¡Vamos a hacer hallacas!

Desde temprano se había dispuesto todo el aparataje necesario para el gran día: se iban a hacer las hallacas para toda la familia. Nunca faltan los que llegan retardados, varios de los tíos, que llegaron mucho después, pues se habían ofrecido a traer la carne y el pollo de un sitio de donde decían que la vendían muy buena y barata, cosa apreciable en estos tiempos, pero curiosamente, esos sitios donde venden algo bueno y barato, siempre quedan lejos o al otro lado de la ciudad. En fin, la cosa es que llegaron y aunque apurados, se montó la olla para el guiso.

Como si de un obediente ejército se tratara, cada quien toma su puesto en la línea de producción: la abuela como una generala supervisando la preparación; las tías y las nueras cortando, sazonando y probando ingredientes; los tíos y cuñados amasando, midiendo los pabilos y amarrando; y los más chamos, se encargan de cortar las hojas, vigilados férreamente por la abuela, no vaya a ser que se formara el bochinche y se pierdan las hojas por estar mal cortadas.

El espíritu navideño de vez en cuando anima a algún desavisado, quien totalmente ajeno a la tradición familiar, osa sugerir algún cambio en la antiquísima receta transmitida de generación en generación, dizque llegada a estas tierras prácticamente desde la Conquista. Pero los intentos no duran mucho, pues a la segunda vuelta de sugerencias el pichón de chef es sacado sin contemplaciones de la cocina por parte de la abuela, y remitido directamente al “departamento de higiene, conservación y desinfección de utensilios”, léase fregadero, donde entre cacharros, espuma de lavaplatos, grasa pegada y esponjas húmedas, es condenado a expurgar sus pecados de autoestima.   

La otra pelea se sucede ya en las horas cercanas al mediodía cuando el hambre aprieta y las hallacas ni cerca de estar terminadas. Los más previsivos han tomado sus precauciones para enfrentar, ironías de la vida, una dura jornada de ayuno hasta que no saliera la primera hallaca, cosa que ocurre ya bien entrada la tarde. Los que no, tornan camino a la cocina y tratan de marear a la abuela, para aprovechar “y dar una probadita al guiso, a ver cómo está quedando”, todos en fila y armados con el respectivo plato, cuchillo y tenedor para tomar su parte del botín. Los más descarados van raudos y veloces a meter un pedazo de pan o casabe directamente en la olla, con la intención de cometer una de las más execrables acciones que pudieran comprometer la integridad del guiso.

No faltan otras escaramuzas durante la jornada. En un extremo de la mesa empiezan las quejas porque el vino de cocinar se acaba rápidamente, hasta que descubren que en el otro extremo lo usan para amenizar la ocasión, que no para cocinar, formándose una fiesta paralela que no estaba pautada en el programa. También cunde la alarma cuando las provisiones de aceitunas, encurtidos, pasas y huevos duros empiezan a mermar de manera misteriosa y sin ninguna razón.

Y sin que nadie sepa en qué momento, salen de algún sitio un tobo, un rallador, un tenedor y dos pedazos de palo de escoba, para formar una improvisada banda, apoyada por el entusiasmo de un vecino quien presta un cuatro todo desvencijado, para deleitar con su música al muro trasero de la casa, hacia donde fueron desalojados a la fuerza por fastidiosos.

Tampoco faltan los asomados. Apenas al escuchar la música o sentir el olor del guiso, empiezan a llegar a la casa el vecino, el primito o el noviecito que se autoinvitan cordialmente a la reunión. Pero no pasan de allí, pues automáticamente, no faltaba más, son asignados en comisión de servicio para que laven los platos, trastos y envases sucios que van dejando a su paso los colaboradores que sí han dejado el lomo en la cocina durante todo el día.

Fue memorable la ocasión en que una de las primas se llevó al noviecito de turno, y a pesar de lo ingrato de la tarea, lo acompañó a cortar y limpiar las hojas de las hallacas. Y así pasaron horas y horas cortando, todo esto aderezado con los susurrantes y enternecedores “papi, ¿tú me quieres?”, “mami, yo te quiero”… besito pa`ti y besito pa`mí… “papi, ¿yo soy bonita?”, “mami, tú eres bonita”… besito pa’mí y besito pa’ti… y así sucesivamente hasta que cuando fueron a ver, volvieron retazos alrededor de 10 kilos de hojas.

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