Los días del terror

De los cuarenta mil habitantes computados por un censo realizado en el año 1800, para mediados de 1821, cuando el general José Antonio Páez firmaba la victoria en “Campo Carabobo” un 24 de Junio, Caracas contaba con un tanto menos de la mitad de su población. En buena parte, se debía a los desaparecidos con el episodio del terremoto que abatió inmensa parte del norte de Venezuela el mediodía del 26 de Marzo de 1812.

Ese Jueves Santo, mientras los fieles se congregaban en el templo, al momento de pronunciar el salmo -El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.-, se escuchó una especie de rugido, comenzó a temblar y colapsó el techo de la catedral. 

Un joven Simón Bolívar se paró sobre un escombro, mientras los curas atribuían el desastre a un castigo de Dios a causa de las pretensiones patriotas, para decir su famosa frase: -Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.- 

Tan solo dos años mar tarde se tragaría esas palabras, antes de la emigración a Oriente, ante la amenaza de las huestes salvajes lideradas por José Tomás Boves en 1814, una marcha que terminaría de diezmar a la población del la ciudad del Ávila. El 6 de julio de 1814, luego de enterarse de la masacre acontecida en Valencia un par de días antes, dio la orden de la retirada. Al mando de unos escasos 1.200 soldados y seguido por unas 20.000 almas, abandonó la ciudad para enfilar su marcha en dirección a Oriente, produciendo así la más triste de las procesiones.

Según la biografía de José Félix Ribas escrita por el afamado periodista Juan Vicente González, quien apenas tenía seis años de edad para el momento de los hechos, relata  en su obra que: -El 7 de Julio, veinte mil caraqueños de todas las edades y sexos, dejaron sus habitaciones, sin recursos, sin haber pensado en las primeras necesidades, inciertos al lugar donde iban, corriendo a embarcarse para las colonias o tomando el camino de Barcelona.- 

El terror se convirtió en el protagonista de aquellos días. Fue el pincel encargado de trazar matices en las crónicas, relatos que dibujan el más tétrico de los escenarios. Ante la amenaza de Boves se produjo un pavor generalizado, hasta el punto que los heridos y enfermos dejaron los hospitales para arrastrarse por la vía pública, sus alaridos implorando por auxilio se anegaban, sofocándose por el clamor de mujeres y niños, que dejaban a sus parientes ancianos, para irse a una cruzada desconocida y plagada de peligros.

Resulta difícil imaginar semejante caravana, una cuyos integrantes peleaban a gritos por acelerar o pausar la marcha, e imploraban al Libertador, al igual que en sus plegarias a la Santísima Trinidad, distintos favores. Mientras algunos solicitaban marchar un poco más despacio, otros, presas del pánico de “La furia de Dios”, como el mismo Libertador bautizó a José Tomás Boves, luego de la masacre en el baile de Valencia, pedían desesperados abandonar a los débiles. Así fueron quedando atrás ancianos, mujeres y niños, a las buenas de Dios.   

Fresco permanecía en la memoria de los sobrevivientes a los horrores del terremoto, cuando entró Boves a Caracas el 10 de Julio de 1814. El asturiano llegó a una ciudad en ruinas, en la que aún se podía ver los estragos del sismo. Edificaciones enteras derrumbadas, las que se mantenían aún en pie con grietas en las paredes, casas sin techo, con árboles crecidos en su interior y ramas saliendo por las ventana, calles enteras hundidas, cubiertas de hierba y estiércol. 

Caracas estaba destruida, prácticamente abandonada. Los pocos habitantes que optaron por permanecer en el sitio salieron a saludarlo, hasta le ofrecieron un Te Deum en la Catedral para darle la bienvenida. El jefe realista respondió, al salir del templo, con un gesto inolvidable. Ordenó asesinar al Gobernador Civil Francisco Espejo, al coronel Alcover y otros oficiales de la guarnición patriota, quienes esperaban que el sanguinario respetaría la capitulación firmada por las autoridades luego de rendirse.

Luego de la ejecución de Espejo, Alcover y los oficiales del bando patriota, unos pocos habitantes cometieron el error de quedarse, se encerraron en sus casas, en una especie de toque de queda impuesto por el miedo. Eso no evitó que aquellos sospechosos por tenerle simpatía al los patriotas fuesen sorprendidos, en horas de la noche, dentro de sus hogares, para ser amordazados, amarrados y secuestrados para jamás volver ser vistos con vida. Los arrastraban hasta los cerros de Cotiza, donde eran decapitados. 

Con respecto a este episodio relata el escritor Guillermo José Schael, en un capitulo titulado “Recuerdos de los días del terror”, de su libro “Caracas de Siglo a Siglo”, lo siguiente: 

-En los archivos de la Catedral puede verse la nomina parcial de aquellos que, sin formula de juicio, iban saliendo ajusticiados en la Plaza Mayor. A su entrada a Caracas Boves hizo reinstalar el cadalso en el mismo sitio donde en mayo de 1799 fue ahocado José María España. Hasta catorce personas en un solo día llegan a ser sacrificadas. Sus restos son recogidos en un saco y sepultados en una fosa común en el cementerio de la Catedral.-

Mientras eso sucedía en Caracas, Simón Bolívar, ya bautizado por todos como “El Libertador” después de su “Campaña Admirable”, emprendía su camino con destino a Barcelona por la montaña de Capaya, uno pegado a las costas del mar, dirigiendo así la que sería la más penosa retiradas en su historia militar, otro gran fracaso como el que ocasionó la pérdida del Castillo de Puerto Cabello y la caída de la primera República en 1812.   

Poco a poco fueron desplomándose en el camino a causa de inanición. Las lluvias no cesaban y muchos se enfermaron por la plaga o sufrieron caídas, vivieron el demonio del hambre. Los primeros en fallecer o quedarse atrás fueron los ancianos. Terrible espectáculo eso de presenciar la despedida de familiares que dejaban atrás, sin remordimiento. Todos los días se iban quedando atrás muchos para morir de mengua, a causa de los elementos o a mano de las mesnadas salvajes de aquel monstruo.

Jimeno Hernández
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