Iracundos y dispersos

Créditos: Rayma

Migrar es morir un poco y toda muerte se vive en primera persona. En singular. 

En este periplo que hemos elegido, nos encontramos con todo tipo de experiencias. Venezuela se convirtió en un país compuesto por retazos y esta fragmentación trajo consigo un inmenso brote de rabia. Es muy común encontrar a tus seres queridos iracundos antes de partir o después de haberse ido (también por haberse quedado, pero ese otro tema…).  

Desconozco el destino de quienes salen colmados de odio, pero los reconozco. Sé quiénes son y cómo llegaron allí. Con la migración este mecanismo se repite, quizás plagiando al original, a esa primera herida que le recuerda al alma su aislamiento, su soledad. 

A veces, incluso, podemos encontrar denigrante y despectiva la comunicación con quienes están atravesando el primer estallido del duelo migratorio. El dolor les hace proferir maldiciones incesantemente. Insultan y sangran, reparten pensamientos catastróficos e hirientes por doquier, principalmente, para quienes eligen permanecer dentro del territorio nacional.

No sólo se toma por estúpido al que se queda, se le toma por colaboracionista, desconectado de la realidad, adulador, demente. Etc. Etc. Etc. Un azotado por la dictadura que termina azotando a sus seres queridos por no soportar la ruptura y el aislamiento que le esperan.

Se piensa que partir iracundos erradica las fantasías de retorno, que no habrá dolor porque la rabia lo opacará todo y resulta que esa misma ira motivadora se convertirá en tristeza y cuando menos lo esperes, terminará minándote las entrañas, desintegrando tus raíces y sus futuros parajes.

Si te vas, intenta antes, amigarte con tu origen. No sea que tu propio veneno te encuentre a la vuelta de la esquina y termine recordándote que la herida sangrará una y otra vez hasta que decidas atenderla. Irte es un tránsito cuyo arrullo constante serán tus memorias de Venezuela. 

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