¿Es viable sustituir a la oposición?

Desde el anuncio de un diálogo en República Dominicana entre el régimen y la oposición para buscar una salida definitiva a la crisis, el rechazo de cierta parte de la opinión pública no se ha hecho esperar, entre calificaciones y gritos de ¡traición!, muchos abjuran de unos líderes en los que otrora se sintieran representados.

El descontento es genuino y se funda en un año desastroso para una dirigencia que en un momento elevó muchísimo las expectativas de la ciudadanía en relación a una eventual salida de la dictadura que, a pesar de tener a la calle movilizada por más de tres meses y tener el apoyo de prácticamente todos los países del mundo libre, no supo articular una transición democrática sino que, en sus contradicciones, más bien terminó por darle oxígeno a un régimen que hasta hacía un año apenas, atravesaba su peor momento y parecía tener los días contados.

Los errores cometidos entre 2016 y 2017 son profundos y arrastrarán consecuencias imponderables en el futuro. No por nada la historiadora Margarita López Maya habla del 2017 como el año de “la derrota de la democracia” y la consolidación del “postchavismo”. Comenzando a principios de 2016 por la incapacidad e inefectividad de la oposición en hacer valer la legitimidad de la Asamblea Nacional y de dejar anular al Poder Legislativo mediante la dictadura judicial de la Sala Constitucional del TSJ; el fracaso de un Referéndum Revocatorio que posicionó las expectativas de la gente muy por encima de la realidad, para que la dirigencia opositora terminara ese año sentada en un “diálogo” en donde se claudicaron aspectos claves de la lucha política. Y finalmente el fracaso rotundo de las protestas y movilizaciones de 2017, que arrojaron un saldo de 130 asesinados y más de mil presos políticos y que volvieron a derivar en un proceso de negociación entre las partes, pero con una oposición irreversiblemente dividida.

Ante este escenario hay quienes plantean hacer una especie de “tabula rasa” y consolidar una alternativa o “tercera vía” frente a la oposición venezolana institucionalizada. Esta pretensión, por más noble que parezca, hay que analizarla en términos más realistas. Lo primero es entender la debilidad de los políticos opositores y sus alianzas entre partidos, la cual tiene qué ver con su incapacidad de trascender la mera plataforma electoral, para erigirse en una dirección política más compleja con fines a largo plazo. En ese sentido, el clamor de una sustitución de actores políticos por otros, deja de lado el hecho de que cualquier acción política funciona bajo el arreglo institucional creado por la dictadura para mantenerse en el poder; por lo que estos actores responderán a los incentivos y coacciones engendrados por el régimen. Operativamente la oposición no puede dar “enforcement” a ninguna condición porque no tiene el monopolio de la violencia. Así que no es del todo descabellado pensar que frente a un Leviatán como el Estado totalitario venezolano, es irrelevante quiénes encabecen a la facción de oposición.

El gran problema radica precisamente en que quienes se presentan a la negociación, necesariamente asumirán los costos de su fracaso y reforzarán cada vez más la tesis de quienes creen que son traidores que deben ser sustituidos por actores aptos y no entienden que realmente se trata de un problema estructural.

Como dije en mi última entrega, sabemos que los partidos políticos dejaron de ser campos de batalla ideológica y de resistencia, para ser corporaciones clientelares y que los políticos, por más que se jacten del “bien común”, en el fondo son “rent seekers” y arbitran costes de oportunidad. Pero, para bien o para mal, siguen constituyendo el único vehículo efectivo para la acción política, al menos en el mundo moderno de la democracia representativa y la sociedad de masas. La solución a este caos no pasa, por prescindir de los partidos políticos, ni consolidar liderazgos independientes o terceras vías, que no resolverán el problema de fondo (que es el arreglo institucional de incentivos y coacciones perversas de la dictadura) y que probablemente respondan igual o peor a los actores que ya están. La solución pasa por establecer una gran alianza táctica y de amplio espectro que intente coordinar todos esos fines de corto plazo dentro de las organizaciones políticas y de la sociedad civil, por objetivos de largo plazo. Esos objetivos a largo plazo sólo puede establecerlos la Comunidad Internacional a través de garantías para un gobierno de transición de oposición, que supere las promesas a corto plazo que ofrece la dictadura a la oposición con negociaciones fallidas y premios de consolación.

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