El Otro Nicolás

El poder tiene ritmo propio, muchas veces incomprensible. Elude a quienes parecen tenerlo todo para tomarlo y preservarlo, y en cambio se deja caer -como del cielo- en las manos de los más inútiles personajes.  El clamor constante y decidido de una sociedad por cambios políticos tarde o temprano termina produciéndolos. La historia está llena de ejemplos que se repiten una y otra vez.

En 1894 Nicolás II heredó el trono luego de la muerte de su padre (Alexander III), convirtiéndose en el zar de Rusia. En gran parte por su impericia, su reino estuvo plagado de tragedias que más de un siglo después siguen siendo recordadas. El día de su toma de posesión organizó un evento en el que repartió comida y bebidas gratis a una población hambrienta luego de casi 300 años de la dinastía Romanov. El evento, terriblemente organizado, no contaba ni con la seguridad ni con la logística necesaria para atender a los asistentes, lo cual condujo al terrible desenlace: aproximadamente 3.000 personas murieron al desplomarse parte de la tarima y entrar en pánico las masas quienes se aplastaron unos con otros.

Mientras esta tragedia ocurría Nicolás (el ruso) celebraba plácidamente un baile al que asistieron diplomáticos y personalidades de todo el mundo. La música, cócteles y exquisitos banquetes contrastaban con la angustia y el luto ante semejante calamidad que vivía el pueblo ruso. En muy poco tiempo la población empezó a demandar cambios en las estructuras políticas del país, querían menos autocracia. En 1905, una marcha de protestantes desarmados se plantó frente al palacio imperial para entregar un pliego de peticiones al Zar. La respuesta fueron disparos y una masacre que acabó con la vida de más de 200 rusos e hirió a más de 800 personas. Nicolás no cedió a ninguna de las demandas y sólo admitió la creación de un parlamento (Duma) cuando ya era demasiado tarde.

En 1918 Nicolás II, su esposa Tsarina Alexandra y sus cinco hijos (Olga, Tatiana, Maria, Anastasia y Alexei) fueron apuñalados y fusilados, y se dice sus cuerpos mutilados y separados en pequeñas piezas y enterrados en el bosque por órdenes de Lenin y sus camaradas.

Por otro lado, y casi 100 años después, en Venezuela, luego de la muerte de Hugo Chávez, los rusos escogieron a dedo su sucesor: Nicolás Maduro. Las elecciones que declararon su victoria, fueron impugnadas, inmediatamente las “autoridades” tanto del poder judicial como del electoral, coludidas con el partido de gobierno desecharon sin analizar el fondo y sin ninguna base jurídica todos los argumentos. 

Masivas y completamente legítimas protestas fueron dispersadas con cárcel, torturas, muerte y terror. La persecución en aquel entonces a cargo de un General llamado Miguel Rodríguez Torres, hoy víctima de un sistema que el mismo diseñó.  

Los partidos políticos de oposición en reiteradas ocasiones ofrecieron salidas negociadas, diálogos, mesas redondas, las cuales fueron usadas simplemente para ganar tiempo y fortalecer la represión. 

Las salidas constitucionales fueron clausuradas una a una: referéndum, elecciones parlamentarias, recursos judiciales, pliego de peticiones, marchas, protestas, paros, huelgas, etc. Cada petición válida que realizó la sociedad venezolana e incluso la comunidad internacional fue respondida con una bofetada en la cara, tortura, encarcelamientos y muertes.

Mientras jóvenes venezolanos eran torturados y asesinados a mansalva, Nicolás al igual que el zar de Rusia, bailaba y disfrutaba sus banquetes. La crisis humanitaria que sus malas políticas crearon sacaron a patadas a al menos 15% de la población de Venezuela. Lo que de haber ocurrido en Canadá sería equivalente a la movilización de todos los habitantes de las ciudades de Toronto, Vancouver y Montreal juntos.

Nicolás se mantiene en el poder pese al rechazo casi unánime del pueblo de Venezuela. Es difícil predecir su final, podría seguir bailándose a la comunidad internacional y a los venezolanos, quizás sea forzado por sus cercanos a mudarse a alguna isla del caribe o a Europa. El final de Nicolás II (el ruso) parece un poco exagerado para estos tiempos, pero la Venezuela de hoy no vive precisamente en el siglo XXI y la desesperación y la angustia social una vez que se desbordan son completamente implacables.

Víctor Bolívar
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