El turista americano

Un norteamericano llamado H.E. Stanford visitó la capital venezolana a principio del año 1858, tan solo un par de meses antes que la “Revolución de Marzo” liderada por el General Julián Castro derrocara el régimen nepotista de los hermanos Monagas. Sus impresiones sobre su estadía en Caracas fueron publicadas en inglés en las columnas del “Harper’s New Magazine”, con dibujos del artista Ricardo Cox, y fue traducida al castellano por el Dr. Alejandro Huizi Aguiar.

En este artículo, el periodista estadounidense brinda luces sobre la personalidad del Presidente de la República y relata como transcurría la vida de los habitantes del valle frente al cerro Ávila, prestando especial atención a la belleza de sus mujeres y las pocas maneras de divertirse, esbozando así en la mente del lector un retrato de cómo eran las cosas en la Caracas de aquellos remotos tiempos.   

-Hemos llegado ahora a la Plaza de San Pablo. La casa del frente con sus tres ventanas, al lado del taller del fabricante de ruedas, cuyo interior es tan simple como su exterior, es la residencia del hombre más rico y primer ciudadano titular de Venezuela, el Presidente General José Tadeo Monagas, cuyos poderes han sido aumentados últimamente por el Congreso, extendiendo, además su lapso de Gobierno a seis años; también se le dio una nueva Constitución. Sucede a su hermano el General José Gregorio Monagas, de quien fue a su vez su antecesor.-

Describe al mayor de los hermanos como –un viejo llanero, de 70 años de edad, alto, musculoso y activo; en sus movimientos y apariencia personal. Es un hombre de poca cultura y menos palabras, pero de recia voluntad. Va a caballo o a pie cada mañana y vestido de paisano, a la casa de Gobierno, pero nunca solo, ya que lo acompaña una media docena de oficiales.-

Continúa diciendo que –Junto a su casa, a la izquierda, hay cuarteles con soldados, los que abundan aquí, así como también alrededor del buen edificio situado al cruzar la calle y que no puede verse en la ilustración. Es desde sus ventanas que las damiselas, de animados ojos, distribuyen cintas y lazos a los valientes galanes que se han distinguido en los toros; y es esta quizás la mejor ocasión de describir las principales diversiones públicas en Caracas.-

Según Stanford, el número de diversiones en la capital venezolana es bastante limitado. –Hay un mísero teatro que funciona los domingos por la noche; así como varias galleras, abiertas estas mucho más a menudo; pero el espectáculo que deleita a los caraqueños de ambos sexos es el de los toros. No se torea, hablando en propiedad, sino que el deporte consiste en perseguir a un pobre animal, el toro, a lo largo de las calles, agarrándolo hábilmente por la cola y derribándolo al hacerle perder el equilibrio; cuando desconcertado, se incorpora, embiste al jinete más cercano, pero entonces otro lo acosa y es echada la bestia por tierra una y otra vez hasta que finalmente, con los cuernos quebrados y las narices rotas, estropeada e inofensiva, se la enlaza y saca fuera del cercado, enviándosele al matadero para contribuir a nuestra comida del día siguiente. Este deporte brutal puede practicarse en cualquier parte de la ciudad, y aprovecho esta ocasión para aconsejar a mis jóvenes compatriotas, si vienen a Caracas ya que van a todas partes, que no demuestren su galantería acompañando a caballo a las damas por las tardes, ya que es muy probable el encuentro con un toro. Se ve primero una nube de polvo, oyese gritos y ruidos de pisadas, y aparece de pronto un horrible par de cuernos, cuya vista corta en seco cualquier frase en el español mejor aprendido, obligando a escurrir el bulto en un verdadero sálvese quien pueda.

Ocasionalmente la pasión por los toros invade a las damas en algún barrio de la ciudad. Entonces colocan barreras en dos o tres manzanas; hay música, banderas, así como también se obtienen unos cuantos cornúpetos de aspecto famélico; se conducen estos dentro del cercado, donde ya se encuentran los jóvenes galanes del lugar, montados y calzadas las espuelas. Las ventanas lucen adornadas con damas trajeadas de fiesta, cuyos expertos ojos no podrán ser engañados con falsas demostraciones de habilidad por parte de sus admiradores, quienes, si triunfan reciben en premio vistosos lazos que prenden en sus hombreras. Pienso que difícilmente podrían nuestros jóvenes compatriotas ver esos brillantes ojos y hermosos rasgos femeninos sin arriesgarse a salir maltrechos con tal de obtener tal galardón. Dura la fiesta hasta que oscurece y frecuentemente por todo una semana, durante la cual cada día termina con un baile en alguna casa del vecindario. El espectáculo no es siempre muy animado al comienzo, ya que los toros tienen que ser excitados a embestir, ya sea por gritos o pedradas de los espectadores, algunos de los cuales capotean al reacio animal agitando ante él sus rojas cobijas. En su conjunto es una diversión estúpida y brutal, ha sido traída de los llanos donde en efecto allá tiene su objeto.

Jimeno Hernández
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