La oposición venezolana y la escalada de la incertidumbre

«En Petare, el barrio más grande de Venezuela, José come a veces una vez al día. Pero el domingo no dudó en votar por el oficialismo en los comicios regionales». Esta frase, reproducida por la prensa venezolana, es el preámbulo de una nota publicada por AFP sobre las recientes elecciones a gobernadores. La oración rescata el relato de un sector social que ha sido marginado constantemente por los estudios de opinión y el discurso político. Un fragmento, minoritario y olvidado, en el intento de que esa invisibilización los desaparezca, y en consecuencia, se imponga el titular de que absolutamente todos los venezolanos están en contra de la dictadura de Maduro. Generalmente se resume en un pequeño porcentaje, a veces de 30%, 20% o 18%. Sin embargo, ese sector, imprevisto por supuesto, evitado en análisis y tertulias, se impuso, fraude mediante, en los comicios del 15 de octubre: un día catastrófico para la oposición en Venezuela y para todos los que aspiran a que el país se recupere de la ruina económica, humanitaria y política que lo convirtió en un vecino peligroso y tóxico para toda América Latina.

Desde que estalló la nueva ola de protestas en abril de 2017, que activó a millones de venezolanos en las calles durante más de 120 días continuos en contra del golpe de Estado del gobierno de Nicolás Maduro y el Tribunal Supremo de Justicia chavista, quienes liquidaron las potestades de la Asamblea Nacional electa, la clase política fue rebasada por un deseo colectivo de movilización, que trajo consigo el dramático saldo de cientos de muertos, torturados, heridos, presos políticos y miles de procesados penalmente por participar en manifestaciones. Esta marejada de protestas, a las que la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática se sumó en primera fila, fueron insuficientes para deponer la dictadura, que prefirió ir a las armas y dejar una estela de sangre antes de abandonar el poder. Pero no fue insuficiente para desestabilizar en buena medida la operativa interna del régimen, crear divisiones relevantes y generar un impresionante descrédito a nivel internacional. Los fallecidos, heridos y presos de ese episodio desenmascararon el elevadísimo talante autoritario del chavismo y demostraron la crueldad con la que actúa masacrando a la sociedad civil que resiste al narco-Estado. La evidencia es abundante y la Internet es el gran archivo de toda esta historia.

Dentro de ese vendaval, Maduro convocó el primero de mayo la elección de una Asamblea Nacional Constituyente con miras a reorganizar el chavismo y su base, ese fragmento pequeño. En la calle el discurso de “fuera Maduro” se vio acompañado por el “No a la Constituyente”. Y entre idas y vueltas el último se impuso. La ANC entró en la agenda y exigió un nuevo orden donde oposición y chavismo “compartían” el Palacio Federal Legislativo: unos para actos constitucionales y otro para actos supraconstitucionales. Horas después del anuncio del Consejo Nacional Electoral informando que más de 8 millones de personas votaron en la elección de la ANC, la empresa Smartmatic, a cargo del sistema de votación electrónica que hay en el país, anunció que los resultados habían sido alterados.

En medio de ese contexto, la oposición, que había mantenido una estrategia discursiva de persistir en la presión contra el régimen de Maduro con miras a generar elecciones presidenciales o generales anticipadas, se vio envuelta en un clima denso y abrumador repleto de participación internacional, nuevos actores, mediadores, interlocutores que buscaban generar consensos, iniciativas de diálogo que terminaron en débiles comedias, inconsistencias dentro de la MUD, declaraciones particulares, individuos altisonantes, dirigentes profetas, en fin. Aparece el nuevo cronograma electoral: elecciones regionales. ¿Participar o no? Los liderazgos provinciales se activan. Las élites locales presionan. Por un lado buena parte de la sociedad considera innecesario asistir a un proceso electoral viciado por la desconfianza que generó Smartmatic. Por otro, la dirigencia de la MUD intenta calmar las pasiones y orientar la lucha. Acción Democrática, el partido más antiguo de Venezuela, es el primero que aparece en la escena para decir que concurrirá, presentando candidatos en todos los estados. Los colaboradores internacionales con mayor presencia en la batalla (el secretario general de la OEA, Estados Unidos y la Unión Europea) dudan de este evento electoral, y lo divulgan. Algunos partidos se levantan de la Mesa. El chavismo apura el proceso. El CNE aprieta tuercas y acorrala. La MUD decide participar y comunica, sin emocionar a toda su base de apoyo, un plan para “ganar los espacios” al chavismo y “demostrar al mundo” su mayoría electoral, ya demostrada contundentemente en las elecciones parlamentarias de 2015.

Uno de las debilidades estructurales de la alternativa al chavismo ha sido evitar hablar de los escenarios negativos, de los «pocos probables», los menos esperados o que aparecen marginalmente en las encuestas, para hacer como que no existen. Jurar que son imposibles. Mala palabra, de eso no se habla. Que ese porcentaje chico del que hablamos al principio de este artículo no es factible, aun cuando es sabido que la violencia y el desparpajo con el que actúa la mafia poderosa del PSUV pueden voltear cualquier resultado cuando no hay garantías. Cualquiera. Como ahora. 18 de las 23 gobernaciones a manos de Maduro. En solo 5 “ganó” la oposición. Y cuando esta situación se impone, como ahora, volvemos al caos total, la angustia, la crispación, el pánico, el miedo colectivo, la búsqueda de una orientación rápida, un norte urgente, un «ya», un «vamos todos, corran». Se intenta desesperadamente articular un razonamiento que castigue la abstención y la posicione como responsable. Pero… ¿había razones para abstenerse? ¿Se descifraron esas razones? ¿Fueron parte del discurso político? Es muy complicado ejecutar una acción cuando todo el contexto, o buena parte del contexto, te indica que es el camino menos indicado.

La derrota a la que se sometió la oposición venezolana demostró que concurrir a las elecciones regionales era una acción mal planteada, por no decir innecesaria. Si bien una parte considerable de su electorado (que terminó siendo clave) no estaba de acuerdo con votar, y la dirigencia persistió en participar, 72 horas antes del día D el CNE reorganizó diversos centros de votación moviendo a más de 700 mil electores que quedaron totalmente desinformados de su situación. Fue un último chance para bajarse del fraude y evitar el descalabro. Aun cuando la condición demócrata pasa por persistir en el camino, este ejemplo da sustento a la prédica de que no necesariamente hay que transitar el camino que impone el régimen.

Los días han pasado. El estado Miranda, baluarte de la oposición y del ex candidato presidencial Henrique Capriles, quedó a manos del chavismo. También Amazonas. También Lara. Antes eran territorios MUD. Un par de meses atrás estos gobernadores se insinuaban en las encuestas como presidenciables. La historia cambió. Surge la ansiedad chavista de convocar elecciones municipales para ampliar la razia. Quien aparece en la escena pública por parte de la oposición para decir que están “analizando” participar, es la vicepresidenta de la Asamblea Nacional, Dennis Fernández. Los voceros estelares no están por el momento. Todos se reían y daban mensajes emocionados un par de horas antes del resultado electoral. El chavismo también reía. El lunes 23 de octubre en la tarde, cuatro de los cinco gobernadores opositores electos se “juramentaron” y “subordinaron” ante la Asamblea Constituyente chavista. El cólera público estalló. Minutos después Nicolás Maduro nombró a miembros de su círculo como “protectores” de esas regiones.

Crisis. Más crisis. La escalada de la incertidumbre.

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