Síndrome Hugas

En el mundo de la represión cada salida a protestar produce muertes y lesiones corporales psicológicas, sociales, ambientales. Son años de padecimiento. La tiranía quiere controlar el sentimiento intentando dominar y dirigir hasta su forma de expresarlo.  Desea que se acepte a la expoliación y confiscación de la vida como algo natural. El monstruo totalitario alimenta con afán el miedo, silencio, desierto, cementerio. Se rodea de esbirros importados y nacionales especializados en aterrorizar.

El gorila militar sin consciencia de humanismo se transforma en núcleo de la vileza. El déspota se abraza entre uniformados. Pretende mostrar implacabilidad. Es pendenciero. Agita con el discurso, agrede al pensamiento divergente, moviliza huestes, modela belicosidad, grita desesperado. Cuenta con el apoyo de unidades conformadas por grupos armados al margen de toda ley. Les alienta para que actúen, lo protejan. Pasa encima del sufrimiento. Mira la sangre derramada, camina insensible, bailotea,  humilla.  Su asunto es el poder, el entorno del crimen, el negocio tenebroso. Mole andante.

A uno de los lugares del calvario, ese sitio donde la agonía es presencia, llega un sujeto en son de guasa. Usa máscara antigás. Tiene micrófono, equipo de cámara. Es un «periodista» complaciente al servicio directo del sistema. En su atrocidad graba su montaje. Ve la burla como noticia. Habla de lo divino que es oler el gas lacrimógeno. «Escuálidos: respiren, inhalen». Ofende, mortifica, martiriza.  Suelta carcajadas cínicas. Aprendió de engendros, es secuaz perfecto.

Gente de la resistencia observaba, cuando estaba sin tanto resguardo de matones militarizados le alcanzaron. En las calles hay muchísimos dolientes. Le mencionaron los asesinatos producidos por el sistema que él representa. Reclamaron con fuerza la desaparición de hermanas y hermanos de nuestra tierra caídos producto de la barbarie. El seudocomunicador se asustó. Solicitó clemencia con sus gestos. “Yo me voy, pana, tranquilo”, atisbo a decir balbuceando nervioso.  En un instante se le acabó lo guapo.

Lo importante es que haya aprendido y reflexione sobre el daño que causa con su actitud. Es la antítesis de la ética universal: perversión. En comandita son paladines, dueños de una inclemente villanía. En solitario son temerosos y de inmensa fragilidad. Cobardes. Al ser humano se le respetan sus creencias, valores, derecho a la vida.

El jefe del clan y su circuito deben verse en este espejo. La historia tiene innumerables cuentos de opresores huyendo descontrolados, llorosos, rogando piedad.

El síndrome Hugas ronda libre por los ámbitos de Miraflores.

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