Venezuela hoy: esperanzas y realidades

Juan Guaidó es el nuevo Presidente de la Asamblea Nacional y con él han renacido las esperanzas de la transición política en Venezuela, proceso que indiscutiblemente no será fácil y para muchos no será posible. En estos momentos Guaidó es el representante del único poder escogido democráticamente, incluso las fuerzas oficialistas tuvieron (en principio) que aceptar los resultados de aquellas elecciones del 6 de diciembre de 2015, momento en el cual los venezolanos auguraban nuevos tiempos. Los acontecimientos desarrollados posteriormente demuestran que quienes detentan circunstancialmente las riendas de la nación no pretenden acceder a ningún acuerdo para cohabitar con las fuerzas opositoras, siendo su objetivo destruirlas.

Luego de las elecciones que darían origen a la Asamblea Nacional Constituyente, y que generaba un claro desequilibro en la estructura natural de los poderes públicos, el oficialismo dirigiría su ofensiva final con el desarrollo de elecciones presidenciales que buscaban desmoralizar a la oposición y consolidar al chavismo empleando los mecanismos dispuestos en la Constitución. Tras el anuncio de los resultados por parte del Consejo Nacional Electoral, los venezolanos al unísono acusarían como fraudulentos aquellos datos que dejaban como vencedor a Nicolás Maduro Moros, a partir de ese momento Maduro tendría que enfrentar no sólo las acusaciones vinculadas a su desastrosa, corrupta y negligente gestión, ahora debía lograr capitalizar el poder consagrado tras unos comicios nada transparentes, en pocas palabras usurpar un cargo a través de la violencia jurídica.

En este sentido, el 10 de enero de 2019 se traducía como una fecha trascendente, de gran significación en la historia política de nuestro país. Un hombre, una ideología y un conjunto de ciudadanos (asumir que Maduro no tienen apoyo popular de ningún tipo es una lectura errónea) pretendieron hacerse con el poder pasando por encima de cualquier precepto constitucional, esperando que las reacciones contrarias fuesen muy tenues y en todo caso controlables por medio de la coerción tal y como lo han venido haciendo hasta hoy.

A pesar de la mermada posición de la Asamblea Nacional su nueva directiva encabezada por el Diputado del partido Voluntad Popular Juan Guaidó, han decidido hacer algo valiente; garantizar la verdadera acción constitucional en medio de un régimen depredador y violento. No obstante, debemos poner los pies sobre la tierra, mientras muchos empiezan a desempolvar banderas y zapatos deportivos para iniciar un nuevo ciclo de marchas por la libertad, es preciso entender el delicado momento que enfrentamos; Venezuela simboliza un grave problema para los diferentes países de la región, el éxodo de nacionales aumenta y con ello los conflictos migratorios de nuestros vecinos, Venezuela también representa los más lucrativos intereses de naciones como Rusia y China, protectores no de Nicolás Maduro, sino de recursos naturales que no permitirán que se escapen de sus manos.

Otro aspecto que debemos atender a propósito del llamado a marchar el 23 de enero, es que no es correcto alimentar esperanzas a través del paralelismo histórico, no existirán dos 23 de enero de 1958, no hay en las FANB un Wolfgang Larrazábal esperando su momento para dirigir las tropas que depondrán al dictador, el Frente Amplio no es la Junta Patriótica y Juan Guaidó no es ninguno de los líderes que obraron en el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez.  Vivimos un tiempo histórico diferente, con actores, mecanismos y realidades totalmente opuestas al pasado, somos los hacedores de esta nueva realidad y debemos trabajar en la consecución de la libertad teniendo la convicción que no será la providencia o el “espíritu del 23 de enero de 1958” el que nos guiará, seremos nosotros, la comunidad internacional y todo aquel que comprenda el verdadero sentido de la justicia quienes lograremos la transición política.

No es tiempo de esperar mesías (Chávez ascendió como uno, el más nefasto de todos), es tiempo de ser responsables con la república y la democracia, dejando de lado la mezquindad y las críticas improductivas, es tiempo de reconstruir a Venezuela, pero ese no es un trabajo de un grupo político, es la tarea asignada a cada uno de los ciudadanos que aspiran un estado confiable y decente.  

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