No puede ser que no hayamos aprendido nada
Editorial #458 – Noruega también juega

Nos vemos obligados a volver sobre uno de los temas que más daño le ha hecho a la lucha de los demócratas venezolanos en el último tiempo: el diálogo.

Aunque 20 años después de la llegada de la tragedia chavista al poder no debería ser necesario, vamos a insistir en una premisa: dialogar o negociar no es malo, todo depende de las condiciones en las que se lo haga y, sobre todo, del objetivo que este proceso persiga. En el caso de Venezuela, en las últimas dos décadas no hubo ni una sola ocasión en la que no haya servido únicamente para darle oxígeno y tiempo al régimen en sus peores momentos.

Como una de nuestras características es tener mala memoria, repasemos un poco algunas de ellas. En 2003, luego de un movimiento ciudadano que terminó con la salida del entonces presidente Hugo Chávez por unas horas del poder y ante un paro nacional que duró meses, se llevó a cabo un diálogo mediado por César Gaviria, en ese entonces secretario general de la OEA. En mayo de ese año, se firmó un documento de 11 puntos entre el gobierno y los representantes de la oposición. No se cumplió ninguno.

En 2014, después de masivas protestas ciudadanas que duraron cuatro meses, se montó otro proceso de diálogo. Esta vez el circo fue mayor, porque se llevó a cabo en Miraflores y fue transmitido en vivo y directo por la televisión. En éste no participó ningún dirigente de oposición que lideró las protestas, solo los colaboracionistas de siempre. Una vez más, para lo único que sirvió fue para darle un respiro esta vez a Maduro.

Dos años después, en octubre de 2016, ante la negativa por parte del régimen de dar paso a un referéndum revocatorio que por constitución tenían derecho los venezolanos, la dirigencia opositora convocó a marchas pacíficas multitudinarias denominadas “Toma de Venezuela”. Unos días después, la gran marcha que tenía como destino Miraflores, fue suspendida y los mismos dirigentes de siempre anunciaron que se sentarían en otro “diálogo” más. Esta vez, el mediador sería el arzobispo Claudio María Celli, quien fue enviado por el Vaticano. Todo terminó en nada y esta vez Maduro y su régimen se burlarían hasta del Papa Francisco.

Quizá las protestas más grandes de la historia de Venezuela fueron las que tuvieron lugar en el 2017. Desde muy temprano ese año fueron muchas las multitudinarias marchas en todo el país que dejaron el doloroso saldo de más de 160 muertos, cientos de heridos y miles de detenidos. Sobre la sangre derramada, en septiembre de ese año se anunció otro proceso de “diálogo” más, esta vez en República Dominicana. Ese cuento duró hasta enero del 2018, y luego de varios lujosos viajes de políticos de lado y lado a ese país, terminó nuevamente sin ningún avance pero con el mismo resultado de siempre: tiempo y oxígeno para el régimen y más miseria y sufrimiento para los venezolanos.

Después de todo lo vivido y en el momento de mayor debilidad del régimen chavista, nos enteramos ahora gracias a una filtración de información, que nuevamente representantes del régimen y otros del presidente (E) Guaidó se encontraban en Noruega, en un acercamiento para volver a montar otra farsa de “diálogo”, justo cuando la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente arremetía contra diputados legítimos apresando a algunos y persiguiendo a otros.

No puede ser que no hayamos aprendido nada. Un líder que había logrado transmitir esperanza y confianza después de mucho tiempo, como Guaidó, parece haber caído en la misma trampa de siempre. Es difícil creer que no esté consciente de esto.

Ante la innegable evidencia de que el problema de Venezuela ya no es un conflicto local, sino uno geopolítico mundial, el destino de 30 millones de venezolanos se negocia de acuerdo a intereses cubanos, rusos, chinos y de otras fuerzas con intereses económicos en Venezuela, como los ya tristemente célebres tenedores de bonos, bolichicos y bolichoros.

Y esta vez nos enteramos de que hasta Noruega también juega.

Miguel Velarde
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