Crítica de la razón instantánea

Ilustración: Juan Ruíz.

Suele ocurrir, rechazamos la tal constituyente, la hiperinflación,  la deserción escolar, los estragos salariales o la prisión de dos bomberos merideños,  creyendo excesivo y pesado el sólo enunciado de los problemas.  La razón instantánea, tan simplista como efímera, sólo emocionalmente cambiante, presume por siempre obvios los antecedentes, modos y consecuencias que dijo procesar.

A los simpatizantes, partidarios o devotos del régimen, les bastará, o dirá bastarles, con una defensa llena de consignas que, a lo sumo, apelará a las falacias u otros de los subterfugios propios del limitado relato cubano de un bloqueo de más de medio siglo.  Régimen, al fin y al cabo,  al denunciarlo, sus disidentes, adversarios u opositores incurren, o suelen incurrir,  en una situación semejante a la de sus defensores, pues,  contribuyendo al retroceso y a  la barbarie, por más digitales que digan u ofrezcan sus vértigos, argumentan poco o nada las  posturas asumidas.

Frecuente, a nadie parece sorprender posiciones que se dicen moralmente autorizadas para no hablar de lo que debe ser una constitución y una constituyente que sirvan de referentes ante el mamotreto actual, la emisión de dinero inorgánico, la quiebra del Estado Docente,  la desalarización o la inexistencia de hidrantes en la ciudad. . Esta falta de racionalidad tan inherente al sistema,  conduce al desprecio de fastidiosas disciplinas y áreas, como la del derecho constitucional, la política económica,  el diseño curricular, el derecho colectivo o la defensa civil.

De estos tiempos, se ha dicho aún demasiado poco. Una poderosa ilusión óptica,  la (s) tecnología (s) disponible (s) dice (n)   apuntar a una abundancia del pensamiento, donde realmente existe una triste delgadez de las ideas: solemos remar fuera de la embarcación.

Reconocida y celebrada la complejidad de los bienes y servicios tecnológicos, luce incomprensible en el ámbito y los asuntos estrictamente humanos.  Sobre todo en sociedades en franco retroceso, como la venezolana,  pareciera que todo proceso lógico, fuere o no falaz, ha de resolverse mediante una sagaz interjección con aspiraciones netamente gráficas, pero – atención –  nunca numéricas.

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