La verdadera lucha contra el comunismo

Recuerdo que en 2015 en un paseo a Caracas, fui a la Feria del Libro. Estaba emocionada por hacer algo diferente y porque siempre me ha fascinado desde niña la lectura, pero cuando llegué no pasaron muchos minutos antes de darme cuenta en qué se había convertido: en un evento de propaganda comunista. En el 70% de los estand había libros sobre Marx y la Revolución Bolchevique, libros para colorear a El Che, pensamientos de Chávez, Fidel y un millón de ejemplares de Las Venas Abiertas de América Latina. Recuerdo haber pensado: ¿Cómo el país no va a estar así si lo único que se lee es esto? Me fui decepcionada y con las manos vacías.

Muchos creyeron que con la caída del muro de Berlín en 1989 el Comunismo había sido derrotado y que los valores occidentales habían triunfado por encima de los ideales marxistas-leninistas, pero la realidad era más compleja. Lo que muchos no sabían (y no saben) es que la verdadera batalla contra el Comunismo se libra no con armas o con tanques, sino que se da en la mente de los ciudadanos de un determinado país o región.

En aquella época, mientras muchos países volteaban de nuevo la mirada al sistema neoliberal, del otro lado del mundo las guerrillas revolucionarias en América Latina se quedaron sin financiación y Cuba atravesó su peor crisis económica en 1992, debido a que básicamente perdieron a su madre: la URSS. Las elites intelectuales de izquierda entraron en pánico, sabían que con la llegada del nuevo siglo más el avance acelerado de las nuevas tecnologías, el viejo discurso frontal y desgastado de la lucha de clases sociales cada día perdería más adeptos, así que luego de tomar un avión y reunirse en el polémico Foro de São Paulo, idearon estrategias y llegaron a la conclusión de que ya no se podía llegar al poder por medio de la revolución armada, como afirmaba Marx en sus sueños más húmedos. Tampoco se instalaría de forma violenta la dictadura del proletariado para abolir el Estado, sino que se utilizaría a la Democracia como arma para secuestrar de forma pacífica, lenta y sistemática las instituciones públicas, los medios de comunicación y lo más importante: el sistema educativo y los espacios culturales. Luego de todo un proceso de demagogia, corrupción y abusos de autoridad, se desmantelaría dicha Democracia desde adentro y los comunistas se quedarían en el poder indefinidamente.

Pero lo cierto es que no se logra convencer fácilmente a una masa de personas de la noche a la mañana a que voten por ideales tan radicales, sobre todo después de casi 200 años de fracaso comunista en donde casi la mitad del mundo, había probado aquella receta desastrosa. Así que utilizaron populismo, el cual triunfó de forma total ya que lamentablemente los países de América Latina nunca han sido Repúblicas fuertes, lo cual ha derivado siempre en fuertes crisis económicas y malestar social. Esto fue lo que hizo Hugo Chávez en sus años antes de llegar a la Presidencia de Venezuela en 1998, el cual por cierto, en muchas entrevistas televisadas afirmaba que él no era socialista, que respetaba la libertad, los medios de Comunicación y que Cuba era una dictadura.

Pero incluso el populismo (siendo la forma más efectiva de manipulación de masas) llega un momento en que se desgasta y esto pasa cuando ocurren dos cosas: el discurso del populista se hace demasiado frontal, evidente y radical o cuando la realidad económica se vuelve dura e insostenible. Lo natural es que una población sana moralmente y con valores democráticos se alce en contra, como ocurrió por ejemplo en 2002, cuando la inmensa mayoría de los venezolanos salió a protestar a las calles en contra del radicalismo de Chávez. Su discurso cambió de manera abrupta en apenas un par de años y la sociedad de forma natural, lo rechazó.

Pero todos sabemos lo que ocurrió después: Chávez salió más fortalecido de aquel intentó del pueblo de sacarlo del poder y lo que vimos a continuación en los siguientes años fue lo que un ex agente de la KGB (Agencia de Inteligencia de la Unión Soviética), llamado Yuri Bezmenov denominó: «subversión ideológica». Un proceso lento, progresivo y total. Para que una sociedad no se alce en tu contra y rechace tus valores marxistas, hay que construir a un hombre comunista, un “hombre nuevo” e “iluminado” que adopte de manera voluntaria el sentir de la revolución y le vote a partidos socialistas, pero para eso hay que preparar el terreno. En palabras propias de Yuri, significa “básicamente  cambiar la percepción de la realidad de cada individuo, hasta un punto en el que a pesar de la abundancia de información, nadie es capaz de llegar a conclusiones lógicas que le permitan defenderse: a sí mismos, a sus familias, comunidades y finalmente su país”. Dicho de forma más coloquial, es un lavado de cerebro. Esto ocurre tomando en principio los  medios de comunicación; se utiliza a periodistas, escritores, politólogos, sociólogos, economistas etc. Como una autoridad “intelectual” para difundir propaganda política haciéndola  pasar por información neutra y confundir a la población. Luego se toman las escuelas, universidades, centros culturales, museos, bibliotecas, teatros, conciertos, etc. Y se comienza poco a poco a filtrar en ellas la filosofía socialista.

