Los espejismos de abril

Finalizada la semana santa queda por delante un complejo sistema de incertidumbres y de certezas. La debacle económica seguirá su curso hacia el abismo, sin que se sepa cómo ni cuando se va a revertir el proceso de desguace de la calidad de vida de los ciudadanos. Vivimos el vértigo de una experiencia indecible respecto de la cual los políticos de la MUD, devenida ahora en Frente Amplio, no se dan por aludidos. Ellos siguen pidiendo “condiciones electorales favorables a la participación” como si viviéramos una mínima normalidad en la cual pudiese separarse lo electoral del conjunto de aflicciones que viven los venezolanos.

El llamado “Frente Amplio” es otra alucinación. A estas alturas no ha podido enmascarar perfectamente la tragedia de cuatro partidos totalmente desprestigiados. Sin embargo, han logrado vender que la unidad es una condición necesaria y suficiente para salir del régimen. Ya hemos dicho que una unidad sin reflexión sobre las estrategias, los medios y los fines, es simplemente un fetiche que un grupo de oportunistas enarbolan para encubrir sus propias impudicias, como si se pudieran disolver en un promedio difícil de calcular. No hay tal cosa como un “Frente Amplio” que haya logrado organicidad, y lo que queda luego del carnaval de eventos que se realizaron en marzo no es otra cosa que un puño de liderazgos desgastados que todos los días se debaten entre participar del fraude electoral convocado por la espuria constituyente, o mantenerse al margen.

La Asamblea Nacional Constituyente sigue vigente, aunque es ilegítima y espuria. Es el altar donde se reconoce a una dictadura totalitaria, y donde doblan la cerviz los políticos que juegan al oportunismo clientelar. Tampoco fue una confusión el que cuatro gobernadores adecos y unos cuantos alcaldes de PJ (que actuaron por mampuesto) corrieron a juramentarse, y a reconocer lo que debió ser siempre irreconocible. En todo caso, para la ANC sus metas son innegociables. Ellos son la garantía estatuida de la declaración del comunismo mediante la constitución totalitaria.  Opera, eso sí, como un submarino, sumergido parte de su tiempo, con el periscopio siempre observando, y con capacidad para emerger cuando lo crean conveniente.

Las elecciones convocadas por la asamblea constituyente, espuria e ilegítima son también un espejismo. No son tales, pero hay gente, dinero e intereses intentando hacerlas pasar por buenas. El que funge de candidato de la oposición ha planteado una campaña insípida, propia de los que no quieren meterse en honduras. Un país bello, pleno de paisajes esplendorosos, lleno de gente buena y amable, que está comprometida con una Venezuela diferente. Para el comando de la izquierda exquisita, no hay crisis que denunciar, ni contrastes que resaltar. Aunque cada cierto tiempo, lanzan un guante, intentan un debate, amañan una seña, como para que todo el montaje no sea tan tedioso, vulgar y ordinario.

Soluciones a la escasez de divisas, como el Petro, son otra quimera que hacen ver al régimen como especialmente preocupado por el desastre que ellos mismos han provocado. A estas alturas resulta una total necedad prestarle atención a ese juego de prestidigitación que no logra ni siquiera explicar cómo vamos a pagar el pasaje del autobús en una ficción monetaria que no es canjeable libremente ni tiene claro cual es el soporte del valor que dicen tener. Eso sí, podemos estar completamente seguros de que giras y suministros de la nomenclatura oficial se financian en dólares contantes y sonantes y no en la falsa moneda que ellos quieren imponer a los demás.

El nuevo “cono monetario” llamado ahora “bolívar soberano” morirá antes de nacer porque será devorado por la hiperinflación que a su vez es producto de la indisciplina fiscal que practica el régimen con malévolo candor. El intento de quitarle ceros a la hiperinflación es un esfuerzo inútil, flor de un día, porque es el equivalente de cubrir con una “curita” un sarcoma purulento. Mientras tanto, la crisis de efectivo es generalizada y los grupos más vulnerables tienen que “comprar dinero” con un sobrecosto que llega en algunos casos al 100%.

