Libertad a los esclavos

Un intenso debate está por producirse en el seno del Congreso Nacional. Senadores y Representantes se reúnen y las barras se encuentran llenas cuando, en horas de la mañana del 23 de febrero de 1854, el Sr. José María Luyanda abre la sesión con un gran discurso y nombra una comisión encargada de revisar el proyecto de manumisión que se encuentra engavetado en la cámara baja desde el año 1850. Este propone al Legislativo que, sin vulnerar el derecho de propiedad, se borren de las leyes de Venezuela los términos “esclavos” y “manumisos”.

El primero en hablar es el Presidente del Congreso, Comandante Francisco José Oriach, quien se manifiesta como partidario de la abolición de la esclavitud, siempre y cuando se salve el derecho a la propiedad. El Doctor Vicente Amengual le replica advirtiendo que la aprobación del proyecto podría conducir a la República hacia un abismo espantoso y lo clasifica inconcluso, deficiente e impremeditado.

El tópico desata las pasiones del foro y así comienza un sinfín de discursos pues todos solicitan el podio con el deseo de ejercer su derecho a opinar sobre la ley que, de ser aprobada, marcará un hito en la vida socioeconómica de la nación. Murmullos, protestas y aplausos se mezclan al paso de las palabras de cada uno de los oradores que abandona el púlpito.

Las intervenciones de quienes apoyan la promulgación de esta ley son breves y suelen terminar con la frase condicional pronunciada por Oriach:

-Siempre y cuando se respete el derecho a la propiedad-.

Aquellos que se oponen a la idea de liberar a los esclavos tardan un poco más pronunciando sus discursos. Además de velar por el respeto al derecho de propiedad y colocarlo sobre la dignidad y libertad del hombre, denuncian que la aprobación de dicha ley podría causar un impacto negativo en la economía del país. Alegan que faltarían los brazos necesarios para el desarrollo de las actividades agrícolas; que los productores de caña de azúcar y cacao sufrirían un golpe mortal; y que los precios de los frutos del campo subirían estrepitosamente y los venezolanos no tardarían en verse enfrentados al monstruo del hambre.  

Observando que después de más de un mes de pura arenga aún no se ha llegado a un acuerdo sobre el tema, decide el General José Gregorio Monagas tomar las riendas del asunto y enviar un mensaje en el cual manifiesta su voluntad a los Senadores y Representantes del Congreso Nacional.

-Buscad el modo de abolir la esclavitud sin vulnerar los derechos de los poseedores de esclavos; y acabad de sancionar una ley justa, santa, digna de una política ilustrada, y consecuente con los principios liberales que nos han guiado hasta aquí.-

Al presidente de la República poco le importan las advertencias o los vaticinios de una catástrofe económica. Él sabe que los precios del café se han disparado en el mercado internacional y en el país ha crecido significativamente la actividad ganadera, eso debería compensar la cosa. Su más preciada aspiración es que se le recuerde por algo más que ser el hermano menor de José Tadeo Monagas y su sucesor en la Presidencia de la República, una vez aprobada esta ley se le conocerá como “El Libertador de los esclavos” y ese título le garantiza un capítulo en el libro de la historia patria.

Para la fecha se calculan alrededor de diez mil esclavos útiles hasta la edad de sesenta años. El avaluó de esta cantidad de semovientes resulta en un total de un millón ochocientos mil pesos, cifra que el gobierno se compromete a pagar a los propietarios afectados por la aprobación de la libertad de sus esclavos y manumisos.

Entonces el sábado 25 de marzo de 1854, tan solo un par de días después de haberse leído su misiva en el Congreso Nacional, el General José Gregorio Monagas estampa su rúbrica y ordena el ejecútese a la ley aprobada por el Poder Legislativo.

Aquella tarde, en la Plaza San Jacinto, el Presidente no puede ocultar su sonrisa cuando aparece escoltado por un batallón de la tropa veterana y los funcionarios civiles y militares de su gobierno le pagan honores. Allí le hace entrega de la ley de libertad a un grupo de esclavos que se encuentra a las afueras de la Casa de Gobierno y procede a leer en voz alta su artículo primero:

-¡Queda abolida para siempre la esclavitud en Venezuela!-

Una ovación retumba en la plaza y se escucha de un extremo al otro en la ciudad de Caracas. Una masa de caras negras, agitando por los aires palmas y banderas, corea sin cesar el nombre del Libertador de los esclavos.

Jimeno Hernández
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