No le cuentes esto a nadie

Hay una sustancia que pone en estado de alerta al ser humano y es mucho más potente que la cafeína y la cocaína. Es la frase: “No se lo digas a nadie”. Basta con escuchar “te voy a decir un chisme, pero no se lo digas a nadie”, para que el “no se lo digas a nadie” te quede retumbando en la cabeza. Inmediatamente las manos te empiezan a sudar, te sube la ansiedad, se acelera tu corazón, presionas los dedos de tus pies contra la suela del zapato y la boca te saliva. Además ocurre un fenómeno muy particular en tu cerebro. Te están contando el chisme y el hemisferio derecho se aboca a gozarse el cuento, mientras el izquierdo recuerda toda tu lista de contactos para ver a quién puedes contárselo apenas salgas de allí.

Te vas y ahora te sientes como un agente de la CIA que lleva un maletín con un millón de dólares. Te contoneas y te las echas frente a otros, viéndolos con lástima, mientras piensas “tengo una rolo de bomba que ni te imaginas”. Ahora llegas a reunirte con otra íntima amistad tuya. Le pides se acerque. Ésta ve venir algo bueno, pues te delatan tu sonrisa pícara, ojos brillantes y el dedo índice latigueando como si presenciaras una carrera de caballos. Le comienzas a develar el chisme, terminas de contárselo e ingenuamente firmas el contrato de confidencialidad diciendo “¡Pero no se lo digas a nadie!”. El ciclo vuelve a comenzar.

Esa bendita frase genera tanta energía en uno, que seguro gracias a ella se lograron varias proezas de la historia. El mito de la ciudad de El Dorado, por ejemplo. Seguro se originó cuando un indígena le dijo a un español: “Si caminas varios días hacia el sur, encontrarás una ciudad hecha de oro. Pero no se lo digas a nadie”. La verdadera artimaña del indígena no fue contarle sobre una ciudad dorada. Fue decirle “no se lo digas a nadie”.

La caída del muro de Berlín: otro caso. Seguro un opositor al régimen comunista se dio cuenta de que los trancazos no eran útiles y decidió llevar la protesta a otro nivel. Le dijo a un amigo: “Me dijeron que mañana derribarán el muro, pero no se lo digas a nadie”. Al día siguiente, toda Berlín del Este llegó al muro esperando la demolición y, cuando vieron que no pasaba nada, dijeron: “Bueno, ni modo, si ya nos echamos el viaje hasta acá, tumbémoslo nosotros”.

Pero si en cambio quieres aniquilar un chisme por siempre, cuéntalo como si fuera cualquier cuento banal. ¡En serio! Di el chisme más secreto que tengas mientras realizas una tarea cotidiana, como amarrarte los zapatos, por ejemplo. Cuando estés agachado, dándole a las trenzas, suelta: “El otro día entré al baño del gimnasio y vi a Ramón y a Pedro besándose en una ducha”. Y sigue dándole a tu zapato, como si nada. Quienes te escucharon pensarán: “¿Y éste soltó ese chisme así como así?… Pero si no lo dijo en voz baja y emocionado es porque Ramón y Pedro seguro ya hicieron su relación pública, yo no me enteré y ahora se van a casar en Ámsterdam. Mejor no lo repito para no quedar como un desactualizado. Voy a reaccionar como si me supiera el cuento”. Acto seguido, esa persona dirá: “¡Sí, vale, yo sabía!”. Y ahí morirá el chisme.

Ahora, si buscas hacerte famoso en las redes sociales, escribe un chisme en tus estados y colócale arriba “confidencial”. Si no, etiqueta a un influenciador de redes pidiéndole que no se lo diga a nadie. En una hora te harás viral. Por eso me gustaría finalizar esto pidiéndote algo encarecidamente. Si leíste el artículo y te gustó, hazme un gran favor. No se lo cuentes a nadie.

Reuben Morales
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