Hoy, somos bastante más

Expertos en manipular, con el uso de falsos dilemas, con premisas falaces y con el abono de las convicciones frágiles de los millones de venezolanos que marchan como veletas, sin entender ni un ápice de nuestra miseria, el grupete que comanda el fraude monumental que se dice gobierno se juega la carta de las elecciones regionales.

Expertos en diluir victorias, con el pésimo uso de la comunicación, que solo entienden a duras penas como el “arte” de la oratoria y la dicción, sin advertir la importancia de los mensajes (ni mucho menos de los metamensajes) y con la cosecha de las convicciones frágiles de millones de venezolanos que aun no han entendido que “Dios concede la victoria a la constancia”, el grueso músculo que asumió la responsabilidad de liderar este esfuerzo republicano, también se juega la carta de las elecciones regionales.

Los que se aferran al poder de facto, con una supraconstiticionalidad establecida como sistema de gobierno –que destituye o ratifica funcionarios, ordena, modifica, cambia, actúa- lo apuestan todo al derrumbe, al abismo institucional. Para ellos todo comenzó el 30 de julio, con la írrita elección, y la nulidad como marca de todo cuanto fraguan.

Los que quieren hacerse del poder, por las vías pacíficas, democráticas, constitucionales y electorales (Republicanas, en una palabra) saben que el 30 de julio, en efecto, se inició la desinstalación estructurada y sistemática de un sistema impuesto. Lástima que no han sabido comunicarlo, y sus acciones –posiblemente coherentes en el fondo- no han acompañado un mensaje claro y directo, refrendado magistralmente el 16 de julio, por millones de personas que si se vieron, que si existieron, que si están claras en lo que quieren.

Aquí, ninguno de los candidatos a gobernador, alcalde, diputado regional, concejal, o presidente de junta de condominio reconoce ni valida al ministerio de elecciones, ni fue, va o irá de rodillas a reconocer a la artífice del fraude continuado más grotesco de la humanidad.

Aquí, esos señores –los que están en su legítimo derecho de aspirar, y los engreídos que se creen los únicos posibles y que hoy son diputados y mañana quieren ser gobernadores y pasado otra cosa, irrespetando con sorna y burla a los ciudadanos electores- van ante ese ministerio con el mismo asco con el que muchas familias reciben la bolsa del Clap, o se retratan con el fatídico y revelador carnet de la patria.

Esos candidatos ponen sus nombres y su entrega, y sus ganas para ser perseguidos, humillados, amenazados, encarcelados, porque creen en algo que van bastante más allá de un cargo público –al que aspiran en un país en normalidad, pero que hoy no existe.

Cuando más de 7,5 millones de venezolanos salimos a votar el 16 de julio, lo hicimos conociendo y desafiando a una autoridad electoral parcializada, que desconoce sus funciones, que limita y cercena el ejercicio participativo de los ciudadanos. Esta vez, en esas hipotéticas elecciones regionales, en ejercicio soberano de los artículos 333 y 350 (invocados con fuerza y entereza en el pasado reciente) más de 7,5 millones de venezolanos tenemos que salir a contarnos –que es uno de nuestros más fervientes reclamos.

Hace dos, tres meses nos contamos en las calles. Hace un mes nos contamos con el voto. Y fuimos más, muchos más. Hoy, ante lo evidente, seguimos siendo más, incluso con muchas más razones para la rebeldía, para el descontento, para gritarle al mundo, sin que quede espacio para la duda, que insistimos en la práctica civilizada, frente a la barbarie, a la descomposición política, al fraude continuado.

La dialéctica, lo anecdótico, la comidilla para someterse a la manipulación están ahí, a flor de piel, y esa es la apuesta de los que no son capaces –ni en 2015, ni en 2016, ni en 2017- de ganar con votos, y solo les quedan estos recursos de la confusión y la manipulación para intentar ganar con las armas.

Entonces, más allá de los balbuceos y temerosas propuestas –que exudan complicidad y sumisión, posiblemente sin serlo- hay que despojarse de todas esas pendejadas sin mayor fundamento que el prejuicio y la molestia con razón, y volver a arremangarse las ganas, el ánimo, la fuerza y la entereza, porque las razones por las que salimos a la calle -con la firme voluntad de recomponer el orden constitucional- están vigentes.

Las cartas están echadas. No las jugamos todas otra vez. Si ellos de verdad lo tuvieran todo bajo control, nada de esto les haría falta.

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