Preocupa que los países de la región se estén preparando para lo que les parece inevitable
Editorial #461 – ¿Cuánto más?

Un reciente informe de la agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los refugiados, ACNUR, confirma lo que desde hace tiempo suponíamos: el drama migratorio de los venezolanos es el peor en la historia de nuestro país y uno de los que más preocupa al mundo en la actualidad.

ACNUR contabiliza que a junio de este año, son más de 4 millones las personas que se han visto obligadas a abandonar Venezuela, una tendencia que se ha acelerado en los últimos 3 años. Según la agencia, “a nivel mundial, los venezolanos son ya uno de los grupos de población más grandes desplazados de su país”.

Lo dramático de todo esto no es solo la cifra, que representa casi el 15% de su población total, sino las condiciones en las que la mayoría de ellos está dejando su tierra, sobre todo en los últimos meses.

La primera ola de emigrantes venezolanos tenía características diferentes a las más recientes. En general, quienes salieron hace algunos años lo hicieron de manera más planificada y contaban no solo con más recursos, sino también con mejores herramientas para poder lograr lo que la mayoría buscaba: construir un futuro en tierras lejanas.

En general, los países que acogieron a estos venezolanos lo hicieron de  buena forma, porque encontraron gente joven, luchadora, muchos profesionales dispuestos a trabajar en cualquier área por salarios menores a los que los negocios o empresas hubieran tenido que pagar en una situación normal, y se beneficiaron de su talento y, además, de lo “chévere” que son en el trato.

Sin embargo, con el deterioro de la situación en Venezuela y el incremento del hambre, la miseria y la violencia, cientos de miles se han visto obligados a huir en el último tiempo sin un plan y sin un peso, buscando la manera de sobrevivir y también de ayudar a las familias que dejaron atrás.

Este nuevo tipo de emigrante encontró dificultades mayores por no contar con los estudios ni la experiencia de la primera ola, y también representa un reto más complejo para los países que lo reciben. Ya no es tan fácil encontrarles un trabajo y muchas veces sus necesidades básicas son grandes, por lo que representan una carga para la frágiles economías de la región.

Lo peor de todo esto es que si la situación no cambia, lo más probable es que en los próximos meses veamos una nueva ola migratoria en condiciones mucho peores de las que alguna vez hemos visto. La desesperación se está apoderando de los venezolanos porque ahora no es víctima solamente del hambre, de las enfermedades y de la violencia, sino también padece la falta de los servicios más básicos como el agua o la luz.

Los países de la región, conscientes de esta realidad, ya han empezado a prepararse. El presidente de Perú, Martín Vizcarra, anunció el jueves que su país exigirá pasaporte y visado para los ciudadanos venezolanos a partir del 15 de junio. Otros países, principalmente los que más número de venezolanos tienen en su territorio actualmente, también están estudiando qué hacer.

La realidad es que el mundo debe comprender que cualquier medida que se tome no solucionará el origen de un problema que desde hace tiempo ya no es solo de los venezolanos. Mientras las cosas no cambien en el país, serán varios millones más que abandonarán su tierra para sobrevivir.

Preocupa, en todo caso, que los países de la región se estén preparando para lo que les parece inevitable. Es una muy mala noticia, porque eso indica que también les parece probable que no se logre un cambio a corto plazo y que la agonía en el país se prolongue.

Mientras tanto, los que hace años luchamos incansablemente por la libertad de Venezuela, nos preguntamos, ¿cuánto más tendremos que esperar?

Miguel Velarde
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