El asesinato del Gobernador

El 27 de enero de 1907 una noticia conmovió la paz de la capital. En un botiquín de Puente Hierro llamado “Boise de Boulogne”, Eustoquio Gómez, primo hermano del vicepresidente Juan Vicente Gómez, asesinó a tiros al gobernador de Caracas, Luís Mata Illas.

Los eventos fueron narrados por el periódico “El Constitucional” la mañana del 29. Relata el artículo que el gobernador fue llamado a poner orden a un grupo de ebrios que formaba alboroto en aquella zona alegre de Caracas. Al llegar Mata Illas a Puente Hierro, se dirigió al bar. -Allí encontró a varias personas, entre ellas Don Eustoquio, a quien habló así: “General, toda la ciudad está alarmada con la diversión de ustedes, y eso no le conviene a usted ni al general Gómez, sobre todo, dada la especialísima circunstancia del estado de salud del general Castro. Yo espero que ustedes estimen muy justas y razonables mis insinuaciones y que, por ésto mismo, tengan la bondad de retirarse.”-

Eustoquio intentó mediar ofreciéndole una botella de champaña y el gobernador aceptó la propuesta poniendo el dinero sobre la mesa para pagarla y tomarse un trago con ellos. Cuando el mesonero traía el servicio con las copas, alguien entró a decirles que Mata Illas había llamado a la policía, que aquello era una emboscada y estaban a punto de ser traicionados. En ese mismo instante, Eustoquio desenfundó el revolver y le propinó un par de tiros al gobernador en el medio del pecho.

El 2 de febrero volvía a publicar “El Constitucional” sobre el crimen, esta vez para narrar una crónica del entierro del gobernador.

Conocidos ya son los trágicos acontecimientos del lamentable asesinato perpetrado en la persona del Dr. y General Luis Mata Illas, de cuyo suceso, deplorable por todas razones, dadas las prendas valiosísimas que adornaban a tan meritorio ciudadano, dimos cuenta en este periódico, en su debida oportunidad.

Hoy nos referimos a otros acontecimientos que se desarrollaron después, relacionados con este suceso que nunca dejaremos de lamentar. La calidad humana de ese hombre, eximia por todos conceptos, constituye, ya lo dijimos en nuestra editorial, una pérdida de gran significación social, política, científica y para sus familiares doloridos.

A las cuatro de la tarde, conducido en hombros de los miembros del Consejo Municipal, salió el cadáver entre dos filas de soldados que le rendían honores militares desde las puertas del ayuntamiento hasta la esquina de Las Monjas. La multitud se apiñaba en la Plaza Bolívar y los bulevares Norte y Este del Capitolio. La versión más exacta es la que el gentío que se congregaba al lado del Capitolio fue el que provocó lo que hubiera podido tener las proporciones de una catástrofe. La tropa interceptaba la calle, y para tener acceso a la Plaza Bolívar era necesario pasar por entre las dos filas de soldados. Como sucede siempre en casos como estos, la impaciencia de la muchedumbre, era imposible que hiciera el recorrido en forma ordenada. Suscitosé entonces una terrible confusión. El oficial que comandaba el batallón, Coronel Rafael Gutierri, maniobró en forma sospechosa, ordenando:

-¡Frente a retaguardia!-

Al parecer, al momento que Gutierri dio la orden los soldados enfilaron sus bayonetas sobre la multitud, acto que generó que pánico se apoderara de todo el mundo. El despelote fue tal que hubo desmayos, fracturas, magullamientos, golpes y pisoteos. Cada quien fue a esconderse donde pudo. -Todo el mundo, con el Ejecutivo a la cabeza, echó a correr, presa del terror.- Hasta el no tan joven arzobispo de Caracas, Juan Bautista Castro, salió corriendo del sitio para refugiarse, de mira y báculo, en un botiquín ubicado al lado de la Casa Amarilla. Cuando Monseñor entró a “La Glaciere”, el mismo dueño del local tuvo que darle un par de copas de brandy para que se le pasara el susto.

El cortejo fúnebre se había desbandado entero y muchos de los que llevaban el ataúd huyeron, dejando el féretro en la calle. Cuando el prelado arzobispal estaba un poco más tranquilo y vio que el motivo de aquella alarma había cesado, apareció de nuevo en la plaza para reconfortar los ánimos de la gente. Fue así que se reorganizó la marcha y pudieron seguir hacia la Catedral.

Pero eso no fue todo lo que sucedió ese día.

-Aún no se habían calmado los comentarios de este acontecimiento, cuando el pueblo de Caracas fue conmovido de nuevo por la noticia que, si era una coincidencia, no por eso dejaba de alarmar al pueblo.-

Había circulado la nueva que había sido nombrado gobernador del Distrito Federal el General Domingo Carvajal en sustitución del difunto, y al siguiente día apareció el nombramiento en la Gaceta Oficial. Aún no había entrado en sus funciones el nuevo mandatario cuando murió repentinamente en las oficinas del Telégrafo Nacional, víctima de un ataque cardiaco fulminante. Por ello lo reemplazo al instante el Dr. Angel Carnavali Monreal.

A raíz de esos sucesos, la musa del pueblo de Caracas, siempre traviesa difundía por todos lados la estrofa siguiente:  

Mataron a Mata Illas

Y se murió Carvajal

Y tenemos en capilla

A Carnevalli Monreal

Jimeno Hernández
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