La tortura social

En un terreno lleno de monte un hombre recoge agua de un chorro para llenar dos botellones de plástico. Su rostro es de angustia, no se ha peinado y tiene varios días sin afeitarse. Se percibe agotamiento, desespero. Dice, «he sido expulsado de mi casa. No hay electricidad y cuando hay va y viene. Desde hace tiempo paso horas sin luz.  El agua escasea, si llega es unos minutos al día, las tuberías se llenan de tierra, se vuelve una piedra, no fluye líquido, luego hay que destapar y limpiar el sucio acumulado. No alcanza el dinero para comprar suficiente comida y con el problema eléctrico se descomponen los alimentos con facilidad. La nevera se ha echado a perder en varias oportunidades. Internet desde hace tiempo no funciona.  La línea de telefonía fija tiene meses fuera de actividad. Allí en la casa tengo mi oficina,  paso días sin poder trabajar. La escuela de los niños con frecuencia suspende clases porque los servicios no funcionan. Uno de los muchachos necesita medicinas y no las consigo. He tenido que irme a vivir con mi familia a casa de amigos muchas veces. Ahora, con este demoledor apagón llevo días por fuera. En estos días volví al  apartamento por un momento a buscar algunas cosas, me dio tristeza, dolor, rabia, verlo tan solo, oscuro, abandonado. Vivimos en incertidumbre permanente. Estoy inestable, desestabilizado». 
En la noche del apagón absoluto sobre el país, una periodista representante del régimen comenta en su programa de la radio nacional que «se asuma este asunto como un ayuno eléctrico, apagón sabroso y espiritual, aprovechar el momento como algo romántico, ayuno lumínico, espacio misterioso, momento curioso, interesante, rato de compañía en total oscuridad». Echó sus cuentos particulares sobre el día en el cual quedó sin luz la ciudad de Nueva York y lo significativo del hecho de haber disfrutado ese tiempo de lobreguez. Nueve meses después ocurrió el nacimiento de una cantidad importante de niños, afirmó. Mientras millones sufrían en todos los lugares de nuestra tierra, la «comunicadora» le ponía leña a su caldera del terror. La tiranía está creando una matriz orientada a que la población debe prepararse para la conservación de alimentos sin electricidad y que eso lo vea normal.  La ausencia de empatía es total. El cinismo y la vileza pueden ser ilimitados. La vanguardia socialista no sufre el infortunio, lo produce con la finalidad de ejercer el dominio. Viven con comodidades y muchos tienen a sus relacionados de cualquier índole en el exterior. Para esta élite el país es una mina a dilapidar de la cual extraen todos los recursos en función de alimentar su lujuria.
El sistema eléctrico XXI está marcado por la corrupción. Administrado por unos militares sin preparación intelectual y científica para ejercer dicha tarea.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos en el artículo cinco señala: «Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes». El artículo veinticinco indica  «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad».
La tortura tiene sus modos y manifestaciones. La crueldad es activada tanto en lo personal como en lo colectivo. Se encarcela, lesiona, asesina, desaparece y enclaustra a la sociedad día a día con la idea de someterla minimizando al ser, desarticulando su entorno de pertenencia y referencia. Así desubica, deprime, enferma al individuo en lo físico-biológico, psicológico, social, económico, ambiental.  En este asunto eléctrico junto a la desidia existe un plan intencionado dirigido a fulminar al individuo, desintegrarlo, convertirlo en paria.
El Comunismo en esencia es calamidad y violación sistemática de los aspectos fundamentales relacionados con la vida digna. Los ejecutores, aquellos implacables que producen castigo, tormento, sufrimiento, calvario son criminales, atentan contra la humanidad. Ya hay un juicio hecho sobre ellos, solo falta apresarlos. Llegará el momento.
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