Por amor a Cripto

Recientemente fui a un evento sobre criptomonedas. Allí me pude percatar de que Jesús, Mahoma, Buda y Herbalife han sido desplazados por la nueva figura de salvación de la raza humana: las criptomonedas (o Jesucripto). Más de quinientos asistentes atendimos de cerca las explicaciones para salvar nuestras economías personales del infierno de la hiperinflación venezolana.  

Debo confesar: adentrarse en este mundo es fascinante, pues es volver al inicio de la creación del dinero como herramienta de intercambio. Escuchas que existen nuevas monedas, como el Bitcoin, Dash, Litecoin, Monero, Ethereum, Petro… Si no sabes de qué están hablando, juras se trata de unos nuevos reguetoneros: “El Monero… featuring el Ethereum… un millón de monedas vendidas… Bitcoin… Petro, ponte los patines pa’ que me alcances… Da, da, da, daaaaaaaaaaash”.

A pesar de ser distintas, todas estas criptomonedas coinciden en algo: son acuerdos a los cuales les dimos valor para usar como instrumento de intercambio. Por eso el concepto de criptomonedas no es nada ajeno a nosotros. De hecho siempre las hemos tenido en nuestras vidas. La primera criptomoneda de uno, es el nombre. Tú sabes que si tu mamá te dice “Reuben”, eso no vale nada. Si te dice “¡Reuben Eduardo!”, el peo se va cotizando. Ahora, cuando tu mamá te dice “¡¡¡Reuben Eduardo Morales Weggeman!!!”, ese peo pasa la barrera de los mil dólares.

Pero estas criptomonedas de la vida van cambiando, pues al casarte te hayas con otra: la palabra “amor”. Por ejemplo yo sé que cuando mi esposa me dice “amor”, eso vale un mandado. Cuando me dice “amorcitooo”, eso es igual a una cartera (y una falda). Ahora, cuando me grita toda molesta “¡¡¡amorrrr!!!”, eso equivale a un mes sin sexo.

Ésa es la noción básica de las criptomonedas. Luego aprendes que todo lo inventó un señor llamado Satoshi Nakamoto y que la tecnología de base es algo llamado “blockchain”. Yo llegué emocionado a explicarle esto a mi papá, un señor gocho, y me fue imposible.

  • Papá, las inventó Satoshi Nakamoto.
  • ¿Ese toche usa moto?
  • Y usan la tecnología “blockchain”.
  • Salud, mijito, ¿está engripado?

Luego me llegó el momento de invertir en una criptomoneda. Al principio asusta, pues una sola puede valer miles de dólares. Luego entiendes que debes ir comprando fracciones muy pequeñas de criptomoneda a la vez. En otras palabras, invertir en criptomoneda es como enamorar a una mujer que está buenísima. La primera vez que le hablas, solo vas a captar el 0,000004674 de su atención.

Aunque el tema álgido de las criptomonedas está es en la famosa minería, que consiste invertir e instalar procesadores para ponerlos al servicio de la gran base de datos de transacciones. En Venezuela, el gobierno tiene mal visto esto. Si es de minar, nos prefieren siendo parte del ecocidio del Arco Minero. Menos mal que los siete enanos de Blancanieves no son de esta época. De ser así, minaran criptomonedas, los hubiesen metido presos y seguro les hubiesen achacado los apagones a sus procesadores de minería.

También aprendí sobre la existencia de los ICO. Así se les llama a las nuevas criptomonedas que van saliendo al mercado todos los días. Ya en Venezuela han propuesto varias, como que la de Superman sea la Cripto-nita y la de los maracuchos, el Patacoin. En vista de ello, yo también me lanzo a la aventura y cierro este artículo lanzando mi propia línea de criptomonedas para quien desee invertir.

La de Maracaibo: el Sofocoin.

La de los cayos: el Morrocoin.

La de los sobrinos: el Pericoin.

La de Iris: el Bravucoin.

La de los pranes: el Atracoin.

La de los Pastores: el Predicoin.

La del Arco Minero: el Toxicoin.

La de la comunidad LGTB: el Maricoin.

La de Diosa, Rosita, Yorgelis y Kevin Spacey: el Fornicoin.

(¡Qué chistes tan malos!… por amor a Cripto).

Reuben Morales
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