Las soluciones a la devastación de la moneda son objeto de airados debates. Unos se plantean la dolarización como opción mientras que otros defienden la causa del rescate del bolívar. Los primeros, entre los que me cuento, plantean la necesidad de quitarle al gobierno su capacidad de maniobra monetaria, que siempre dispone a favor de sus ínfulas populistas. Los segundos tal vez no incorporen en sus ecuaciones el grado de deterioro del sistema institucional financiero y monetario, ni se imaginen que el BCV actual es su propio espectro, que la corrupción es el signo más conspicuo de veinte años de gestión, y que lo que hay que recuperar de la manera más rápida posible es el  bienestar ciudadano, y que eso depende en mucho de la posibilidad de frenar la hiperinflación.

La industria nacional no existe. Tampoco la agroindustria. Lo que queda son empresas y hatos arruinados por décadas de intervencionismo, violación de la propiedad, inseguridad jurídica y ciudadana, caída del consumo, imposibilidad de adquirir materias primas, bloqueo de las compras internacionales, y una corrupción con la que es imposible llevar adelante un negocio. Las empresas cierran sin que otras abran. El talento sigue en fuga y las ventajas para las nuevas inversiones no existen. Los comercios lucen agónicos y el ánimo emprendedor sigue su merma. En esas condiciones no hay ninguna posibilidad de recuperación mientras no se reviertan las causas, que son políticas. Con el socialismo del siglo XXI, lo único que es factible es la continuación de la miseria y la servidumbre.

Los servicios públicos también son ficciones. Escuelas, hospitales, agua potable, suministro eléctrico, telecomunicaciones, servicios de internet, prevención de epidemias y catástrofes, ninguna de ellas está operando normalmente. Todo lo contrario, están en el borde de la falla operacional irreversible, porque así son las revoluciones, expertas en la mentira, ávidas en la profusión de propaganda, y muy malas en la gestión. No hay institución pública que funcione. Tampoco las FFAA.

La gestión de la soberanía también es un albur. El país es víctima de la violencia compartida entre grupos violentos de diferente tenor. Megabandas, grupos terroristas, guerrilleros, narcotráfico, paramilitares, y similares, parecen haberse repartido el país, con la complacencia de quienes deberían defender y garantizar el orden social y la vigencia de la ley. El viejo concepto de Estado cruje en Venezuela: Un gobierno que no logra garantizar a la población el control del territorio. También en esto son conspicuas las revoluciones.

Por todo esto debemos estar atentos, incluso suspicaces. Mantener el foco en la realidad nos inhabilita para creer en falsos profetas y en falsas soluciones. En estos tiempos menguados lo único que no podemos permitirnos es la alucinación:

  1. Esta crisis no se resuelve con “mejoras en las condiciones electorales”.
  2. Esta crisis no se resuelve con “negociaciones seriales” sin fuerza y respaldo popular.
  3. El régimen está organizando una farsa electoral para mantenerse en el poder.
  4. La unidad sin unidad de propósitos no es atributo de los estadistas, sino una vulgar trampa de la corrección política. El que juegue a la connivencia con el error, termina siendo víctima de sus equivocaciones.
  5. Nadie se acuerda del peligro subyacente en la vigencia espuria de una Asamblea Constituyente, sus poderes omnímodos, su constitución comunista, y la pretensión de ser lo que no es, allanando los poderes republicanos y siendo voceros oportunistas de una dictadura totalitaria.
  6. El petro no es una moneda. Es un cripto-canal para la corrupción y el lavado de dinero.
  7. El cono monetario no va a detener la hiperinflación. La va a encapuchar por un breve tiempo.
  8. Las empresas públicas están quebradas. El negocio petrolero ya no existe. Los servicios públicos viven el colapso. La industria nacional desapareció. La agroindustria dejó de tener sentido. No hay empresarialidad posible dentro de los cánones del socialismo del siglo XXI.
  9. La soberanía nacional está disuelta en un sinnúmero de grupos facciosos que se reparten el usufructo de la violencia.
  10. El país vive momentos de colapso, acelerado por los tiempos concedidos a los farsantes.
  11. Son tiempos para concentrarnos y mantener el foco en la realidad, a pesar de los espejismos de abril.

Víctor Maldonado
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