La venganza del llanero

El escritor Alirio Díaz Guerra, en su obra titulada “Diez años en Venezuela”, afirma que era poco probable que los contemporáneos del general Joaquín Crespo supieran lo mucho que se interesaba en lo que sus enemigos decían de él. Al parecer, el caudillo guariqueño disfrutaba que le leyeran todo lo que otros políticos decían de él o los artículos en su contra que aparecían en los periódicos. Así lo cuenta el citado cronista, quien fue su secretario durante una década.

Durante se primera administración el general permaneció en Caracas. En aquellos días Alirio solía ir en horas de la tarde a visitarlo en su residencia “Santa Inés” y a colaborar con el Dr. Núñez en el despacho de la correspondencia. En una ocasión apareció, entre las cartas recibidas, un sobre con sello postal del exterior que contenía una hoja suelta firmada por un sujeto que, según el autor, no juzga necesario mencionar.

-Rara vez pluma alguna pudo ser ni más agresiva ni más soez: hasta de “cobarde vil” calificaba al héroe.-

El secretario le dijo a Núñez: -Aquí tenemos un buen aperitivo para el general.- y cuando éste le arrebató el mensaje de la mano para leer su contenido, Crespo entró al despacho.

Núñez, sin quitar los ojos del papel, le comentó al Presidente: -Alirio cree que usted va a comer hoy con buen apetito, si quiere oír el panegírico que le hace uno de sus admiradores.-

-Si no es muy largo, léanlo.- respondió.

-Pero, general, no son flores muy perfumadas las que le regalan.- previno el secretario.

-Mucho mejor: así me agradan más.-

Núñez comenzó a dar lectura al pasquín y, en el proceso, el general le pidió que repitiera varias de las frases más virulentas del escrito. Crespo sonrió cuando terminó la lectura del papel.

-Eso vale la pena de oírse. Se ve bien que el escritor me conoce de cabo a rabo, me gustaría poder verlo para felicitarle. No dejen que se vaya a extraviar ese documento.- les comentó antes de alejarse por el pasillo repitiendo el nombre del autor.

En 1895, a mediados de la segunda administración, unos 8 años después del episodio narrado, llegó a la secretaría una esquela en la que alguien solicitaba audiencia con el Presidente de la República. Díaz Guerra, sin caer en cuenta que se trataba del mismo personaje de la carta de las -flores no tan perfumadas-, le llevó la solicitud al general para que este la leyera.

-¿Pero que es esto?… Fulano, fulano… Si estoy casi seguro que yo he escuchado ese nombre antes. No recuerdas que suena parecido al que, hace años, cuando no pudo decir más de mí, me llamó cobarde. Es preciso buscar ese documento; debes saber donde está guardado, y antes de irte esta noche me lo entregas.-

El secretario encontró el documento al poco rato y respondió la esquela de la solicitud de audiencia con el Presidente pactando la reunión a las diez de la mañana tres días después. La orden a los edecanes fue que, al presentarse el caballero, se le hiciera pasar inmediatamente al salón de audiencias.

-El día señalado, sin un minuto de retardo, se anunció al general Crespo que el visitante lo aguardaba. Con las manos cruzadas hacia atrás, entró el Presidente al salón: miró de pies a cabeza al desconocido, y aunque éste se apresuró a ofrecerle la mano, Crespo se limitó a corresponder a las genuflexiones y al saludo que le hacía, con una simple inclinación de cabeza. Sin pronunciar palabra, le indicó que podía tomar asiento.-

El caballero le manifestó que había sido una de las aspiraciones de su vida tener la honra de conocerlo personalmente. -A realizar tan íntimo deseo, he venido a Venezuela, y la satisfacción que experimento en este instante, no puede expresarse con palabras.-

Tras preguntar el Presidente en que le podía ser útil, éste reveló el motivo de la visita.

-Señor general, abrigo el proyecto de fundar en esta ciudad un diario político, con el propósito de ponerlo a incondicionalmente al servicio del gobierno que usted dirige y desearía contar con su aprobación y apoyo. Dadas las numerosas relaciones que tengo en todos los países hispano-americanos, no me faltaría la colaboración de plumas eminentes, y la circulación sería mayor que la de cualquier otra empresa periodística.-

Crespo le sonrió asintiendo con la cabeza. -Lo celebro verdaderamente, siendo así, puede usted contar con mi protección. Encontrándome dispuesto en tal sentido, ¿no cree que, por mi parte me considero con el derecho de exigir también algo de parte suya?

El periodista cometió el error de decirle que cualquier indicación o deseo suyo constituía un mandato. Entonces Crespo, sacándose la hoja que cargaba en el bolsillo y desdoblándola cuidadosamente, le pidió, más bien le ordenó, que leyera en voz alta el documento.

-El visitante recibió el papel y clavo en él la vista. Aquella escena no podría describirse. Crespo, con rostro sonriente y burlón; el otro, pálido, desconcertado, temblando como azogue, clamando, sin duda, al cielo que el piso se hundiera y lo sepultara, sin levantar los ojos y, acaso, próximo a pedir misericordia, callaba.-

Ante el silencio del visitante habló el Presidente con tono severo: -Señor mío, no estamos aquí para perder el tiempo. No, no es eso lo que quiero, y mando; sé que sabe de memoria su escrito; eso no tiene gracia para mi. Lo que exijo es que lo lea de modo que lo oiga yo bien, con buena declamación acentuando las partes que crea son las de mayor empuje y requieran más énfasis; y, vamos, no se demore, porque soy hombre ocupado.

El periodista no se atrevía a leer el documento, se mantuvo rígido como una estatua, petrificado de miedo. El llanero, con una voz que hizo temblar las paredes del salón, lo intimó. -Obedezca usted y lea. No me haga perder la paciencia.-

Al desventurado personaje no le quedó otra que cumplir la orden del caudillo. Cuando tropezaba con un párrafo incendiario o alguno de sus tantos insultos procurando bajar la voz, Crespo lo interrumpía para decirle: -No, así no, con entonación fuerte, como lo requiere el asunto.-

Termina el relato de Alirio Díaz Guerra diciendo que, al terminar de leer el papelito, el Presidente le dijo al visitante: -Supongo que recordará usted por qué puerta entró, use la misma para salir.-

Jimeno Hernández
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