Etiqueta mortuoria

Nada peor que asistir a un funeral. A pesar de lo luctuoso de la ceremonia y lo infausto de la ocasión, los funerales son un muestrario de la solidaridad humana y el momento en el cual la calidad humana aflora y se hace solidaria con el dolor ajeno. Pero no hay que negar el hecho de que se trata de una de las convenciones sociales más viejas de la historia de la humanidad, y por ser un acto humano, trae con este todas las singularidades de cualquier acto propio de la imperfección terrenal.

Aunque la muerte es lo único seguro que tenemos en esta vida, todavía nos sorprende en un día cualquiera, el ver en esa sección del periódico un anuncio discreto y muy formal donde se anuncia que ha muerto el doctor Fulánez, quien ha fallecido en medio de tristes y penosas circunstancias, la fecha y sitio del siniestro, además de darnos las señas del lugar del funeral. Reponerse de la sorpresa y gritar destempladamente: “mi amor, se murió Fulánez. Vístete que nos vamos”, son una sola acción.

Llegados al sitio de las pompas fúnebres, nos encontramos apenas poner pie, con una variopinta muestra de coronas y ramos que bloquean aparatosamente la entrada, los pasillos  y parte del estacionamiento, obstaculizando el paso y dificultando la localización del finado entre la frondosa espesura. Es menester que presentemos nuestros respetos a sus deudos y expresemos nuestras más sinceras condolencias, acompañadas de los consabidos saludos, besos y abrazos efusivos, dirigidos especialmente a la viuda, o por lo menos a quien creemos que es tal.

Ya nos ocurrió una vez que estando en un velorio, llegaron a encontrarse a pocos pasos de distancia la viuda del finado y su por entonces querida, siendo esta última la que había tenido la (mala) suerte de ver fallecer en sus brazos al occiso. Como dos gatas en celo olisqueándose, empezaron a marcar territorio y a colocarse en extremos opuestos del ataúd, como amenazando cargar con la caja cada una por su lado. Gracias a Dios, y a la falta de fondos de la querida, salió ganando la viuda quien se fue triunfante, casi que sonriente, a poner a buen resguardo al entonces finado.

Aún en medio del dolor de la pérdida, los deudos muestran por lo general actitudes de resignación y paciencia dignas de encomio, y necesarias para soportar el aluvión de bienintencionadas muestras de aprecio y simpatía, algunas incluso excesivamente entusiastas para la ocasión. Los familiares de Fulánez no son la excepción a la regla y reciben con estoicismo las condolencias. De la familia destacan un grupo de chicas vestidas todas de negro y a la moda, sentadas en filas cercanas al ataúd y que lloran sentidamente la pérdida, pero eso sí, sin descomponerse demasiado, no vaya a ser que se les corra el maquillaje y no queden bien para la foto.

A pesar de no ser parte del cortejo, los asomados decoran con su presencia el paisaje funerario. Desde el comienzo de la ceremonia, se han apostado en las inmediaciones de la cafetera eléctrica y la han hecho suya. Consecuentemente, se han dedicado durante todo el funeral a comentar la llegada de cada personaje al local, y han destapado un caudal de chismes y chistecitos subidos de tono, relacionados con la vida, obra y milagros del doctor Fulánez, especialmente con las circunstancias que rodearon su muerte, de la cual dicen las malas lenguas que ocurrió en una cama que no era precisamente la matrimonial.

Especial interés despertó en la concurrencia la llegada de una señora de edad madura y buenísima  presencia, quien fungió durante años como secretaria privada de Fulánez, del cual se rumoraba que no solo había echado alguna canita al aire con ella, sino también la peluca completa. Los rumores siguieron al punto en que se le adjudicaba una cercanísima afinidad, casi que paternidad, con los dos hijos de su otrora secretaria, quienes la acompañaban serios y circunspectos mientras le rendían el último tributo a su finado tío. ¿Tío? Bueno sí, así le decían ellos a su benefactor, quien los había apadrinado desde su más tierna infancia hasta culminar sus estudios universitarios, además de darles trabajo en su bufete. Curiosamente, se comentaba que compartían un cierto parecido con los hijos de Fulánez, pero solo eran eso, comentarios.

Es que de verdad, hay gente que solo habla por hablar. Que brille para él la luz perpetua, amén.

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