Desobediencia y libertad

 

Carmen es una mujer de 50 años, vive en La Cota 905, tiene dos hijos y en su casa siempre hay un pariente cercano. Carmen es chavista, con orgullo lo dice, así se identifica: “el chavismo me ha dado mucho, son los únicos políticos que están en mi barrio”, me dice orgullosa.

Mientras conversamos le pregunto: ¿puedes decirme algo que te gusta oír de ellos? Piensa, no responde, busca en su memoria y me dice: “Chávez decía cosas bonitas de los pobres.”

En Carmen no hay una palabra precisa, una idea delineada que sea capaz de repetir una frase socialista con sentido vital. Vuelvo con otra pregunta: “¿y Maduro?”, me responde: “Chávez lo dejó, yo lo apoyo.”

Carmen vive mal, no tiene comida, pero a su barrio llega luz, agua y el gas lo tiene controlado: “soy amiga de los malandros”. El barrio está en la cima de una montaña, impenetrable para otra opción política. Las únicas fuerzas que penetran ese territorio son el FAES y la estructura comunal del Estado.

“En mi barrio lo único que hay es el Clap, la milicia y chamba juvenil…” Los malandros hicieron la “paz” entre ellos, “ahora ni la policía entra”.

Carmen está en la trama delincuencial sin ser ella delincuente. Se reconoce metida en ese micro poder que ha ido creciendo a la sombra y con la protección del Estado, “mi sobrina es mujer de un pran, está presa por tráfico de droga”.

En Carmen vemos la pura práctica sin ideología, sin lemas, sin afecto. Se mueve entre la trama delincuencial y la política, que para su barrio es la misma cosa. ¡Pragmatismo puro de un sistema en decadencia!

Al chavismo fracasó en imponerse como idea, como sueño, como sentido más allá de la coerción. Quienes le siguen lo hacen porque no tienen otro remedio, se metieron en la estructura de poder, pero ¿cuántos caben ella?; ¿quiénes son capaces de entrar y permanecer en esa estructura de poder?

El régimen tiene presencia en la vida de Carmen a través de tres estructuras: la comunal, la miliciana y la delincuencial, pero sin narrativa, sin empatía, sin compromiso. ¡Pura inercia! “Es lo que hay”, dice Carmen con resignación. 

En la vida real, en la cotidianidad, este es un régimen débil. Después de 20 años no ha logrado ni consolidar el poder coercitivo-represor ni hacerse de una base más o menos firme que crea en su discurso y sea capaz defenderlo. 

Los eslogan, los lemas, las consignas fueron fundamentales en la Unión Soviética. Una vez estabilizado el aparato represor, produjeron un discurso que le alinearan en un propósito supremo: “¡proletarios del mundo, uníos!”, la vocación imperial resonaba no solo en el régimen sino en toda la sociedad.

El chavismo es un cascarón sin poder real, sin anclaje afectivo en la gente, no hay consignas que sean leitmotiv. Están secos, vacíos de significado para la vida. El chavismo es débil, pero tiene el poder; mandan, pero no gobiernan; imponen. Carecen de auctoritas. 

El poder real pero latente está en la insumisión, en la desobediencia, porque su verdadero impulso es la libertad. Impulso que lleva a Carmen a decir: “Es lo que hay”. Si la oposición se ofrece como opción política para Carmen, ¿no empieza ahí su proceso de liberación?  

Necesitamos narrativas movilizantes, acciones novedosas de desobediencia. No hemos agotado las acciones cívicas ni el poder que tenemos como sociedad. ¿Hará falta un movimiento de resistencia prodemocrático que acuda a mecanismos de lucha no probados hasta ahora? 

Como dijera el maestro Simón Rodríguez: ¡Inventamos o erramos!

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