Todo le sale al revés

Para mediados del año 1810 el General Francisco de Miranda había alcanzado el pináculo de su fama, aunque entre una gran cantidad de sus compatriotas era apenas conocido. Sus coterráneos únicamente sabían que era un revolucionario  cuya tentativa de liberar a Venezuela había fracasado en el año 1806.

Eran raros los casos de aquellos enterados de los rumores sobre sus novelescas aventuras en Europa. Los pocos que conocían su nombre lo tomaban como un soldado de la fortuna que vio la oportunidad de desenvainar la espada para pelear por distintas causas. Primero luciendo el uniforme oficial del Ejército Español, luego el de General de la Revolución Francesa y posteriormente el de los Ejércitos Rusos de la emperatriz Catalina II. Resentían el hecho que mientras ellos gemían bajo el yugo de español, él había vivido colmado de lujos en Francia, Rusia e Inglaterra.

En 1805 llegó a los Estados Unidos utilizando el alias “George Martin”. En Nueva York, con el contacto de sus amistades William S. Smith, inspector de aduanas de aquella ciudad, y Rufus King, ex ministro de los Estados Unidos en Londres, a quienes reveló sus intenciones de organizar una expedición revolucionaria a las costas de Venezuela, logró ponerse en contacto con el armador Samuel Ogden, así como también varios negociantes y contrabandistas.  A través de estas diligencias gestionó el alquiler de un barco de 16 cañones, empleado hasta entonces para el comercio irregular con las Antillas. Reclutó 200 hombres en los que se contaba con marineros, carniceros y jóvenes desesperados por trabajo que deambulaban por los muelles del puerto o las calles de Brooklyn. La dotación del barco, bautizado como el “Leander” en honor de su primer hijo, se logró gracias a pagarés extendidos por dos antiguos conocidos de sus años en Inglaterra, los señores John Turnbull y Nicholas Vansittart, al igual que un empréstito del banco “Daniel Ludlow & Cia.” Con aquellos caudales compró 582 fusiles, 27 cañones, 19 de nueve libras y 8 de seis libras, 16 trabucos, 15  carabinas, 440 machetes, 197 sables y alfanjes, 6.500 cartuchos, 1586 libras de balas, 5 toneladas de plomo, 10.000 pedernales de fusil y una imprenta.

La expedición zarpó en dirección al Caribe y alcanzó Haití, donde se le unieron dos goletas, el “Bacchus” y el “Bee”, para dirigirse a Ocumare, punto medio  entre La Guaira y Puerto Cabello para dirigir el desembarque. Recalaron en aquella ensenada con el propósito de colocarse a tiro de los valles de Aragua, pero las autoridades de la Capitanía General ya se encontraban al tanto de los planes del sedicioso Miranda. La madrugada del 28 de abril de 1806 dos buques guardacostas, el “Argos”, comandado por oficial Francisco Gotilla, y el “Celoso”, bajo el mando del Coronel Juan Bautista Martirena, atacaron los buques y lograron capturar las embarcaciones “Bacchus” y “Bee”, al igual que 57 de los 200 hombres que conformaban la expedición.

Miranda logró escapar a bordo del “Leander” en dirección a Granada, donde recibió provisiones para continuar navegando. Se dirigió a Barbados para reclutar algunos hombres y luego a Trinidad, isla en la que esperaba conseguir voluntarios para reemprender su ofensiva contra Venezuela.  Partió de Trinidad con algunas nuevas fuerzas y acompañado, aunque a una distancia prudencial, por los buques de guerra ingleses “Lily”, “Express”, “Attentive” y “Provost”, las cañoneras “Bull Dog”, “Dispatch” y “Mastiff”.

El 3 de agosto, al desembarcar en la Vela de Coro, la expedición sufrió otro percance. Tomaron el pueblo de La Vela y se encaminaron hacia Coro con las intenciones de izar el pabellón tricolor que había diseñado para la nueva República y publicar su proclama, pero se encontraron la ciudad desierta. A Miranda se le consideraba un “hereje invasor” y no logró el apoyo popular que esperaba para su revolución. El resultado de aquel segundo intento, las deudas contraídas, la escases de recursos, el desaliento de la tripulación y el espíritu de motín que reinaban a bordo del “Leander” pudieron más que la voluntad del General de organizar un tercer ataque sobre las costas de Venezuela.

En 1808 se vio forzado a regresar a Inglaterra y en 1810, cuatro años después de la aventura a bordo de su buque de guerra, regresaría a su país natal después de casi cuatro décadas de viajar por el mundo. El 10 de diciembre desembarcó en La Guaira, venía invitado por un joven y acaudalado caraqueño de nombre Simón Bolívar para que formase parte del movimiento emancipador que se gestaba en Caracas después de los sucesos del Cabildo 19 de abril.

Tendría entonces Miranda la especial figuración en la conducción de los ejércitos patriotas al ser nombrado “Generalísimo”, por fin la República reconocía su vasta experiencia en los campos de batalla del viejo continente.

El 1 de julio de 1812 el Coronel Bolívar informó por carta sobre la caída del Castillo de Puerto Cabello, la plaza más importante controlada por los independentistas. Miranda buscó una salida al aprieto firmando una capitulación con el Capitán Domingo de Monteverde, Jefe de las fuerzas realistas. Tras el armisticio fue arrestado por el Coronel Bolívar y entregado a Monteverde para ser enviado a la cárcel militar “La Carraca” en Cádiz, donde pasó el resto de sus días hasta su muerte el 14 de julio de 1816.

Por aquellos años se hizo en Caracas un famoso un verso que decía:         

A ese vendido al inglés.

con su zarcillo en la oreja.

y su melena de vieja.

todo le sale al revés.

 

Jimeno Hernández
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