De preso político a político preso
Editorial #402 – Efecto Lula

Del sindicato a la presidencia y ahora a la cárcel. Luis Ignacio “Lula” Da Silva se convirtió el sábado en el primer presidente en la historia de Brasil en terminar preso por delitos comunes.

Hace 38 años, durante su lucha contra la dictadura, Lula fue un preso político. Hoy es un político preso por corrupción. Su caída en desgracia es emblemática y traspasa las fronteras del país más grande de la región.

El problema es que esta historia no solo termina mal, comenzó mal. Lula jamás debió convertirse en el ídolo de masas que llegó a ser. Ondeando la bandera de la lucha por los más pobres y por la igualdad social –la misma que enarbolaron sus socios del Foro de Sao Paulo, Hugo Chávez, los esposos Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, entre otros- su proyecto político tuvo un objetivo por sobre cualquier otro: la eternización en el poder.

Poco o nada les importó desmontar las instituciones, destruir la economía, cercenar las libertades o mutilar a la república. Pero eso no fue todo. Además de la destrucción, también los caracterizó la corrupción. En todos los países donde el proyecto socialista llegó al poder, llegó a niveles nunca vistos.

Venezuela es un caso único y solamente podremos saber la magnitud del desfalco a la nación cuando toda la tragedia que hoy vivimos termine. En Argentina, aunque la expresidenta Cristina Kirchner sigue en libertad por sus fueros como senadora, tiene varias causas abiertas y a gran parte de su gabinete entre rejas. En Ecuador, el exvicepresidente Jorge Glas también está preso, mientras a Rafael Correa le llueven denuncias, incluso de su sucesor y exaliado, el presidente Lenin Moreno. En Bolivia, aunque todavía en el poder, Evo Morales y su gobierno también son objeto de una gran cantidad de acusaciones que están en marcha.

Pero Brasil es el caso más emblemático. No solo porque ahí se originan algunos de los escándalos más grandes que además causaron un tsunami en los otros países, como el Lavajato y todo lo relacionado con las “propinas” de Odebrecht y OAS. Sino también porque Lula fue el líder del proyecto regional y la referencia para todos los demás.

A tal punto llegó su popularidad y la ceguera de muchos, que incluso dirigentes de oposición en Venezuela, como el dos veces candidato presidencial Henrique Capriles, llegó a calificar a Lula como “un ejemplo para todos nuestros países”. El progresismo aplaudía fervientemente ese desvarío. Quienes advertíamos sobre su peligro, éramos calificados de “radicales”.

Hoy muchas máscaras se han caído; y faltan. Es una buena noticia que la justicia empiece a llegar a nuestros países, aunque sea tarde, aunque sea lenta.

No se trata solo de los delitos que cometieron, sino de las consecuencias. Mientras unos pocos se hicieron increíblemente ricos, son millones de personas las que pasan hambre y necesidades. Son años de retroceso de nuestra naciones.

Por eso, aunque en su momento el expresidente de Brasil tuvo un gran impacto político en la región encabezando el Foro de Sao Paulo, conocido como el “efecto Lula”, hoy su ejemplo debe servir para que todos tengamos claro que no importa quién seas ni cuánto poder tengas: tarde o temprano tendrás que rendir cuentas ante el pueblo y la justicia.

Eso debe tener hoy muy preocupados a sus socios y amigos.

Ese será, desde hoy, el nuevo “efecto Lula”.

Miguel Velarde
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