Esta primera etapa los soviéticos la denominaban “desmoralización” y toma alrededor entre 15 y 20 años concluirla. ¿Por qué toma tanto tiempo? Porque esa es la cantidad de años mínima que toma educar a una generación de estudiantes. Sin que esa visión tenga un contrapeso con los valores básicos de la cultura de un país, no hay manera de diferenciar qué es propaganda y que es educación neutral. Los ciudadanos pasan de ser individuos a ser “pueblo” y están de alguna forma programados para pensar y reaccionar de cierta manera a determinados estímulos. A los más radicales no puedes hacerlos cambiar de opinión, incluso aunque los expongas a información autentica y muchas veces, quienes se denominan disidentes también adoptan ideales comunistas; lo peor: no saben que los tienen. Todo eso es debido a que se han criado por casi 20 años escuchando una y otra vez el mismo discurso. Lamentablemente en aquellos años de fuerte difusión de propaganda, tanto la sociedad como la oposición cedieron el terreno cultural y educativo mientras se disputaban puestos en cargos públicos o debatían de forma inocua cómo debería ser implementado de forma más eficiente el control cambiario.

Un ejemplo de opositor que es socialista y no sabe que lo es, ocurre cuando este defiende que se coloque un precio fijo a un alimento para “castigar” a un empresario por supuestamente especular, cuando la realidad macro-económica es mucho más compleja que eso. Otro ejemplo más reciente y preocupante es el del Gobernador Lacava el cual está ganando adeptos opositores porque “él si hace su trabajo”, cuando claramente es otro populista que va a barrer los problemas por debajo de la alfombra. A los chavistas no  les interesa resolver la crisis o los problemas porque son un arma de control política y social. Esa es otra fase de la que hablaban los soviéticos para tomar a una nación, pero ese es tema para otro día.

Para eliminar estos ideales de una sociedad, hacen faltan otros 15 o 20 años para poder educar otra nueva generación con mejores valores, conductas responsables y sentido común. Esa es la verdadera lucha contra el comunismo que deben librar los venezolanos. Cuando vemos al país hoy, casi a punto de finalizar 2017, nos damos cuenta que la etapa de desmoralización ha sido completada y que la guerra psicológica es más fuerte que nunca. El venezolano promedio está apagado, intentando sobrevivir o sencillamente resignado. Sacar a un grupo de despostas del poder no es tan difícil como parece. Incluso levantar de nuevo una economía tan destrozada como la venezolana se puede lograr en unos cincos años aplicando medidas económicas urgentes. Lo verdaderamente difícil es sacar ese virus que ha infectado la mente de los ciudadanos por tantos años, ya que de nada sirve sacar a una ficha del juego si llegará otro personaje con los mismos valores socialistas y le volverán a votar. Aquí hay que tener especialmente cuidado, porque incluso quienes se dicen más opositores solo desean “mejorar” el sistema político, económico y social de Chávez. Pero todos sabemos que no importa quien cocine, si la receta es la misma una y otra vez, está destinada al fracaso. Ocurrió en la China de Mao, en Polonia, en Hungría, en Berlín, en Cuba y ahora Venezuela.

Lo primero que hay que hacer si deseamos salvar a Venezuela es recuperar los espacios culturales para que sean lugares donde fluyan ideas libres. A los ciudadanos cuando se les muestra la verdad de la forma correcta, siempre elegirán la verdad por encima del engaño. Es trabajo de los políticos e intelectuales honestos que de verdad están comprometidos con la libertad del país, educar a la población y sobre todo tener un discurso frontal en contra del Socialismo del Siglo XXI, de sus bases filosóficas y culturales. De sus sistema económico perverso y su control social sistemático.

Si no actuamos pronto, lo más probable es que el destino de Venezuela sea el mismo de Cuba: un país hundido en el atraso, la miseria y el hambre. No habrá una salida épica como en Berlín, pasaremos a ser otro país de la larga lista que lamentablemente cayó en las garras del Comunismo y el cual no supimos defender a tiempo.

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