Editorial #378 – No más chantajes

La atención nacional parece, inevitablemente, enfocarse en el proceso electoral de este domingo 15 de octubre. También la internacional que, sin más opción, ha optado por esperar lo que ocurra ese día. En un país en crisis, ni los procesos electorales escapan de las polémicas y los debates, sobre todo cuando un importante sector de la sociedad aún duda en participar o no.

Las dudas son legítimas y son consecuencia de errores que, mientras no se reconozcan, seguirán mermando la confianza de la gente y seguirán sembrando frustración en la ciudadanía. Quien duda de la efectividad de esos comicios, sencillamente recurre a los procesos anteriores y su efectividad política, así como también analiza el contexto actual y al entendimiento de que estamos en dictadura. Por otra parte, los paladines del voto han optado por satanizar, y hasta ofender, a quienes han manifestado públicamente sus dudas, logrando un efecto contrario al que buscan; sí, en lugar de convencer sobre por qué votar sería importante, terminan generando más rechazo y más molestia, lo que trae consigo que la gente reafirme su posición de no participar.

Los chantajes son muy peligrosos en política –y en general–, sobre todo si se parte de falsas premisas. La participación no puede verse como un dogma en el que si decides no hacerlo, terminas execrado y apartado; tampoco no participar puede ir en contra de aquellos que decidan hacerlo. El mutuo respeto es fundamental.

Pero sí es bueno preguntarse por qué alguien decide no ir a votar en unas elecciones. ¿El liderazgo que le representa le decepcionó? ¿Siente que sólo es importante para votar, y de resto es inútil? ¿Le prometieron villas y castillos, y lo único cierto es que el infierno empeoró? ¿Lo insultan o agreden cuando decide criticar o dudar de una gestión? Todas son razones para las cuales el liderazgo debe responder y actuar. De lo contrario, si el liderazgo sólo quiero votantes y no ciudadanos, tendremos borregos autómatas del voto, que incluso votarán entre dos formas de morir, pero con la seguridad de que morirán.

No diga que perder una elección es culpa de quien no vote. Pregúntese que se hizo o se dejó de hacer para que alguien decidiera no votar. Cuando alguien decide no apoyarle, quien en realidad perdió es usted, pues no supo responder a quien le dio su confianza; le defraudó.

La gente está harta de que le recriminen los errores de un liderazgo que, siendo hasta cobarde, prefiere culpar a los ciudadanos de su fracaso y no de sus propias acciones. La gente está cansada de que la reduzcan a un voto, a una culpa o a un reproche. La gente, esa que vive el día a día guapeando, quiere soluciones a sus problemas y no saber cuál partido “ganó más espacios”.

Necesitamos una política coherente que sea capaz de  ver más allá de la tradicional partidocracia de este país y del reparto de cargos y votos. Necesitamos un liderazgo capaz de usar un dron y ver, por encima, ese país que realmente deseamos construir y que nos motiva a luchar –y que atiende la emergencia en la que estamos, por supuesto–. Mientras algunos siguen sumidos en la Venezuela tramposa de Maduro, que sólo le da tiempo y oxígeno, otros debemos avanzar hacia la Venezuela libre y diferente que acabará con los grandes males históricos que nos han aquejado y que trasciende a cuántas gobernaciones ganó tal o cual partido.

El drama social se incrementa. El hambre y la miseria amenazan con seguir golpeando estómagos, conciencias y vidas, mientras unos se pelean un botín vacío que nos sigue condenando a vivir mal y a acostumbrarnos a que la espera es buena, a pesar de sus consecuencias. Nuevamente la ética de la urgencia se impone frente a la ética del reparto. Seguir apostando a lo segundo nos seguirá trayendo enorme frustraciones. De eso deberíamos haber aprendido.

Respetemos a quienes dudan y a quienes se sienten defraudados. Si usted quiere convencerlos, no los juzgue por su decisión; entienda su posición, pónganse en su lugar y acepte que hay otros que se equivocaron y provocaron tal situación. Cada quien tiene su razón de peso, íntima, para participar o no. La gente siente que se le va todo, hasta la vida, y tiene razón de desconfiar.

La culpa no es de la gente, entendámoslo de una vez y por todas. No más chantajes.

Pedro Urruchurtu
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