¿Qué pasará entonces? ¿Será esa batalla el escenario donde las diversas facciones en que finalmente se ha fraccionado el chavismo después de la muerte de su jefe natural diluciden sus diferencias? En todo caso, no son pocos quienes manejan la eventualidad de que de esta elección entre puros candidatos y electores chavistas salga Diosdado Cabello presidente del resultante poder rojo-rojito de todos los poderes. pero ¿con qué finalidad? ¿Para respaldar a Maduro o para desafiarlo?

Peor aún, si bien nadie puede vaticinar cuál será el desenlace de este lamentable suceso, puede afirmarse que en estas cuatro semanas que faltan para la votación, sobre todo durante la semana del 24 al 30 de julio, día en que decenas de miles de soldados se desplegarán por todo el país para dar inicio al Plan República, pueden pasar dos cosas, ambas dramáticas. Por una parte, la oposición, invocando los artículos 335 y 350 de la Constitución Nacional, se ha declarado en abierta desobediencia civil y ha convocado al pueblo a impedir que ese día Maduro se salga con la suya. Por su parte, el CNE ha declarado que cometerá delito quien lo intente. ¿Aceptarán los mandos del ejército la responsabilidad de enfrentar y reprimir a sangre y fuego a un pueblo indignado y resuelto a impedir la consumación de una patraña que borraría del horizonte nacional el final de toda esperanza, o se unirán al pueblo en el empeño común de enderezar el torcido rumbo que ha emprendido Venezuela como nación hacia el mar de la felicidad cubana? Lo que sí cierto es que de la resolución de este dilema depende el futuro nacional.

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